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Daniel Ortega, reformas

La crueldad que nunca imaginamos

Hay líneas de crueldad que nunca pensamos cruzar. Quemar niños vivos. Quemar cadáveres y festejar. Usar armas de combate para matar ciudadanos armados solo con tiradoras. ¿Cómo llegamos hasta aquí?

Gritos de niños

Un video grabado desde el resquicio de una puerta graba sonidos más que imagen. Son los gritos de unos niños que se queman en la casa vecina. Desgarradores. La crueldad. “Se están quemando”, repite una y otra vez la vecina que graba, en susurro porque tiene miedo de los matones que después de quemar la casa de tres plantas cuidan que nadie llegue a socorrer a los que arden. Los gritos lastimeros de los niños parten el alma. “Se están quemando”, repite la vecina en sollozos. Hasta que llega el silencio fatal. Seis personas son encontradas calcinadas, luego. Cuatro adultos y dos niños. Una niña de tres años y otro bebé de tres meses. Dios mismo llora desde el cielo.

¡Ayúuuudenme!

Una mujer pide ayuda a gritos en una calle de Masaya. En el suelo está el cadáver de su esposo. Tirado. “No es un perro. ¡Ayúuuudenme!”. A su alrededor, una docena de policías con uniforme de antimotín la miran impasibles. ¡Ayuuuuda! Dicen que los militares fuertemente armados solo reían. Eso no se ve en el video grabado también desde la ranura de una ventana. Por miedo. “¡Tengan piedad de mi! ¿Cómo me lo llevo?” Por miedo a esos militares también ningún vecino llega a socorrer a las mujeres, porque son dos. La esposa y la madre del asesinado. Finalmente, un par de militares hacen algo. Agarran el cadáver de piernas y brazos y lo hacen a la orilla de la calle para que puedan pasar sus camionetas.

Una tiradora

Marcelo Mayorga defendía su ciudad con una tiradora o hulera. Era tradicionalista de las fiestas de San Jerónimo. Un buen hombre, dicen. Era el esposo que llora la mujer pidiendo ayuda. El cadáver tiene todavía la tiradora en sus manos. Y un balazo en la cabeza. Los hombres que lo asesinaron tienen fusiles con miras telescópica, ametralladoras, pistolas, y celebran su “victoria”. Se sienten entrando a Masaya como los rusos entrando a Stalingrado o los aliados al Paris arrebatado a los nazis. No les importa ver que al hombre que abatieron solo tenía una tiradora para defenderse. Mataron a cinco más e hirieron a una treintena. Ellos no tuvieron bajas. Ni muertos ni heridos. ¿Acaso las palomas pueden herir a las escopetas? Si la historia va a recordar este episodio será solo por la cobardía de los masacradores y la valentía de quienes murieron resistiendo con huleras y morteros artesanales.

Metástasis

Otro cuerpo tirado en la calle en un barrio de Managua. Le han puesto una llanta para que arda. No es suficiente, y un encapuchado le echa gasolina. El grupo celebra las llamas con aullidos y risas. Luego ridiculizan el cadáver calcinado poniéndole trofeos en sus manos muertas. Ojo, la crueldad hace metástasis.

Justicia

Todo queda en video. Nicaragua entera asiste en vivo al dolor. Los horrores que antes sabíamos ocurrían en otras partes del mundo aparecieron sueltos por aquí, como si se hubiese abierto una caja de pandora. Todo queda registrado en videos y fotos. Se sabe quién es el culpable de cada crimen. Tiene que haber justicia. No puede haber olvido. No se atrevan de nuevo a proponer amnistía en nombre de la paz, porque al legalizar la impunidad ya sabemos lo que pasa: se siembra la semilla de la próxima masacre.

Monstruo

Cada día se anuncian nuevos muertos. Ya no nos sorprenden y nos indignan cada vez menos como si la sensibilidad estuviera cogiendo callos. Los vemos como cifras. Hay líneas que nunca pensamos cruzar. Usar ambulancias como carros de guerra. Quemar niños vivos. Quemar cadáveres y festejar. Usar armas de combate para matar ciudadanos armados solo con la razón y tiradoras. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Creo saber cómo. Tal vez comenzó cuando muchos no supieron ver en la criatura mordelona que nació en el 2007 –un gobierno fuerte pero decirle dictadura es exagerado, decían– al monstruo de garras y colmillos que crecería. Queda de lección.

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