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Supervivientes y superhéroes

La muerte se ha querido llevar a Enrique tres veces por lo menos, pero ha sobrevivido para que sus heridas lo cuenten a sus 25 años recién cumplidos. La última hace un par de semanas. Un grupo de choque compuesto por policías y jóvenes le dispararon desde un vehículo, en su barrio, en las afueras de Managua. Fue porque sí, me cuenta, porque andaban disparando a todo el que se moviera. Él ni siquiera participaba en tranques. Lo visito en casa de la mamá cerca de La Fuente. Uno de los balines le entró por debajo de un ojo e hizo un extrañísimo recorrido hasta alojarse en su estómago. También le quitaron otra docena de balines alrededor del pecho.

Hasta ahora, Enrique sobrevive con un carretón y una yegua a la que llama “Bonita”. Y es lo que más quiere en este mundo después de su mamá y de su esposa. Cuando empezó a vomitar sangre y a sentirse morir, le encomendó el cuidado de la Bonita a su mamá. Le da de comer en la mano y le lava los dientes. Me dice que ella pone la boca con un cuidado especial como para no hacerle daño, mucho más delicada que otras que él ha visto. Hasta guarda fotos de ella en el celular y me las muestra orgulloso. Cuando le hirieron, tuvo que espantar a la Bonita para que huyera. Ambos se salvaron.

Ahora una red de voluntarios apoyan a Enrique para que tenga mejor atención de la que recibió en los primeros momentos. Es esta Nicaragua de “todos para uno y uno para todos” que se revela en tiempos de dolor. Su mamá señala en el cuerpo de Enrique dos heridas anteriores: un machetazo, una puñalada. ¿Quién dijo que la vida en los barrios era tranquila?

Después, en el hospital, conozco a Bryan. Tiene 13 años y es hijo de carpintero. Como sabe bien el oficio, ayuda a su papá, sobre todo para los días fuertes de Navidad. Bryan estaba en un tranque cerca del parque. Platicaba con uno de los muchos chavalos que estaban en los tranques la madrugada del pasado domingo. ¿Y por qué estaban ahí?, le pregunto. Para que se vaya Daniel Ortega, me dice. ¿Y por qué querés que se vaya?, pregunto. Para que no mate más niños, me dice, mirándome fijamente como si no entendiese semejante pregunta. Bryan guardaba en la bolsa su única arma: una tiradora.

Había unos antimotines lejos. El niño sintió el impacto de la bala como una ligazón. Quiso levantarse pero las piernas se le doblaron. La bala le había entrado por el vientre y le había salido por la parte inferior de la espalda. Le operaron. Entró en un cuadro séptico y una ambulancia de la Cruz Roja lo llevó a otro hospital de Managua. Se recupera y ya puede caminar con lentitud. Pronto, estará de nuevo en pie.

Salgo del centro sanitario y me detengo ante un semáforo. Dos niños piden un peso. Y otro hermano, el menor, casi bebé, lo tienen al pie del semáforo, a cubierto, con un disfraz de Batman. Se ve tan pequeño, en ese pijama de Batman, en medio del tráfico y de un país que le dispara a sus niños. Pero “soy Batman”, me dice. Y le sonrío al acelerar.

A Bryan le pregunté si quería que le cambiase el nombre. Me dijo que no, que le llame como se llama. Igualmente, se lo cambio para respetar su seguridad. Ni siquiera Batman se llamaba así. Y pienso que la enorme maldad que asola el país no puede vencer si hoy contamos con tantos superhéroes.

El autor es periodista.
@sancho_mas

Opinión superhéroes Supervivientes archivo
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