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Carta abierta a Daniel Ortega

Hace ya muchos años, en el lejano 1978, recibí en Barcelona a un hombre honrado que me refirió la trágica situación de su pueblo sometido a una dictadura corrupta por una familia. Aquel hombre era Ernesto Cardenal y ese país Nicaragua bajo la cleptocracia criminal de la dinastía somocista.

España entonces salía de la noche de la dictadura franquista bajo la que yo había crecido. Me fue por ello fácil responder a la solidaridad que Ernesto me solicitó en nombre del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y le dirigí a los lugares donde sabía poder encontrar la ayuda, política, financiera y militar que precisaba el FSLN para la insurrección que me anunció sería inmediata.

Meses después, en la madrugada, me despertó una llamada telefónica. Era Ernesto que me requería volar a Costa Rica, ya que en días se produciría la sublevación popular. La lucha libertadora.

Ya en Costa Rica, conocí a Fernando Cardenal (responsable de nuestra logística en Liberia) y en el Frente Sur al entonces heroico y ejemplar Edén Pastora, entre otros comandantes, y al después asesinado Hugo Spadafora. Y en ese Frente, en El Ostional, fui herido emboscado por la unidad de élite somocista, la EEBI del comandante Bravo.

Así, fui herido en Nicaragua, curado en Costa Rica y dado de alta en Beirut (Líbano) en el Hospital Gaza donde me encontraba con el encargo de obtener armas para “bajar los zopilotes” (los “push and pull” que nos ametrallaban), para destruir los blindados de la Guardia Nacional (antinacional) somocista. Tuve éxito en la empresa y desde Beirut despegó un gran avión que fue detenido en Túnez por la incalificable frivolidad de los responsables/irresponsables del Frente en San José, carentes del más elemental sentido de las mínimas medidas de seguridad y que, además del fracaso de la operación, dejaron en riesgo a mi persona y al compañero sandinista que me acompañaba.

Tras esta misión, llegó una segunda petición a través del coronel Mendieta a quien debí asistir en su misión, entonces bloqueada en el norte de África. Fui a donde el FSLN solicitó mi ayuda.

Lamentablemente pronto, inmediatamente, constaté que el proceso de libertad por el que luchaba y moría el heroico pueblo nicaragüense, por el que yo también había asumido riesgos físicos y políticos, se torcía. El FSLN se transformó en una máquina de poder, en el que la “vanguardia objetiva” (los nueve comandantes) decidieron que esa ciudadanía admirable era buena para luchar, pero no para decidir.

Y la prometida democracia, asegurada y mentida a los socialistas europeos, al Partido Socialista Obrero Español (en el que yo militaba desde mi responsabilidad en la Comisión de Asuntos Exteriores) resultó una falacia.

Después llegó ETA a “tu” Nicaragua. Esa ETA que asesinaba a mis compañeros socialistas en el País Vasco. Que amenazó de muerte a mi padre. Traición al pueblo nicaragüense, al pueblo español.

Y tras ello, la comandancia sandinista (pseudosandinista) asumió progresivamente el papel de oligarquía somocista: poder y negocios. De la sórdida y vergonzosa “piñata” al concubinato con el “gordo Alemán”, y con los sectores más reaccionarios de la Iglesia nicaragüense.

Presidente/comandante, no me jugué la vida para que mis amigos tomaran el poder (y lo patrimonializaran) en Nicaragua. Mi solidaridad fue con el humilde y heroico pueblo nicaragüense. Por abrir un espacio de libertad que eliminara la injusticia, la explotación, la corrupción, la opresión. ¿Se acuerda de ello? Eso era lo que oí y creí de mis hermanos sandinistas.

Hoy observo escandalizado que Nicaragua es uno de los países más corruptos del mundo (151 sobre 180 en el índice de la reconocida organización Transparencia Internacional)… Que los “nicas” salen hoy a la calle clamando por lo mismo que sus padres y abuelos clamaron en 1978, 1979.

Y mueren, igual que entonces, bajo las balas, a centenares. ¿Qué ha cambiado?

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Amnistía Internacional, Human Rights Watch denuncian la infame actuación del matrimonio/gobierno/ Ortega/Murillo.

La Policía Nacional (ortega/murillista en realidad), los matones que prostituyen los valores libertarios sandinistas, que escupen sobre la digna bandera rojinegra de Sandino, son hoy los verdugos de un pueblo que pide, otra vez, libertad.

Represión, disparos a matar, bandas parapoliciales armadas, hospitales públicos que niegan asistencia a los heridos, jueces que nada juzgan, prensa amenazada, presionada, empleados públicos a los que se coacciona para que apoyen al Gobierno advirtiendo de la pérdida de empleo en caso contrario.

¡El rector de la Universidad Centroamericana, José Alberto Idiáquez, amenazado de muerte! Como lo está el obispo Silvio J. Báez.

¿Recuerda aquella Iglesia católica solidaria y también amenazada de muerte bajo el somocismo? O muerta, como el sacerdote español Gaspar García Laviana, este con armas en la mano defendiendo al pueblo y aquellos hoy defendiéndole también con su palabra y solidaridad.

Concluyo. Perdida sin esperanza la ética sandinista, mantenga al menos la estética limitando la obscenidad de la sangre vertida por su policía y matones asociados. Y cese en la represión de este pueblo mártir que merece, como todos, libertad, democracia y un gobierno decente.

El autor es eurodiputado español.

Opinión Carta Daniel Ortega archivo
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