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OEA, Masaya y paro nacional

La Organización de Estados Americanos (OEA) se ocupó por fin de la situación de Nicaragua, después de casi dos meses de protestas y más de 100 personas asesinadas por la dictadura genocida de Daniel Ortega. Sin embargo, aunque la atención de la OEA tiene mucha importancia política, la situación del país no mejora por eso y mucho menos que se resuelva la crisis.

La dictadura de Ortega y Murillo sigue reprimiendo sin piedad, sobre todo a la heroica población de Masaya que ha vuelto a demostrar su gran capacidad de sacrificio en la lucha por la libertad y la democracia, sin desanimarse porque el resto del país no responde igual.

Ortega demuestra con su extrema brutalidad contra el pueblo, que no quiere una solución pacífica de la crisis, que solo pretende aplastar —como se lo recomendó el tristemente célebre Tomás Borge— toda acción de rebeldía popular e intento de sacar del poder a la dictadura aunque sea por medios pacíficos y constitucionales.

En estas circunstancias, es comprensible que aumente la presión social a la empresa privada para que llame a un paro nacional, con la esperanza en que de esa manera Daniel Ortega y Rosario Murillo salgan del poder.

El paro nacional es un instrumento de lucha social y política al que se recurre en situaciones extremas, con el objetivo de lograr grandes reivindicaciones sociales y políticas, inclusive para cambiar gobiernos por la vía de hecho. Pero aunque a veces sea indispensable, es una decisión muy delicada que se necesita meditarla con serenidad y sentido de responsabilidad.

Ante todo hay que tener claro que el paro nacional no es una fórmula mágica que produzca la caída de la dictadura de manera automática. Muchos paros nacionales han fracasado en diversos países, dejando por largo tiempo a las fuerzas democráticas y a la nación en peores condiciones que como estaban antes.

En la experiencia de Nicaragua, después del asesinato del doctor Pedro Joaquín Chamorro ocurrido el 10 de enero de 1978, hubo dos paros nacionales en ese año con duración de 29 y 39 días. Los paros fueron convocados por una alianza de organizaciones empresariales, centrales sindicales y partidos políticos, pero la dictadura somocista no cayó. Posteriormente, el 4 de junio de 1979, el Frente Sandinista y sus aliados de izquierda revolucionaria llamaron a un tercer paro nacional, que comenzó al día siguiente y duró hasta el derrocamiento del somocismo. Pero lo que botó a la dictadura no fue el paro, sino la lucha armada sandinista que derrotó militarmente a la Guardia Nacional.

No hay que engañar a la gente diciéndole que solo hace falta decretar el paro nacional para que caiga la dictadura de Ortega y Murillo. Tampoco hay que ocultar los enormes e irreparables daños económicos que causan los paros nacionales, ni hacer creer que la economía arrasada se puede reconstruir fácilmente y con rapidez hacerla robusta, próspera y equitativa.

El paro nacional es una opción válida de lucha, sin duda, y la terquedad de la dictadura parece obligar a utilizarla. Pero antes se deben agotar las demás formas de lucha cívica y explicarle a la gente sus verdaderos alcances y consecuencias.

Editorial Masaya OEA Paro nacional archivo
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