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El fin del baile

Todo aquello se ha descompuesto. Quienes cantaban sus letras renunciaron. El último comandante leal a Daniel (Bayardo Arce) reconoció, con la boca pequeña, durante los primeras días de la represión, que el Gobierno se había equivocado; que las fuerzas del Gobierno habían golpeado a manifestantes pacíficos, que la Policía se había extralimitado y que los muertos eran estudiantes. El asesor económico del presidente no volvió a hablar en público.

Desde entonces, la política de comunicación esquizofrénica del Gobierno fue voltear todo lo que pasaba y hacer parecer a las víctimas culpables. Pero el camino de la mentira es una espiral que apenas tiene vuelta atrás, y solo cabe seguirlo hasta el fondo. Y están en ello. La humillación y escarnio a personas como Medardo Mairena; la obstaculización de los observadores de Derechos Humanos que no dicen ni ven lo que el Gobierno quiere, son más pasos hacia esa espiral perversa.

Reclaman justicia para un número de víctimas que creen suyos, 198 dicen. Porque más de 300 o de 400 les parece que salpica demasiado. Pero los 198, dicen son por culpa de golpistas, terroristas y vándalos pagados por Estados Unidos y azuzados por el demonio. Argumentos que en otro siglo y en otro tiempo alguien podría creerse y sin juicio.
Ya hoy, el sistema judicial, salvo honrosas excepciones de gente que no se ha prestado a ello, se ha convertido en un engranaje corrupto al servicio de una familia enferma de poder. Es un camino sin retorno. Y cuando tengan a un número aproximado de culpables que les parezca conveniente, aparecerán más. Porque la población seguirá protestando y caerán más personas, como ocurrió en Matagalpa. No permitirán una marcha sin que ellos pongan una contramarcha y fomenten que el pueblo mismo se enfrente.

Y Rosario seguirá leyéndonos la Biblia, y pidiendo justicia, su justicia en esa voz que crispa los nervios. Y hablará de paz y amor, pero antes de venganza, pues la justicia que pide se llama venganza. Pero como es una venganza inventada, necesita teatralizarla y montar caravanas con grotescas representaciones y montar imágenes de familias reunidas y celebrando en sus lindos parques y montar marchas y contramarchas. Porque el montaje y el teatro es el único lugar posible donde tienen sentido sus engaños.

De las banderas del Frente, de los sueños de la revolución, de la sangre de tantos jóvenes caídos, ¿qué queda? La sombra de los carteles de dos personas mayores, él y ella, cuyos rostros dañados por el tiempo y la ambición van descomponiendo. Triste final el de convertir el sandinismo en la veneración de un solo líder y en la única voz de una mujer que vendió todo por el poder.

Algunos sandinistas ya hablan de cómo podrá sobrevivir el sandinismo después de Daniel y Rosario. No han dejado títere con cabeza. Y de momento, solo ellos tienen la lealtad de los armados. Y estos también, algún día, muy pronto, empezarán a darles la espalda.

Porque solo hace falta que alguno en la cadena de mando se deje guiar por el sentido común y no por la fidelidad a unas personas.

Daniel y Rosario no son nadie si no hay quién esté dispuesto a matar por ellos. Y todavía los hay. Son los que cantan “aunque duela”. Dejarán de cantar. Y algún día, no muy lejano, cuando se busque justicia de verdad, fuera de este montaje, cuando se pregunte quiénes fueron los que dispararon, será difícil encontrarlos, bajo esas capuchas cubiertas de noche. “Nosotros solo acatábamos órdenes”, dirán.

¿Y el baile? El baile también. También nos ordenaron bailar con los fusiles.

El autor es periodista.

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