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El soberano vuelve a la calle

El sábado 30 de junio los ciudadanos autoconvocados volvieron masivamente a las calles de Managua y 14 ciudades más, después del receso de un mes por la masacre del Día de la Madre que dejó el macabro saldo de 18 personas asesinadas en la capital y 5 más en otras localidades.

Decenas de miles de personas de todas las clases sociales y distintas edades, enarbolando pancartas, flores y banderas azul y blanco, participaron en la gran marcha en homenaje póstumo a los más de veinte menores de edad, entre ellos tres bebés de pecho, asesinados por la dictadura orteguista en el curso de la represión genocida contra las protestas pacíficas.

Muchos nicaragüenses radicados en diversos países del mundo se sumaron a la gran jornada de repudio a la dictadura. El mismo sábado, en más de noventa ciudades de treinta países se realizaron manifestaciones públicas exigiendo que Ortega y Murillo renuncien al poder.

Además, este domingo los ciudadanos autoconvocados hicieron otra gran demostración de fuerza desarmada y valor cívico para enfrentar la represión del régimen, con una gigantesca caravana denominada “Managua no olvida, Nicaragua no se rinde”, que recorrió varios barrios del occidente capitalino.

A pesar de la presencia en Nicaragua de los organismos internacionales de derechos humanos, la dictadura de Ortega y Murillo no contuvo su compulsión criminal y reaccionó contra las manifestaciones pacíficas, matando a otras dos personas a balazos e hiriendo a varias más, aumentando así la cuota de sangre que los nicaragüenses están pagando por conquistar su libertad y derecho a vivir en democracia.

La rebelión del pueblo nicaragüense ha sido pacífica desde el primer momento y así lo seguirá siendo. Es una insurrección ciudadana sin armas, no una lucha armada como la de 1979 que derrocó a la dinastía somocista pero instaló otra dictadura.

En toda revolución pacífica siempre hay derramamiento de sangre, porque la dictadura que es la única que tiene las armas las usa cobardemente contra el pueblo. Los estudiantes y ciudadanos autoconvocados apenas logran defenderse de manera desigual, en algunos casos utilizando piedras y morteros que son más ruidosos que eficaces, tratando de contener la represión criminal del régimen orteguista.

Pero la nueva revolución de Nicaragua tiene que seguir siendo pacífica, sostenida en grandes manifestaciones y plantones de calle, barricadas en carreteras y ciudades, desobediencia civil y paros nacionales. En los ciudadanos autoconvocados no hay voluntad ni interés de recurrir a la violencia armada, además de que no tienen ninguna posibilidad de conseguir armas para autodefenderse y contraatacar a las criminales fuerzas armadas de la dictadura.

A menos que el Ejército y la Policía volteen sus armas contra la dictadura y se pongan al lado del pueblo que lucha por la libertad, la justicia y la democracia. Así como ocurrió en 1989 en la Rumania comunista, cuando cayó la dictadura de Nicolas y su mujer Elena Ceauescu, que eran los siniestros Ortega y Murillo de ese país de la Europa Oriental.

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