14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Matando dinosaurios con tiradoras

Un niño. Sobrevivió al balazo que un policía le disparó y que le atravesó el abdomen. Un niño. Se juntaba con otros niños en un tranque.

Cuando le trasladaron al hospital, hallaron en el pantalón la única arma que llevaba encima: una tiradora. Y se la quitaron para que la policía no pudiera incriminarle como “elemento delincuencial”, un término con el que, en los informes oficiales de la policía, se refieren a menores víctimas de sus disparos. Un niño.

El gobierno en Nicaragua se empeña en actuar y utilizar las palabras de otro tiempo y de otro lugar: una Nicaragua de hace décadas que aceptaba o encumbraba a caudillos que se permitían hablar en nombre de Dios como pastores elegidos por su pueblo. Pero el discurso de los jóvenes de hoy y de la mayoría de la sociedad nicaragüense ya no casa con el producto de la obsesión mesiánica de la pareja gobernante. Sin embargo, la inmensa mayoría de las armas las custodia y utiliza el gobierno. Aunque en realidad, ni siquiera las tiene el gobierno, sino la policía, el ejército y los delincuentes organizados para golpear y matar.

Enrocados en el búnker de El Carmen, a Daniel y Rosario les llega la información tal como quieren escucharla.

¿Quién osará contradecirla? La vida es bella. Dios hace milagros cuando se “limpian” de tranques las calles. En los reportes de la policía, no se leerá en ningún párrafo que ellos hayan causado algún muerto en estos enfrentamientos.

Son “encapuchados armados por morteros” o “grupos vandálicos”. Y todas estas personas que conforman el aparato político y policial, que empieza por la vergonzosa y cobarde actuación de Aminta Granera y el consuegro de Daniel Ortega, así como de los oficiales y mandos intermedios y agentes de base, contribuyen a alimentar a los dinosaurios de El Carmen.

Hannah Arendt acuñó el término de la “banalidad del mal” para describir la falta de conciencia de todos esos oficiales y funcionarios que se vuelven imprescindibles para la supervivencia de los dinosaurios. Disciplinados y sin conciencia sobre las consecuencias de sus actos. Los que cuando todo acaba, se excusan diciendo: “Yo solo cumplía órdenes”.

Pero también, y esa es la esperanza, se han dado casos en la historia donde esos funcionarios y ejecutores, en cuyas manos está el poder de las armas, toman su propia decisión y renuncian a disparar contra sus pueblos. Son muy pocos, es cierto. Pero esos pocos nos alientan en los peores momentos de desesperanza.

Sus historias se unen a la memoria de la dignidad, a la del inmenso poder de un solo ser humano frente a los dinosaurios. Un collage de imágenes que se entrecruzan: un niño con una tiradora frente a un grupo de antimotines en Masaya; un estudiante solo frente a un tanque en la plaza de Tiananmen. Un viejo indio semidesnudo enfrentándose con la no violencia a un imperio; una abuela frente al portón de El Chipote, tras aventurarse por todos los tranques para buscar a su nieto; un soldado que baja el fusil frente a la multitud que viene a derribar un muro de vergüenza.

El niño del que les hablaba, ha sobrevivido y aún ha tenido que huir del país junto a su familia por las amenazas posteriores. No debemos exponer más a estos pequeños ante los zarpazos de los dinosaurios.

Será difícil, pero encontraremos el canal de diálogo con quienes alimentan a esos dinosaurios. Los convocaremos en el lado humano de las cosas, en el nuevo tiempo que demanda Nicaragua. Encontraremos las palabras precisas, las estrategias correctas. Será difícil, pero lo encontraremos.

El autor es periodista.
@sancho_mas

Opinión Dinosaurios tiradoras archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí