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Una victoria que es derrota

Con su operación “plomo” Ortega emprendió su inventada guerra para limpiar los tranques y las barricadas que el pueblo había organizado para su defensa. Si esa “limpieza” la creyó una victoria realmente significó una derrota estratégica que acelerará su caída.

Para que un conflicto pueda ser considerado guerra debe ser esencialmente armado, requiriéndose el uso de armas por los bandos que se enfrentan. Tal característica no existe en Nicaragua. Los Ortega Murillo organizaron y armaron una poderosa fuerza paramilitar bajo un mando unificado con sus propias fuerzas policiales, armaron un ejército, para masacrar a pobladores indefensos.

Las consecuencias de la ofensiva orteguista recuerdan las de la ofensiva del Tet, que pese haber sido una victoria táctica de los Estados Unidos impulsó su posterior derrota y salida de Vietnam.

Ortega olvidó que la guerra es más que un enfrentamiento militar, genera una serie de procesos ideológicos, políticos, sociales, económicos, diplomáticos e incluso morales, campos en los que ha perdido. Asesinar a su propio pueblo y continuar reprimiéndolo indefinidamente solo le ha llevado a perder toda legitimidad interna e internacional, el repudio resultante no tiene parangón en la historia reciente.

La opción por el terrorismo de Estado y la masiva violación de los derechos humanos por sobre la negociación y el acuerdo político nos ha confirmado que tras la dictadura llega el despotismo y tras el despotismo el envilecimiento que pronto provoca la pérdida del poder. El gobierno sabe que ha sido derrotado y conoce las consecuencias políticas de sus actos y por ello ha desarrollado una ofensiva mediática que, divorciada de la verdad, más bien ha profundizado el deterioro de su imagen.

La pérdida de legitimidad y de confianza en la dictadura ha afectado gravemente la economía, alejando la posibilidad de recuperar el empleo y la inversión, poniendo en riesgo todo el andamiaje que sostiene las actividades productivas del país; su derrota es consecuencia de su aparente éxito militar que requiere cada día de una mayor represión con sus fuerzas paramilitares desplegadas, actuando como un auténtico Ejército de Ocupación. De poco o nada le servirá tratar de institucionalizar a su ejército mercenario o conseguir un escenario a su favor en un nuevo diálogo con mediadores o contrapartes impuestos; cuando se transgreden todos los límites abusando del poder, se destruye la propia credibilidad tornando inalcanzable la gobernabilidad.

Renegar de la familia democrática que conforma la OEA con sus valores y principios, aun con sus limitaciones y fallas, únicamente traerá más sufrimiento y la posterior salida de Ortega cuyo régimen ya empieza a ser visto como un paria internacional comparable a la Sudáfrica del apartheid que aunque quiso sostenerse por la fuerza tuvo que reconocer su derrota.

El autor es abogado.

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