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UNAN

Los jóvenes se mantenían atrincherados desde el 7 de mayo en el recinto universitario. LA PRENSA/JADER FLORES

Así se vivió el ataque paramilitar dentro de la UNAN Managua

Gerald Vásquez, de piel morena, bajo de estatura y ojos achinados, fue uno de los muchachos asesinados en la madrugada del sábado

El viernes 13 esta vez hizo honor a la fama de terror que siempre ha cargado: lluvia de balazos que conforme pasaban las horas de la tarde se escuchaban más cerca de unos universitarios que resistían la furia de huracán con apenas lanzamorteros y otras armas hechizas.

Así transcurrió la tarde del viernes 13 en el sector norte de la Unan-Managua, por donde está la imagen de Rigoberto López Pérez, quien se armó de valor y disparó, sabiendo que era su fin también, contra el padre de la sangrienta dictadura somocista, Anastasio Somoza García. Pero entre bala y bala los universitarios no tuvieron tiempo para pensar en ese hecho, tan solo respoder a como se pudiera para sobrevivir del brutal ataque de fuerzas paramilitares.

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Es de reconocer el valor de esos jóvenes, que pese a estar mal comidos y dormidos, aguantaron por horas el ataque ejecutado en nombre del comandante Daniel Ortega, que en ese momento iba a la estación policial de Masaya a, según él, reeditar el repliegue táctico y hablar de paz. Irónico, cínico y macabro.

La novatada quizá de los chavalos, frente expertos de los paramilitares, los expuso más a ser heridos de muerte. Seguro que sintieron miedo, se notaba en sus caras, pero también el empuje por no ceder, no entregar su universidad, que ha sido símbolo de resistencia popular frente al gobierno de Ortega, que lleva más de 350 muertos y, por si no fuera poco, sigue alimentando la lista.

Escuché las balas pasar entre la mancha verde que hay en la Unan-Managua antes de llegar al edificio del Cigeo y tuve que permanecer en el piso por largo rato para estar lo menos expuesto junto a mi compañero Jader Flores, que nunca dejó de hacer fotos pese al peligro en que estábamos. Vi como, con la esperanza de lograr replegar a los paramilitares, los jóvenes se decían que debían estar al frente de la batalla, que no debían retroceder, que tenían que resistir. Otros, con la cara de resignación pedían a través de los celulares que llegaran los obispos de la Conferencia Episcopal y de la Comisión Interamerica de Derechos Humanos (CIDH). Pero nunca llegaron y se fue la luz del día y entró la noche fría, o caliente, donde los paramilitares tomaron control del recinto y los jóvenes que estaban atrincherados desde el 7 de mayo, tuvieron que refugiarse en la iglesia de la Divina Misericordia.

Para llegar a esta casa de Dios la mayoría de jóvenes tuvieron que ser transportados en un camión de basura que revela los múltiples ataques al recinto, al estar pasconeado de balas el vidrio delatero. En plena arremetida de paramilitares, algunos hombres y varias mujeres lograron saltar en un solo intento al volquete y acto seguido fueron evacuados hacia la Divina Misericordia. Todos acostados para no ser blanco perfecto de un tiro disparado por uno de los francotiradores que portaban de suficiente arsenal.

Pero ni estando en la iglesia estuvieron a salvo porque el ataque se trasladó a esa zona hasta la mañana del sábado, sin que los cuidadanos lo impidieran al llegar a hacer presencia porque un cordón policial no lo permitía cerca de los semáforos del Club Terraza. Fue una zona de combate que dejó sangre y muerte.

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Gerald Vásquez, de piel morena, bajo de estatura y ojos achinados, fue uno de los muchachos asesinados en la madrugada del sábado, cerca del templo religioso. Él estuvo al frente del combate el primer día del ataque e hizo vigilancia varias veces en la barricada de la Divina Misericordia. Más de una vez de las coberturas matutinas de LA PRENSA enseñó los casquillos de bala que recogió en ataques ejecutados contra ellos de madrugada. Esta vez no pudo salir ileso, una bala lo impactó en la cabeza.

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