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Nicaragua, noticia de un secuestro

He tenido la oportunidad de conocer a algunos, por motivos de trabajo, y admiro su discreción y la secreta heroicidad con la que actúan. Son hombres y mujeres que negocian en secuestros. Es un arte verdadero donde juega tanto el factor humano como la astucia.

Y en estos días recordé el consejo de uno de ellos. “Lo ideal en un secuestro es que se tenga claro una condición: que el que negocie por las víctimas no sea parte interesada (amigo, compañero, familiar); y un objetivo: que las víctimas (todas ellas) salgan con vida”.

A estas alturas, el Diálogo Nacional en Nicaragua parece, más que un diálogo, la negociación con un secuestrador.

Que el que negocie en nombre de las víctimas no sea parte interesada evita las sospechas y suspicacias del secuestrador y sobre todo la posibilidad de que este juegue a placer con las víctimas. La mediación externa permite sostener un diálogo con frialdad frente a un secuestrador que carece de conciencia de culpa.

El secuestrador juega siempre la carta de la violencia. Su poder reside en las armas. Pero no olvidemos algo. Las víctimas del secuestro representan aquello que él necesita o desea. La mayoría de las veces es dinero, pero otras es la posibilidad de una escapatoria, o simplemente el reconocimiento, la necesidad patológica de visibilizarse, quizá por una inclinación mesiánica. El secuestrador necesita a la mayoría de sus víctimas vivas. Que estas mueran es su fracaso y su final.

El secuestro de Nicaragua empezó por todas las instituciones del Estado: sistema judicial y electoral, sector académico y empresarial, asamblea, fuerzas armadas, policía, redes comunitarias, medios de comunicación, propiedades privadas y públicas y partidos políticos. La casa de gobierno pasó a ser la casa del partido, y esta ya era la casa de la familia Ortega-Murillo.

El secuestrador es un gobierno dictatorial (Ortega reconoció que no le molesta que le llamen dictador) que ha sacado su artillería policial y parapolicial para retener contra su voluntad a gran parte de un pueblo al que impide manifestarse o apoyar ideas opuestas. El secuestrador apunta a su pueblo con armas de fuego, muchas de gran precisión, y amenaza con la cárcel o la pérdida de empleos a través de una red de colaboradores e informantes.

Cuando dispara y mata a algunos rehenes, dice que “se estaba abusando de su paciencia”. Son las palabras típicas de un secuestrador.

Sin embargo, el diálogo es la única interlocución posible con él. Y Ortega ahora quiere secuestrar hasta el mismo diálogo, hablando solo con los grupos del pacto que están en su Asamblea. Y quiere además que su diálogo lo bendigan, no ya los obispos, sino una posible observación internacional de la ONU para así darle validez a los acuerdos que se lleguen.

Puede que no sea aplicable a este contexto, pero vale la pena no olvidar el consejo de aquel mediador: que el que negocia no sea parte interesada, y que las víctimas (Nicaragua y la esperanza de libertad y democracia) sobrevivan.

El secuestrador sabe que solo tiene dos posibilidades: escaparse con el rescate, o morir en el intento. Desde el momento que eligió la violencia, ya no tiene vuelta atrás. Pero, quizá sin saberlo, necesita a sus víctimas por encima de todo.

Una buena noticia. En la mayoría de los secuestros, los rehenes salen con vida. Los secuestradores no acaban bien. Muchos de los suyos les abandonan. Y apenas se sabe nada de los mediadores a quienes, en parte, se les debe la vida.

Y está bien que así sea. Saldremos de esta.

El autor es periodista.

[email protected]@sancho_mas

Opinión Crisis en Nicaragua Nicaragua secuestro archivo
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