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Una mafia muy especial

Faber Antonio López era un policía jovencito que el 4 de julio comunicó a su madre, Fátima Vivas, que había pedido su baja pues no quería reprimir al pueblo. El 9 ella recibió información oficial que los opositores lo habían matado de un tiro en la cabeza durante el operativo de Diriamba. Grande fue su horror cuando al inspeccionar el cadáver advirtió que, contrario al dictamen de Medicina Legal, no había tal tiro, sino moretones, uñas arrancadas, y heridas profusas en los miembros —las imágenes salieron en TV—. Ella, sin vacilar, denunció que a su hijo lo había torturado y matado la Policía, por querer desertar.

El día 13, cuatro policías fueron muertos en Morrito, supuestamente por campesinos armados. Mas algunos de ellos mandaron la versión de que los agentes se negaron a reprimir y unos paramilitares los liquidaron. Posible. Así operan las mafias y los cárteles: la deserción se castiga con la muerte. Y es que, en realidad, en Nicaragua enfrentamos no solo un dictador, sino un gobierno cuyos métodos de control son típicos de grupos gansteriles o mafiosos: primero seducciones dulces, amenazas sutiles, amenazas abiertas y, cuando todo falla, violencia brutal.

Ortega, igual que Pablo Escobar, comenzó repartiendo entre sus seguidores muchos regalos con plata ajena; láminas de zinc, chanchitos y hermosos parques. Extendió una mano amistosa al sector privado y le dijo: te brindo mi protección a cambio que tolerés que destruya la democracia. Tras romperse el arreglo, Don Corleone, o el capo mayor, sacó las uñas que tenía guardadas: quebró cabezas de estudiantes primero, y cuando esto no fue suficiente, les recetó balas, secuestros y ejecuciones extrajudiciales. Luego mandó a sus matones a tomarse las tierras de quienes renegaron de su protección (tierras de orteguistas no son invadidas).

En su actuar la mafia gobernante no guarda las apariencias. Gobierna y reprime con fuerzas clandestinas enmascaradas. Armas de guerra, que la ley prohíbe en manos de civiles, pululan entre sus seguidores que, sin ninguna autoridad legal, y en flagrante violación de la Constitución y las leyes, detienen a ciudadanos, registran vehículos, arrestan y matan.

Mas sería injusto afirmar que nuestro Gobierno es idéntico a los mafiosos. Debemos reconocerle diferencias importantes que ninguna mafia o cártel exhibe: primero, que empaqueta sus acciones en un lenguaje de amor, digno de San Francisco; segundo, que se hace la víctima, obviando que sus muertos no son inocentes, sino asesinos que ha encontrado la muerte mientras atacaban a jóvenes atrincherados que actuaban en defensa propia y, tercero, que opera sin temor a que ninguna autoridad los castigue o frene, pues el único que antes desarmaba a bandas irregulares en el campo, en cumplimiento de sus funciones, hoy permanece acuartelado y callado.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

Opinión Daniel Ortega Violencia en Nicaragua archivo
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