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Las calles de la ciudad de Jinotega son custodiadas a todas horas del día. Se han registrado varias capturas de ciudadanos que tienen en prisión. LAPRENSA/O.Navarrete

Los llantos que se escuchan después de la matanza de Jinotega

En la fría ciudad de Jinotega las fuerzas especiales de la Policía se pasean encapuchadas y armadas. Religiosos, empresarios y hasta periodistas están siendo perseguidos por el Gobierno

El cuerpo de Benito Rodríguez yacía a la par de un charco de sangre. Bocarriba, con las piernas entrelazadas, el rostro pálido, una de las manos cerca del abdomen y la otra a ras del suelo. Se le ve enfundado en una chaqueta negra que esa madrugada alguien se la debió prestar para el frío, con un pantalón azul que después de empaparse en sangre parecía haberse teñido de café.

Aquella mañana del martes 24 de julio, en la acera de enfrente, Merling Espinoza, su prometida, se partió a llorar. “El rostro ya lo tenía blanco. Se había desangrado por completo”, dice Espinoza.

Benito Rodríguez fue uno de los tres muchachos asesinados ese día en el barrio Sandino, de Jinotega, durante la “operación limpieza” que realizaron las fuerzas combinadas de la Policía y los paramilitares en el último bastión de lucha que quedaba en el país. En total, han sido asesinados cuatro jóvenes que participaron en los tranques de esta ciudad.

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Lo primero que revisó Espinoza fue la cabeza de su pareja para ver si tenía balazos. Se sorprendió de no ver ningún disparo que le había penetrado la parte superior del cuerpo. No obstante, tenía un hueco del tamaño de una moneda de cinco córdobas en la pierna izquierda, cerca de la vena femoral, y un balazo cinco centímetros debajo de la rodilla.

La bota izquierda que andaba puesta tenía un hoyo en cruz en la parte superior. Como si le hubieran ensartado una bayoneta de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda. Al quitarle el calcetín, el gancho del dedo gordo del pie izquierdo tenía un enorme hueco.

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“A Benito lo ejecutaron”, revela Espinoza, de 35 años edad, trabajadora de una empresa de telecomunicaciones. Espinoza y Rodríguez tenían planeado casarse este diciembre. “Murió desangrado. Las rodillas las tenía chimadas. Lo que cuenta la gente, porque nadie vio nada, nadie salió de las casas por miedo, es que lo agarraron con vida”.

La acera donde murió Benito Rodríguez es más alta que la casa que tiene enfrente. Dicen que en su agonía golpeó la puerta pidiendo ayuda. Pero no hay testigos directos y la zona está colmada de partidarios del Frente Sandinista.

Desangrado y solo, murió Benito Rodríguez de varios balazos a sus piernas.
LAPRENSA/Cortesía

Perseguidos

Después del 23 de julio, familias enteras de Jinotega se han trasladado a vivir a otras partes del país. Algunas se han ido a enmontañar y otras a Honduras. En las calles del barrio Sandino se ven varias casas cerradas, con enormes cadenas y candados de acero.

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En Jinotega varios periodistas independientes han tenido que huir por temor a la Policía. El corresponsal de Canal 10, Francisco Espinoza, está huyendo después que se emitiera orden de arresto en su contra. En tanto, la corresponsal de LA PRENSA, Sara Ruiz, se encuentra en una situación similar, pues desde que inició la crisis política ha recibido agresiones y amenazas de encarcelamiento.

Un francotirador vigila desde un cerro de Jinotega. LAPRENSA/O.Navarrete

A estos periodistas se les impidió ejercer su labor. Es por eso que esta operación y otros abusos represivos de las fuerzas de orden e irregulares no han sido detallados. LA PRENSA visitó el barrio Sandino y Camilo Ortega, y habló con varios testigos para reconstruir la represión brutal contra esta población.

Trabajadores estatales e incluso jueces de Jinotega relataron a LA PRENSA estar siendo perseguidos. Alcides Zeledón, uno de los empresarios más grandes de la ciudad, propietario de varios supermercados, es prófugo de la justicia, tras dictarse orden de captura contra él por “colaborar con los terroristas”.

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En el barrio Sandino explicaron que Zeledón entregaba alimentos y agua a los muchachos en los tranques, pero luego que lo señalaran, cesó el apoyo hacia los protestantes.

LA PRENSA buscó la versión del párroco Eliar Pineda, de la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles, en Jinotega, y a monseñor Carlos Enrique Herrera, obispo de la diócesis de este departamento, pero ambos prefirieron no opinar.

Barrio bravo

El barrio Sandino queda al pie de un cerro. Son apenas un par de calles cuesta arriba, cuyas casas se divisan desde lejos; apeñuscadas unas sobre otras. Cruzando la calle se encuentra el mercado de Jinotega, recién remozado por el alcalde sandinista Leónidas Centeno.

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El clima es muy fresco con respecto al resto del país. Hoy apenas una brisa amaina la mañana. Los policías, encima de camionetas de tina, van encapuchados con fusiles en las manos. Las calles siguen custodiadas por oficiales de uniforme azul oscuro. En donde era la casa comunal del barrio Sandino, ahora hay un comando de la Policía.

La casa comunal del barrio Sandino se ha convertido en un comando policial.
LAPRENSA/O.Navarrete

La lucha en este barrio inició después del 30 de mayo, cuando se cometió la masacre del Día de las Madres en distintos departamentos del todo el país. Las barricadas se empezaron a levantar aquí, en el barrio Sandino, y en el Camilo Ortega, ubicado apenas un par de calles a la par.

El enojo del alcalde Leónidas Centeno creció al enterarse de que la mayoría de personas que protestaban eran comerciantes del mercado de Jinotega. Una gran cantidad de vendedores viven en los barrios Camilo Ortega y Sandino.

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Todas las noches había acoso policial y paramilitar en el mercado. Durante el día había amenazas de quemas en el centro de compras. Entonces los comerciantes colocaron barricadas para cercar a las camionetas que pasaban rafagueando a los mercaderes todas las noches.

Hubo ataques de parte de turbas todos los días, hasta que provocaron la muerte de Abraham López, de 20 años de edad, el 8 de junio. Sin embargo, a partir de ese día la ciudad estaba cerrada con barricadas que hacían imposible la circulación de vehículos. En el barrio Sandino es donde había más, con gente vigilando día y noche, lo que daba una idea de que no se iban a quitar jamás.


Jinotega

El origen del nombre Jinotega, según los lingüistas, se deriva de las voces “Xiocahuilt” que significa “jiñocuabo” y “tecatl” que significa “habitante o vecino”. Otros consideran que significa “Ciudad de los Hombres Eternos o de la Ciudad Eterna”.

El 15 de octubre de 1891 la rica zona de Jinotega fue declarada departamento con cuatro municipios: Jinotega, San Rafael, La Concordia y San Sebastián de Yalí, y San José de Bocay. Por la ley de la Asamblea Nacional en 1989 se crearon los municipios de Santa María de Pantasma, Wiwilí y El Cúa Bocay. A partir de entonces el departamento cuenta con siete municipios.


Patito

A Abraham López le gustaba jugar futbol y andar a motocicleta. A los 20 años de edad apenas cursaba el cuarto año de secundaria. Siempre se salía de clases para trabajar. Nunca militó en un partido político y ni siquiera simpatizaba con la lucha azul y blanco.

Emeleida López, tía de Abraham López, el primer muerto en Jinotega. Ella enseña el hueco que dejó el disparo en la chaqueta que andaba puesta el día que lo mataron. LAPRENSA/O.Navarrete

Vivía con su tía Emeleida López en el barrio Carlos Rizo, en una casita apenas forrada con pedazos de zinc. Piso de tierra, varias fotos ampliadas adornan uno de los dos cuartos de este espacio. Afuera hay un tendedero donde cuelgan calcetines, calzoncillos y camisetas para niños, mientras que una hornilla cuece frijoles a fuego lento.

López se acomodaba en esta casa con una decena de sobrinos más. “Vos sos más que mi tía. Sos como mi hermana”, recuerda Emeleida que le decía Abraham. Ella tiene en sus manos un retrato de Abraham y la chaqueta que tiene el hueco del disparo que lo mató.

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“Él también se desangró. No dejaban pasar a la ambulancia, ni a nosotros sus familiares, para que lo atendieran. Era apenas un niño y lo mataron”, confiesa Emeleida.

Abraham cayó el 8 de junio, en uno de los primeros ataques de los paramilitares de Jinotega. Murió de un disparo por la espalda. Fue el primero en caer en esta ciudad. A la madre de Abraham no la pudimos entrevistar porque sufrió un derrame cerebral después de saber que su hijo había muerto.

Operación militar

El asedio del 23 de julio inició temprano. Los policías intentaban quitar las barricadas y los muchachos resistían. Las mujeres del barrio Sandino y Camilo Ortega salieron armadas con pailas, cazuelas y latas para sonarlas. Otras mujeres se sumaron a la protesta, mientras en otra calle se organizaba una marcha.

Así estuvieron toda la noche: vigilantes, atentos, precavidos ante cualquier ataque. Los jóvenes se quedaban en las barricadas, mientras algunas mujeres se iban a descansar o hacerles café para no perder el sueño.

El barrio Sandino ardió a las cinco de mañana. Varias escuadras de paramilitares y policías realizaron un operativo envolvente desde los cuatro flancos del barrio. Bajaron del cerro a punta de disparos y lanzaban ráfagas a todo el que topaban en el camino. A las 5:20 de la madrugada los sandinistas celebraban el territorio liberado.

Benito Rodríguez, junto a su prometida, Merling Espinoza. LAPRENSA/Cortesía

Los hombres del barrio se refugiaron en las casas de los vecinos y otros escaparon por el cerro. En el ataque, el presidente Ortega confirmó en entrevista con Telesur que habían muertos tres compañeros sandinistas. Sin embargo, en el comunicado de la Policía solo se reconoce a tres civiles muertos y cinco policías heridos.

Los vecinos del barrio creen que las turbas pudieron sufrir bajas, pero no las reconocieron. Hay varias versiones sobre que algunos cuerpos fueron trasladados en vehículos estatales.

Testigos consultados, que ocultaron su identidad, creen que posiblemente se hayan matado entre ellos: ya que al caer las fuerzas orteguistas por todos los ángulos, en el algún momento se empezaron a tirar de frente.

Hoy visitamos a una familia del barrio Sandino que ha sufrido balaceras. Uno de sus miembros está preso, otro está huyendo y un tercero está herido. Ellos han estado en los tranques desde el inicio, y confirman que en algún momento el barrio Sandino tuvo gente armada que resguardaba el lugar.

Durante estuvieron estos hombres armados, el barrio Sandino no registró ningún ataque. Días después que los armados se marcharon del lugar, la Policía ejecutó la operación. “Son tan cobardes que no lo hicieron cuando había gente que podía responderles. Esto solo lo pudieron saber infiltrando gente para tener esa información”, refiere a quien llamaremos H por su seguridad.

En las calles todavía hay huecos gigantes, como vestigios de los levantamientos de barricadas en toda la ciudad. Encima de los cerros hay varios francotiradores que vigilan cualquier movimiento que les parezca sublevación.

“Todos estos días han sacado a muchachos en camionetas. Se los llevan presos y después les imputan cargos falsos”, confía H.


Rearmados

En esta zona de Jinotega y Nueva Segovia, Augusto C. Sandino armó al Ejército Defensor de la Soberanía Nacional en 1927 para enfrentarse a las tropas de intervención de Estados Unidos y sus aliados nicaragüenses.

En los años 90, después de la desmovilización de la Contra y el desmantelamiento del grueso del Ejército Popular Sandinista, surgieron nuevos grupos armados que reclamaban el cumplimiento de los acuerdos de desmovilización.

Desde el año 2007 hasta la fecha, los grupos armados que aseguran estar alzados en rechazo al gobierno de Ortega se cobijan bajo la denominada Coordinadora Guerrillera Nicaragüense, que desde correos electrónicos y cuentas en redes sociales aseguran que su fin es derrocar al gobierno del FSLN.

Desde 2011 a finales de 2016 hubo más de una decena operaciones militares contra los grupos armados en Jinotega, el Caribe Sur y Nueva Segovia.


Ejecuciones

La bala que mató a Brayan Picado le atravesó el pulmón derecho. Bocabajo sobre su propia sangre quedó el muchacho de 23 años de edad. En el mismo piso donde estaba Brayan, se tiró para abrazarlo Maira Blandón, su madre. Lloraba aferrada a su cuerpo.

Un disparo en el pulmón cegó la vida de Brayan Picado. Lo capturaron vivo, según los testigos.

Brayan tenía 23 años pero era el “niño” de ella. Le preparaba su ropa, le arreglaba la cama y hasta dormía en ocasiones con él. “Mi niño no era ningún delincuente. Lo único que andaba era una hulera y unas chibolas chinas”, dice Blandón.

Blandón dice que fue combatiente de una milicia en Chontales en los años 80. Aprendió a disparar y caminar con un fusil a tuto. “Si hubiéramos tenido armamento pesado, yo que soy vieja, me hubiera arriesgado para defender a mi niño”, dice Blandón.

El día que lo mataron, Blandón vigiló toda la madrugada a su hijo desde una cuadra de distancia. “Cuando miré su cuerpo todavía estaba calientito”, manifiesta Blandón, que agarró una bandera azul y blanco y se la colocó en la cara a los policías que ya se habían apoderado de la zona.

El cuerpo de Brayan estaba cerca del de Leyting Chavarría, de 16 años de edad. A la familia de Leyting la buscamos pero su casa estaba completamente cerrada.

Un niño huérfano, de unos 13 años de edad, que caminaba en el barrio Sandino y era conocido como Toñito ese día señaló a los policías: “Vos fuiste el que lo mataste. Vos fuiste, yo te miré”. Desde ese día, Toñito también está desaparecido, pero no hay quien reclame porque no tiene familia, dicen los habitantes del Sandino.

Mientras los cuerpos iban enfilados hacia el cementerio, los policías se reían en la cara de los familiares. Ahora ellos miran que los adoquines se acomodan en las calles, los niños van a la escuela, como que si no ha pasado nada. Apenas quedan los recuerdos.

Maira Blandón asegura que su hijo solamente se defendía con una hulera y chibolas.
LAPRENSA/O.Navarrete

Brayan trabajaba en una panadería del barrio. El sábado 21 de julio le pagaron 650 córdobas por la semana. Brayan le dio seiscientos a su mamá, en tres billetes de doscientos. “Estos seiscientos córdobas no los voy a gastar. Es lo único que me quedó de él”, dice Maira, mientras me los enseña, partida en llantos.

En la foto su madre, Maira Blandón, abraza a su hijo Brayan Picado LAPRENSA/Cortesía

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