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pobreza, educación

¡Qué discurso el de Ortega!

Ortega se presentó triunfalista tras limpiar las barricadas, en una plaza rala que trataron de disimular sus camarógrafos. Somoza hizo lo mismo, aunque con más gente, tras aplastar la rebelión de septiembre de 1978. Seis meses después caía.

¿Se fijaron, lectores, que en el acto del 19 de julio los dos únicos oradores extranjeros fueron los de Cuba y Venezuela? Prueba inigualable de la vocación política de Ortega. Dichos países son las dictaduras más feroces del continente; donde no hay elecciones, ni prensa libre, ni respeto alguno a los derechos humanos. Pero son los más cercanos a su corazón.

Es natural que un presidente represor se identifique con otros de igual calaña. Y que haya dicho sus mismas mentiras: que son víctimas —del imperio o la oligarquía— y que sus opositores son diabólicos. Campantemente Ortega presentó a su partido como víctima de opositores armados, obviando que fueron sus matones quienes iniciaron la crisis al agredir con lujo de violencia a estudiantes que protestaban pacíficamente.

Que ante la represión muchos se barricaron y mataron algunos policías, es cierto. Pero, aunque toda muerte es lamentable por ser todos hijos de Dios, hay una diferencia fundamental entre quienes armados hasta los dientes asesinan a multitudes y quienes matan en defensa propia. El Gobierno, con su brutalidad innecesaria, provocó inevitablemente respuestas violentas y sembró odios. Ortega sacó a relucir al caso del policía que mataron y quemaron. Hecho terrible y censurable que desdice del civismo a que están llamados los opositores. Pero omitió referirse a las torturas e incontables crímenes cometidos por fuerzas bajo su mando.

Echó la culpa del estallido a una conspiración financiada y organizada por el imperio y sus aliados, obviando el hecho de que este fue total y sorprendentemente espontáneo y, sobre todo, masivo. Se sorprendió que ocurriera tras 11 años de paz y cuando las encuestas le daban índices sin precedentes de aprobación, ignorando una insatisfacción acumulada —ante su creciente corrupción y autoritarismo— que el pueblo reprimía por temor a sus matones, y olvidando lo engañosas que son las encuestas en regímenes de temor; como lo vivió en 1990, cuando le dijeron que ganaría con el 70 por ciento de los votos.

La emprendió contra los obispos, olvidando que el pliego de peticiones que le presentaron, no como ultimátum sino como puntos a discutir, fue básicamente el mismo que le habían presentado en 2014. Ortega los llamó golpistas y a sus amigos “satánicos”, haciéndose el defensor de una Constitución que siempre ha pisoteado —hoy más que nunca usando paramilitares ilegales— y obviando lo diabólica que es su conducta, y la de su esotérica esposa, cuando profanan el nombre de Dios y de Cristo para encubrir sus maldades.

Ortega se presentó triunfalista tras limpiar las barricadas, en una plaza rala que trataron de disimular sus camarógrafos. Somoza hizo lo mismo, aunque con más gente, tras aplastar la rebelión de septiembre de 1978. Seis meses después caía.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

Columna del día Daniel Ortega Masaya Repliegue Somoza archivo

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