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Ausencia de la paz

Se extraviaron los verdaderos actos de reconciliación existentes solo en la temperatura de la insensibilidad donde solo medran las trampas ordinarias de la mentira.

Estoy releyendo las páginas penetrantes de la historia patria que debe estar presente en la cultura básica de cada nicaragüense. En ese sentido vivo las emociones comprobadas del ayer que pone una tarjeta en el convivio racional de la reflexión a través de don Dionisio Herrera, gestor de la pacificación en Nicaragua, quien, nombrado por el supremo Gobierno federal, hizo desde Chinandega el 7 de abril, de 1830, una proclama robusta fundamentada en la reconciliación, en el conflicto donde se disparaba el plomo de los diversos intereses que dividen a la raza humana.

Don Dionisio alzó la voz para decir a los nicaragüenses: “Yo vengo ante vosotros mandado por el supremo Gobierno electoral para conciliar vuestras desavenencias, pacificar el Estado, establecer el orden, el imperio de la Ley y hacer cesar las desgracias”. Las desgracias que en la actualidad repercuten hasta en la piel inocente de los niños, ángeles que tiene cada uno un pedazo de cielo, en los ancianos, en los obispos, en las madres que lloran la muerte de sus retoños, en el ciudadano que lucha cívicamente por el porvenir de la patria que tiene al amor como el título más hermoso. No cupo en él la hipocresía habitual de los demagogos. El mensaje de conciliación del árbitro centroamericano de ombligo hondureño concentrado específicamente en la inestabilidad de Nicaragua tiene hoy más que nunca una irreprochable, profética actualidad. El antaño de aquellos tiempos calza con el hogaño cuando clamó en aquel abril de 1830: “La paz es ya la necesidad más urgente de la República”. Guerras en terca seguidilla, revueltas por antagonismos partidarios, tiranías de largo metraje y otros movimientos ligados con la ruptura de la paz. Toda esa suma infortunada ha sido la causa de nuestras desventuras. Las revoluciones se han presentado sin que se haya conocido el menor síntoma de la resolución social. Se ha hecho un holocausto de la dicha interior de cada habitante sojuzgado por la violencia.

En la actualidad el discurso oficial de Daniel Ortega está lleno de contradicciones. El lenguaje milita en el revés de la lógica. La cultura política no solo aquí, sino en el resto de América Latina, está en el más bajo nivel. Cuánta frustración sufrió Simón Bolívar al saber que “había arado en el mar”.

Las tragedias pintadas por el lápiz fúnebre de los historiadores en aquel 1830 vuelven ahora como reproducidas al carbón a este 2018. Nicaragua estaba al borde del precipicio en ese entonces. Y está ahora en esos límites si reincide la inútil convulsión.

El autor es periodista.

Opinión Daniel Ortega Nicaragua paz archivo
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