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Ortega y el tema electoral

Los representantes del Gobierno en las mesas de trabajo del Diálogo Nacional, han dejado claro que el propósito de Daniel Ortega es aplastar a como sea la resistencia popular cívica, limpiar de tranques las ciudades y carreteras, “pacificar” el país mediante la represión despiadada y solo después considerar el punto electoral planteado en el Diálogo Nacional.

Además, para Ortega considerar el punto electoral no significa aceptar la anticipación de las elecciones, como lo proponen razonablemente la Conferencia Episcopal de Nicaragua y la Secretaría General de la OEA. Mucho menos que esté dispuesto a aceptar la presión de quienes exigen que debe dejar el poder de inmediato y ser sometido a la justicia para responder por todos sus crímenes.

Se ha especulado que representantes oficiales de los EE.UU. han venido a Nicaragua para dictarle a la pareja dictatorial las condiciones de su salida del poder. Pero Ortega no ha dado ninguna muestra de haber recibido tal ultimátum, ni siquiera se ha referido a las propuestas de los obispos y la OEA de adelantar las elecciones a marzo o agosto de 2019.

Ortega no parece entender que ante la magnitud y gravedad de la crisis en que se encuentra el país, causada por él mismo, recortar su período presidencial es una salida de interés nacional. En su perturbación mesiánica Ortega cree que las elecciones se deben realizar hasta en noviembre de 2021, como si nada hubiera ocurrido en los últimos meses, como si su dictadura no hubiera segado la vida de más de 280 nicaragüenses, como si la comunidad internacional no estuviera urgiendo una salida democrática y ordenada de la crisis.

Es posible incluso que Ortega esté pensando que podrá presentarse para una nueva reelección presidencial, en noviembre de 2021. Si para reelegirse indefinidamente alteró la Constitución, corrompió el sistema electoral y demolió la institucionalidad del país, en la mente perturbada del dictador Ortega no debe tener cabida la idea de renunciar al proyecto de perpetuarse en el poder.

Es evidente que a Ortega no le importa arruinar la economía, dejar el país en escombros, ordenar a las fuerzas represivas que maten a cuanta gente sea necesario —incluyendo menores de edad —, con tal de no volver a entregar el poder. El concepto totalitario de que el poder se conquista para siempre es lo único que Ortega conserva de la anacrónica doctrina marxista-leninista.

Pero aunque se empecine en mantenerse en el poder para siempre y al precio que sea, Ortega no puede salirse con la suya. Ya no está en condiciones de seguir imponiendo sus caprichos ni para continuar gobernando de manera autocrática y ahora sobre una montaña de cadáveres.

Es inevitable que Ortega y Murillo salgan del poder. Tendrán que salir más temprano que tarde y si lo hacen por la puerta de las elecciones adelantadas, sería mejor para Nicaragua, inclusive para ellos mismos. Ojalá que pudieran entenderlo y no sigan causando tanto dolor y luto a la sociedad nicaragüense.

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