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La enfermedad del poder

La enfermedad del poder enceguece a los dictadores. Ellos creen que reprimiendo y matando ciudadanos terminarán las protestas

Querida Nicaragua: Es una epidemia propia de nuestra desdichada nación. Surgen hombres que llegan al poder y creen que es un cargo permanente, llegan a la cima y se enamoran del cargo y pretenden quedarse arriba todo el tiempo. Parecen estar soldados a la silla presidencial y no pueden despegarse de ella. Nos ha ocurrido varias veces desde la independencia hasta nuestros días. El último ejemplar que tenemos es el comandante Ortega, quien ha permanecido en el poder ya sea desde arriba o “desde abajo” desde 1980 hasta nuestros días, lleva pues 38 años en el poder. Él padece la enfermedad del poder. Y cuando los presidentes se convierten en dictadores empiezan a totalizar el poder, se van apoderando poco a poco de todos los poderes del Estado tal como lo estamos viendo ahora. Poder Legislativo, Poder Judicial, Electoral, Fiscalía, Contraloría, Policía, Ejército, etc., todos están bajo un solo poder: el Ejecutivo.

Abuso tras abuso han venido ocurriendo durante todos estos años y el pueblo ha permanecido como adormilado. La fantasía del país más seguro de Centroamérica ha quedado a un lado, la pasividad de los estudiantes con la autonomía perdida, los abusos incalificables de los administradores del Seguro Social, los abusos de la Policía y del Ejército, la soplonería casa por casa y barrio por barrio, todo esto tenía que estallar en cualquier momento y ante el gran abuso de querer subir las cuotas patronales y laborales del Seguro Social y de quitar el 5 por ciento a los jubilados, estalla la protesta de los estudiantes. Y el dictador suelta a sus fuerzas de choque y comienza a producir muertes entre el pueblo, pero no hay nada que detenga el movimiento popular que ha sido como el estallido de un volcán.

La enfermedad del poder enceguece a los dictadores. Ellos creen que reprimiendo y matando ciudadanos terminarán las protestas, pero es lo contrario, entre más muertos, entre más heridos, entre más presos políticos y desaparecidos mayor es el reclamo del movimiento popular. Cada muerto en esta lucha, y van más de 300, significa una madre adolorida que protesta, una familia entera que sale a las calles a protestar, es un reclamo justo y permanente, algo de nunca acabar. Y esto no lo entienden los dictadores porque padecen la enfermedad del poder.

La semana pasada tuve la impresión de estar viviendo en la Edad Media al ver un reportaje del diario LA PRENSA con la fotografía de tres muchachos de los autoconvocados: Kevin Rodrigo Espinoza, Marlon José Fonseca y Hansell Manuel Vásquez; ellos fueron llevados al juzgado, como si fuesen peligrosos criminales, encadenados de pies y manos. La enfermedad del poder no tiene límites.

El autor es director general de Radio Corporación.

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