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El padre Edwin Román es el tercero de seis hermanos: Rodolfo, Violeta (ya fallecida), Edwin, Marlen, Ricardo y Mayling. LA PRENSA/ ÓSCAR NAVARRETE

El padre Edwin Román, de la casta de Sandino

Al padre Edwin Román Calderón se le ve incansable recorriendo las barricadas y estaciones de Policía salvando vidas y liberando prisioneros. Por sus venas corre la misma sangre de Sandino

En la casa cural de la parroquia San Miguel, en Masaya, en una camilla está tendido el cadáver de Junior Gaitán con un disparo en el pecho. Tenía 15 años. Junto a él, su papá le da besos. El padre Edwin Román Calderón se quebró en llanto al ver la escena. “Eran besos con ternura”, recuerda el cura.

Poco después llegó la mamá del joven. No llegó llorando, sino como en estado de shock. La mujer lo levantaba, lo abrazaba, lo ponía sentado y le decía: “Chiquito, levantate, no seas así. Te lo dije que no salieras”. Después, volviendo el rostro hacia el padre, le dijo: “Padre, se me salía, yo hasta lo enllavé, pero él me decía que quería ir a luchar por Nicaragua y hasta me quebró un gavetero para poder salir”.

El padre Edwin Román es el tercero de seis hermanos: Rodolfo, Violeta (ya fallecida), Edwin, Marlen, Ricardo y Mayling. LA PRENSA/ ÓSCAR NAVARRETE

La muerte del joven Junior Gaitán, a manos de un policía a quien le rogó que no lo matara, ha sido de lo más impactante que le ha ocurrido al sacerdote Edwin Román en los últimos días. Lo llevaron ya muerto a la casa cural.
Desde el pasado viernes 11 de mayo, el cura está viviendo en carne propia la represión que el gobierno de Daniel Ortega ha ejercido sobre el pueblo de Masaya.

Como a las 8:00 de la noche de ese día, el padre ya estaba en pijama, cuando escuchó disparos y gente corriendo afuera de la casa cural. Se puso ropa, abrió el portón y vio a los muchachos que se corrían del ataque de policías y paramilitares. Les sacó baldes de agua y una manguera a los jóvenes heridos para que se lavaran y junto a unos vecinos estuvo con ellos hasta las 2:00 de la madrugada. Desde entonces el padre Román no ha parado de apoyar a la población que está siendo asesinada y reprimida por las fuerzas del Gobierno.

Recorriendo las calles de Masaya, acompañando al pueblo, el padre Edwin Román junto al defensor de Derechos Humanos, Ávaro Leiva. LA PRENSA/ AFP

Sobrino nieto de Sandino

El origen del padre Román está en Niquinohomo. Allí nació un 2 de febrero de 1960. Hijo del conductor de bus Rodolfo Romero, diriambino, y de Esperanza Calderón, maestra.

El sacerdote recuerda a su abuela materna, Manuela Calderón, contarle historias sobre el general Augusto C. Sandino. Y es que Manuela Calderón era hermana del famoso guerrillero de Las Segovias por parte de madre. Margarita Calderón Ruiz, madre de Sandino, es la bisabuela del cura.

Una de las historias que más recuerda es que doña Margarita y su hija Manuela llegaron a Managua el 22 de febrero de 1934, después que mataron a Sandino y a su hermano Sócrates, a buscar sus cuerpos, pero nadie les dio razón. “Mi mamá (Esperanza) me decía que a ella le hubiera gustado conocer la tumba (de Sandino) para ir a ponerle flores. Como familia siempre nos hemos sentido orgullosos de Sandino. Yo me siento muy orgulloso de ser sobrino de Sandino. Es un héroe a quien le han robado su bandera, sus ideales. Es alguien a quien traicionaron”, expresa el cura Román.

Imagen de la madre de Sandino, Margarita Calderón Ruiz, con cuatro de sus hijos. A la derecha está Manuela con su hija Esperanza, madre del padre Edwin Román Calderón. LA PRENSA/ ARCHIVO

En la época de los Somoza, cuando Edwin Román era estudiante de secundaria, a como lo hizo la mayoría del pueblo, en algún momento apoyó al Frente Sandinista (FSLN), pero en realidad nunca ha simpatizado con ese movimiento o partido. Todavía recuerda cuando en los años ochenta lo querían obligar a hacer domingos rojinegro en la universidad, y él y otros cuatro compañeros nunca iban y solo a ellos los ponían a hacer exámenes.

El padre Román asegura que la familia de Sandino, por la línea de los Calderón, nunca se ha metido en política ni se han aprovechado de su nombre.

El cura Edwin Román Calderón cuando tenía dos años de edad. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ MANUEL ESQUIVEL

Días de dolor

Para el sacerdote Edwin Román estar apoyando a la población es “como un apostolado” que está cambiando su vida, pero también han sido días de mucho dolor, llanto, sufrimiento y de represalias.

Antes del 11 de mayo pasado, la vida del cura era todos los días levantarse muy de mañana, preparar la homilía, realizar la misa a las 6:30 de la mañana, luego, en el resto del día, atender a los fieles. Esa era la rutina.

Después, no ha tenido tiempo para celebrar misa todos los días, sino solamente los domingos. Duerme con ropa todas las noches, porque muchas veces toca levantarse a medianoche para atender a los heridos. Un día ni siquiera se bañó, porque lo levantaron en la madrugada y pasó hasta la noche atendiendo a la población por los ataques de los paramilitares.

El padre Edwin Román besa la mano del papa Juan Pablo II, durante la segunda visita de este último a Nicaragua en 1996. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ MANUEL ESQUIVEL

Lo único que no ha dejado de hacer, dice, es orar. “Viendo el dolor de la gente, de estar atendiéndoles, es parte también de la oración, porque en esos momentos difíciles uno se acuerda de Dios”, dice el sacerdote.

Las amenazas también han estado presentes. Una mañana en la que estaba afuera de la casa cural, un hombre se aparcó enfrente en un carro gris y le pidió que lo confesara. En realidad, el hombre solo quería preguntarle cosas sobre las personas que el padre atendía y detectó que era un espía.


(De Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo) pienso que son inhumanos. No tienen sensibilidad. Como sacerdote trataría de llevarlos a Dios, que reflexionen sobre Dios. Para estar bien hay que estar al lado de ellos y eso es una dictadura”. Padre Edwin Román Calderón, párroco de San Miguel Arcángel


En otra ocasión, le tocó retirar a unas personas de la casa cural porque se habían infiltrado con unos periodistas extranjeros adonde estaban los heridos y le comenzaron a hacer preguntas sobre los dirigentes de las protestas.

Y cuando hubo saqueos en Masaya, a las 3:30 de la madrugada, el padre caminó cuadra y media desde la parroquia hacia el parque y llegó donde estaban un grupo como de 50 saqueadores y les pidió que no siguieran saqueando porque en Masaya no había capitalistas sino solamente gente trabajadora que hacía préstamos y le daba trabajo a otras personas. Le sonaron machetes y le respondieron que se fuera, que si no lo hacía lo iban a quemar en una de las tres hogueras que habían hecho tras quemar varios negocios.

El padre se regresó y antes de llegar a la casa cural se encontró con un hombre como de unos 60 años de edad a quien le habían saqueado un pequeño negocio de cosméticos. “Él estaba llorando como un niño. Lo abracé. Le dije que tuviera fe, que se iba a levantar de las cenizas. Al hombre como que se le despertó un poquito el ánimo”, relató el padre.

Un cura valiente

En los años ochenta Edwin Román era un joven muy católico pero que no se imaginaba que sería sacerdote. Incluso, en los años setenta, como a los 15 años de edad, tuvo un momento de rebeldía en el que no quería ir a misa. Si llegaba se quedaba afuera de la iglesia.

Su vocación por el sacerdocio no le vino como a otros tras ser monaguillo, sino que después de estudiar Psicología en la UNAN-Managua, y desencantarse por el sistema de gobierno de los sandinistas, se fue a trabajar en un banco en Masaya y ahí miraba como los campesinos, varones, salían llorando porque perdían sus propiedades o ganado cuando no podían pagar los préstamos. “Yo me sentía súper mal, porque decía, yo estoy ganando dinero de esta gente”, recuerda el padre. Igualmente, a Román le impactaba la persecución que el gobierno sandinista le estaba dando a los curas y a él le tocó el sentimiento que tenía por su iglesia.

La gota que derramó el vaso fue cuando escuchó a una muchacha que le contaba a unas amigas cómo dos militares se habían bajado de un carro Lada y se la llevaron para violarla. “Aunque ellas no se dieron cuenta de que yo les estaba poniendo atención, yo quería en ese momento darle un consejo a esa muchacha pero no tenía autoridad para decirle cosas. Eso me impactó y vi cuánta gente sufre y necesita un consejo, una ayuda espiritual”, comenta el sacerdote.

Los padres del cura Edwin Román, Rodolfo Román y Esperanza Calderón. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ MANUEL ESQUIVEL

Entró al Seminario en 1983 y cuando llegaba a su casa se arrecostaba en las piernas de su madre y ella le decía: “Cuando seas ordenado”. Y comenzaba a hacer planes para cuando llegara la ordenación. La mamá del padre Román, Esperanza Calderón, falleció en 1989, un año antes de que a él lo ordenaran sacerdote.

Quien sí logró verlo convertido en cura fue su padre Rodolfo Román. “Mi papá le daba diezmo a la parroquia de Niquinohomo, pero me dijo que, cuando me ordenaron sacerdote, desde hoy en adelante el diezmo te lo doy a vos”, recuerda Román.

El padre Román se convirtió en el confesor de su papá y cuando este último murió, hace 10 años, el cura lo asistió en su agonía. Le ayudó con el “bien morir”.

Recién ordenado sacerdote, Edwin Román dándole la hostia a su padre Rodolfo Román. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ MANUEL ESQUIVEL

Defensor de Derechos Humanos

Al padre Román se le puede ver al lado de Álvaro Leiva, el secretario ejecutivo de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH).

Como a la parroquia de San Miguel comenzaron a llegar gran cantidad de jóvenes, la mayoría de ellos heridos, también llegaron familias denunciando desapariciones o encarcelamiento de sus seres queridos. El padre Román los apoyaba y buscó ayuda de Leiva y desde entonces no se han separado.

Monseñor Silvio Báez y el padre Edwin Román lloran en Masaya por la represión de Daniel Ortega en esa ciudad y en todo el país. LA PRENSA/ CORTESÍA/ JAIME SANDINO

El pasado jueves 21 de junio llegaron los obispos a Masaya para detener la represión gubernamental y el padre Román no había visto ni al cardenal Leopoldo Brenes ni a monseñor Silvio Báez desde que habían iniciado los ataques a Masaya. Se llamaban por teléfono y Román le contaba a sus líderes, Brenes y Báez, todo lo que estaba pasando en esa ciudad.

Cuando los obispos llegaron a Masaya, al primero que el padre Román vio fue a monseñor Báez. Se abrazaron y lloraron juntos. “Más que todo fue para mí como abrazar a un padre, a pesar de que monseñor Báez tal vez serán pocos años la diferencia conmigo. Pero sentí el abrazo a mi pastor. Cuando lo abracé se me vino a la mente todo lo que estaba viviendo en Masaya”. La imagen de ese abrazo está en la retina de todos los nicaragüenses.

Derrotó al cáncer

El padre Edwin Román ha estado en seis parroquias: Sagrada Familia, en San José Oriental; La Purísima, en reparto Belmonte; San Antonio, Jinotepe; en Nindirí, Masaya; San Rafael del Sur, Managua y ahora en la parroquia San Miguel, en Masaya, donde ya tiene tres años y medio.

En la parroquia San Antonio estuvo 17 años y allí se le desarrolló un cáncer en la mandíbula que lo tuvo muy mal de salud. Con el apoyo de los feligreses logró pagar las terapias que le costaban 550 dólares cada una y logró curarse por completo, pero como secuela se le desarrolló diabetes.

Caminando por las calles de Masaya durante los últimos días de protestas. LA PRENSA/ MANUEL ESQUIVEL

Con 190 libras de peso y unos 5.8 pies de estatura, el padre Román es un hombre que se ve aún fuerte. Es sencillo y pausado para hablar y se muestra tímido. “Ya me puso rojo usted”, dice cuando responde que tuvo dos novias en Masaya en su juventud y aún estando en el Seminario se enamoró de una muchacha, pero no pasó a más porque ella se fue del país con su familia, producto de la situación que vivía Nicaragua en los años ochenta.

Al padre Román le gusta comer de todo, especialmente un nacatamalito o un vaho. “La comida que más gusta a veces es la que más nos hace daño”, dice entre risas.

Desde pequeño le gustaba trabajar con su mamá en el jardín de la casa y juntos a caminar, son sus pasatiempos favoritos hoy en día, además de escuchar en el carro música salsa y clásica. “A donde voy, voy dejando un cultivo de frutas, de jardín”, comenta.

La Prensa Domingo

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