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Diplomacia y genocidio

Analistas democráticos que tienen formación y experiencia diplomática, consideran que la Declaración sobre Nicaragua aprobada por la OEA el martes de esta semana, hay que verla de manera positiva. Esto a pesar de que dicha declaración no señala expresamente y mucho menos que condene al régimen de Daniel Ortega por la represión genocida contra los estudiantes y la población nicaragüense.

Consideran dichos analistas que la declaración de la OEA es positiva, porque ha puesto la situación de Nicaragua en el radar del sistema interamericano. De manera que a partir de ahora se podría lograr una acción más enérgica de la OEA en favor de una solución política a la crisis de Nicaragua, que pase por el adelanto de las elecciones nacionales previa integración de un nuevo poder electoral.

En realidad, la situación de Nicaragua no estaba en el temario de la 48 Asamblea General de la OEA que se reunió el lunes y martes de la presente semana. Fue introducida como punto excepcional gracias al interés de algunos Estados democráticos de la región, al cabildeo político de las organizaciones cívicas de Nicaragua y la presión de organismos internacionales no gubernamentales que velan por el respeto a los derechos humanos y promueven los valores de la democracia.

La sorpresa fue que la declaración sobre Nicaragua fue coauspiciada por el representante del régimen orteguista en la asamblea general de la OEA, con la delegación de los Estados Unidos (EE.UU.). Fue una maniobra diplomática mediante la cual EE.UU. y sus aliados lograron que la declaración sobre Nicaragua se aprobara por unanimidad, pero el régimen orteguista logró que no se le responsabilizara por las masacres que sigue perpetrando contra la población nicaragüense.

La delegación estadounidense consiguió también que Nicaragua no votara contra la resolución sobre Venezuela, que desconoce los resultados de la reciente farsa electoral en la que se “reeligió” Nicolás Maduro y facilita la aplicación de la Carta Democrática Interamericana a la dictadura venezolana.

Pero la situación de Nicaragua no es un problema diplomático, ni se resuelve con paños tibios de la comunidad internacional y menos de la OEA, cuyo secretario general, Luis Almagro, ha estado jugando una política que favorece a la dictadura de Ortega y Murillo.

Lo que está ocurriendo en Nicaragua es un genocidio, una matanza que no tiene precedente en el país ni en toda América Latina. Y aunque el pueblo nicaragüense no deja de luchar por la recuperación de la democracia a pesar de la salvaje represión orteguista —porque esta es una tarea que deben resolver los mismos nicaragüenses—, se necesita e inclusive es indispensable la solidaridad internacional en cualquiera de sus múltiples formas.

Después que fue aprobada la declaración de la OEA sobre Nicaragua, los representantes de EE.UU. aclararon que eso es solo el comienzo y que la posición de su gobierno “es contra la dictadura de Daniel Ortega y a favor del pueblo de Nicaragua y su sociedad civil”. Habrá que ver si respaldan sus palabras con hechos concretos.

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