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Pan partido y compartido

En la actualidad nuestros pueblos están pasando por una grave crisis económica y social: la sequía se establece, el verano se prolonga, el agua se achica… En los pueblos la marginación crece, el trabajo informal se extiende, el desempleo y el trabajo no bien remunerado avanza y los salarios cada vez se quedan más cortos.

Esta es también la realidad de Eliseo, parte y reparte los pocos panes que tiene en sus manos y da de comer con ellos a más de cien personas y hasta le sobró pan (2Re 4, 42-44). El discípulo de Jesús, Felipe, no sabe qué hacer ante una multitud hambrienta que seguía a Jesús; pero Jesús toma los cinco panes y los dos peces que tenía un muchacho, los parte y los reparte y hasta sobraron doce canastos después de haber comido todos hasta saciarse (Jn. 6, 4-14).

Muchos tenemos para el pan de cada día, pero no compartimos lo mucho o poco que tenemos. Solo el que lo hace no desde lo que le sobra sino desde lo que tiene puede hacer el milagro de que los demás puedan comer y hasta sobre.

Cuando se come el pan con egoísmo, nos atragantamos y lo único que produce es miseria y hambre a los que nada tienen. El pan es para partirlo y compartirlo, como hizo Jesús (Jn. 6,11). Ahora bien solo es capaz de compartir quien no mira la vida con los ojos de Felipe, pensando al estilo de los egoístas (Jn. 6, 7). El pan, cuando se come solo, indigesta; cuando se comparte, produce alegría entre todos y nos sienta bien. El pan compartido es fuente de libertad y solo es capaz de compartir quien se siente libre. El pan compartido nos libera y libera a los demás; por eso Jesús manda a la gente que se siente (Jn. 6, 10).

Compartir el pan y comer juntos el pan es propio de gente libre y solidaria. El pan se comparte, cuando somos capaces de pensar que, al fin y al cabo, el pan nos viene de Dios Padre. Por tanto, el pan del Padre es pan de todos los hermanos, y por eso Jesús, antes de partir el pan, da gracias al Padre (Jn. 6,11). El pan que se acapara siempre es insuficiente; el pan que se comparte, siempre se multiplica.

No hay motivos en ningún país, pueblo o comunidad para que le falte el pan a nadie. Deberían sobrar panes en abundancia y si hay hambre en nuestro mundo es porque se come el pan con egoísmo, se roba y se acapara. En el mundo no falta pan; lo que falta es un buen reparto. El milagro de la comida para todos no llega con egoísmos acaparadores, sino solo con solidaridad y compartiendo. Esto lo debían tener muy en cuenta nuestros políticos. Quien comparte el pan, lo multiplica y sigue haciendo realidad el milagro de Jesús.

Cada vez que compartimos lo que somos, lo que tenemos, lo que hacemos con aquellos que nos necesitan estamos en el camino de Jesús. Cada vez que nos involucramos en la justicia, en la paz, en la solidaridad, en comunión como Iglesia, somos bendición, apoyo y ayuda para el que necesita de una mano amiga, cristiana y cercana. Por eso somos milagro, amor y vida en todos los lugares en donde tendemos la mano y la vida.

El autor es sacerdote católico.

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