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Guerra de religiones

Mientras los representantes de la facción cristiana, socialista y solidaria permanecen apertrechados en su búnker de El Carmen, fuertemente custodiada de policías y trincheras que nadie despeja, los obispos y cardenales aparecen en medio de balas, perdidos entre la multitud, al calor del sol o en el frío de la madrugada, solamente escoltados por sus sotanas blancas.

Los primeros organizan marchas de camionetas de empleados públicos forzados y algunos leales, celebrando entre besos y abrazos con su cuerpo armado y encapuchado, efemérides de tiempos pasados, en cuarteles cerrados, testigos de ejecuciones, desvelos y sangre. Sus símbolos son arbolatas de muchos colores y abundantes flores en las ceremonias oficiales. La suma sacerdotisa agrega nuevos anillos a sus dedos para cumplir sortilegios y dicen que por las noches practica rituales exóticos donde el vigor de los jóvenes vivos o muertos servirá para sostener el fuego de su cuota para dioses exigentes y malvados.

Los segundos, de hablar pausado, acostumbrados a sus discursos dominicales y misas tradicionales, han dejado sus catedrales lanzándose a la calle para velar por su rebaño en peligro de ser exterminado.

En Masaya, Diriamba o Managua, con monjas arrodilladas en la calle rezando el rosario, madres mostrando las fotos de sus muertos, policías que los miran impertérritos, ciudadanos que los requieren a cada rato o los amenazan de muerte, aclamados, insultados o golpeados entran a sus templos profanados, para liberar médicos refugiados o estudiantes agnósticos que huyen de las balas. El Señor de las Misericordias termina impactado entre la sangre de los que mueren.

La religión del gobierno proclama la paz y la conciliación, se confiesa amiga del diálogo y fiel custodia del progreso y la familia de todos nicaragüenses. Su emblema es una paloma blanca estampada sobre el azul de la bandera patria y el mensaje de la primera dama llama hermanos a los que van “ limpiando” gracias a Dios toda la maldad y el odio que se alimenta en las barricadas. Sus ángeles negros encapuchados van lanzando ráfagas que espantan a los ciudadanos, coleccionan sangre de inocentes e imponen el orden para defender la democracia tan seriamente amenazada por los vándalos.

Los obispos, la otra religión, son sus enemigos sin armas y su peligro está en la palabra que incita a las víctimas a permanecer inclaudicables. De sus iglesias y púlpitos se han lanzado a las calles para servir de socorristas en los barrios y jugarse el físico, usando las sacristías como hospitales.

Esto es una guerra de religiones, la arbolata que perdió sus luces contra las cruces de los muertos que ya suman cientos. Los que proclaman la paz disparando al blanco pecho de la paloma que se tiñe en sangre y los que sin proponérselo hacen creer a los apáticos, van de arriba abajo recordando mandamientos como “no matarás”, e insisten en el diálogo con los que solo quiere que se levanten los tranques.
La autora es psicóloga.

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