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Carlos Hernández actualmente se encuentra esposado a la camilla del hospital y custodiado por tres policías. LAPRENSA/O.Navarrete

La historia de Carlos Hernández, el hombre esposado a la camilla de un hospital

Estuvo esposado en la camilla de un hospital, mientras se le pudría una pierna balaceada por la Policía. A este hombre, acusado de robar una bicicleta, lo custodian tres oficiales las 24 horas del día

La pierna izquierda de Carlos Hernández está inerte, inmóvil: no le sirve. Sigue acostado en la cama del hospital de Granada, con la cara llena de dolor, los ojos nerviosos, la voz bajita. En este cuarto hay un inevitable hedor a orines, heces fecales y sangre. Un gran verdugón zurcido le cubre todo el muslo, la seña de un balazo poco más arriba y otras puntadas abajo de la ingle.

“Yo no puedo ir a la cárcel así”, dice Hernández, antes de despedirse. “Cuídese de los policías que están afuera”, agrega, refiriéndose a los tres oficiales que lo custodian de día y noche, en dos turnos de doce horas.

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De esta cama, Carlos Hernández, de 31 años de edad, no se ha movido desde el 5 de julio, cuando su imagen se conoció en las redes sociales: esposado de la mano izquierda en el espaldar, con la pierna izquierda morada, esperando a que en el Hospital Amistad Japón, de Granada, hubiera los materiales para operarlo.

“Nunca había (materiales) y así se quedó durante todo un mes”, dice Mariela García, su esposa, quien ha denunciado el caso de Hernández en redes sociales, medios de comunicación y organismos de derechos humanos.

Carlos Hernández era ayudante de albañil.LAPRENSA/O.Navarrete

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Al inicio, los medios de comunicación orteguistas afirmaron que Hernández fue uno de los rebeldes que participaron en la quema de la Alcaldía de Granada y una rastra de la municipalidad que en ese momento se encontraba en el malecón.

Sin embargo, la verdadera acusación contra Hernández, según el documento en poder de LA PRENSA, es por supuestamente realizar un robo el 23 junio contra Vladimir Jarquín, a quien habría apuntado en la sien con un arma hechiza para arrebatarle un celular, una bicicleta y 300 córdobas. Según la acusación, Hernández le disparó a Jarquín a los pies, pero no lo impactó.

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El 5 de julio, según la acusación, dos policías arrestaron a Hernández. Durante la detención habría disparado contra los oficiales, y es por eso que le respondieron con balazos. La Policía le encontró la misma arma hechiza con la que supuestamente asaltó a Jarquín, además de otras municiones.

Esta es la acusación donde se indican los robos que supuestamente habría cometido Carlos Hernández. LAPRENSA

En el hospital a Hernández le hicieron pruebas de parafina para detectar si había disparado, sin embargo, los resultados no se encuentran en las pruebas judiciales.

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Los disparos ocurrieron en el barrio La Sabaneta, hasta donde LA PRENSA llegó y conversó con los familiares y testigos presenciales del hecho, quienes afirman que fueron sujetos encapuchados y no policías uniformados quienes dispararon contra Hernández. Lo sometieron, y ya detenido, le detonaron el balazo que le fracturó el fémur.

Los seis primeros días lo mantuvieron esposado a la camilla. LAPRENSA/Cortesía

Detalles

En la acusación de la Fiscalía, se indica que Carlos Hernández cometió el supuesto robo a las 9:30 p.m. del 23 de junio. Andaba acompañado de otro hombre, del cual no se tiene identificación. El celular supuestamente robado es sencillo, de cámara, color negro, marca Verykool, valorado en 550 córdobas. Además de los 300 córdobas en efectivos, según la acusación, Hernández robó una bicicleta estilo montañera, número 26, marca Shimano, color negro, valorada en dos mil córdobas.

Los oficiales de la móvil 0554, a cargo del inspector Luis Antonio Miranda, fueron quienes de detuvieron a Hernández. Las detonaciones las habrían hecho con pistolas Bersas 9 mm.

La calificación legal es robo agravado y portación ilegal de armas de fuego o municiones.


Los balazos

La vida de Carlos Hernández cambió el 5 de julio. A las cinco de la mañana de ese día, unos policías encapuchados entraron a culatazos en la casa de Rosa Estebana Bustos, su madre. Registraron la vivienda buscando armas o municiones. No encontraron nada. Tampoco hallaron a Hernández, quien en ese momento se encontraba a unas pocas cuadras.

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Alguien del barrio le avisó a Hernández que la Policía había “caído” en su casa.

—No importa —contestó—. Yo no le he hecho nada a ellos (la Policía) para que me anden buscando.

El balazo le fracturó el fémur. LAPRENSA/Cortesía

A las siete de la mañana los policías se habían marchado del lugar. Hernández platicaba con un amigo en la esquina del barrio, cuando miró que dos encapuchados, vestidos de civil, se acercaban en una motocicleta. Decidió correr. Se escucharon cuatro tiros. Hernández cayó en un arroyo, a pocos metros de su casa. Gritaba. Algunos vecinos se acercaron, mientras una patrulla de la Policía llegaba y acordonaba el sitio.

“Uno de los hombres lo enchachó. El otro le gritaba. Yo venía bajando porque Carlos pedía ayuda, cuando miro al policía con la pistola que lo apunta y ¡bam! ¡Le dio!”, dice una persona que miró el preciso momento en que uno de los encapuchados le disparaba.

Estando en el suelo, Carlos Hernández recuerda que uno de los hombres le dijo:

—¿Ya viste hijueputa? Por andar de tranquero, así te quería agarrar. Ahora vas a sufrir, vas para largo, porque no vas a salir. —En ese momento, dice Carlos, el hombre le hizo la otra detonación: ¡Bam!

“Ese disparo es el que me desbarató el fémur y me dejó desgraciado”, dice Hernández, en la cama dos del cubículo cuatro del Hospital Amistad Japón.

—¿Por qué le diste? Ya lo tenías enchachado —le reclamó uno de los testigos consultados para este reportaje.

—¡Qué no sabe que este hijueputa es delincuente! —le respondió el hombre.

“Él (Carlos) estaba cerquita, sentado en el suelo, y él le tiró”, asegura el mismo testigo. “Lo sacaron del arroyo y lo tiraron a la camioneta”.

El calvario de Carlos Hernández apenas empezaba.

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Presos políticos

La Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH) estima unos 132 presos políticos detenidos de forma ilegal.
Según la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, existen una serie de características para catalogar a alguien como preso político. Lo primero es que la detención debió hacerse de manera arbitraria y violentando derechos humanos fundamentales.

De hecho, los procedimientos de esas detenciones se asemejan a secuestros. Las detenciones se dan de manera injusta. Hay vicios de discriminación, principalmente bajo argumentos políticos.

Se les inculpa de delitos que no cometieron y se les imponen condenas desproporcionadas. Estas condenas no corresponden tampoco al presunto delito que les imputan.


El pecado

El barrio La Sabaneta está en la periferia de Granada, ciudad conocida por sus calles empedradas, iglesias con diseños arquitectónicos de estilo colonial, casones que tienen en su interior cuatro corredores y amplios balcones, desde donde se podía ver a los turistas europeos y estadounidenses caminando sobre sus andenes.

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Pero en La Sabaneta y demás barrios colindantes la realidad es otra. Son casas pequeñas, mal pintadas, construidas con bloque o minifalda —mitad concreto y mitad tablas—, algunas con ladrillos, o piso de tierra, con los patios separados por alambradas, desde donde se pueden ver los escusados apenas tapados por plástico negro.

Así es el barrio y la casa donde nació Carlos Hernández. De hecho, su mamá compró el terreno cuando se fundó este barrio, meses antes de que naciera. Fue en el mismo colegio del barrio que conoció a Mariela García, cuando ambos era adolescentes: ella 16 años y él 19.

La esposa de Carlos Hernández Mariela García, es quien a denunciado el caso ante los Derechos Humanos. LAPRENSA/O.Navarrete

Hernández en el barrio es conocido como Cagachirre. Tiene varios tatuajes en el cuerpo, al igual que su pareja, Mariela, una morena de mirada penetrante, con quien tiene tres hijos: de 13, 12 y seis años de edad. “Ahora ¿quién va a mantener a esos niños si él no va a poder trabajar?”, dice Mariela.

Cagachirre era ayudante de albañilería. Para probarlo, Mariela muestra fotos donde aparece con un chaleco —anaranjado y amarillo— y un overol, en uno de los proyectos que trabajó. “Cuando no trabajaba de albañil, vendía cosas, ropa, todo lo que podía para poder ganar reales”, dice Estebana Bustos, su mamá.

En un informe forense, en poder de LA PRENSA, realizado por el Instituto de Medicina Legal (IML) para determinar el estado de salud de Hernández, se determina que como “antecedentes no patológicos personales” fuma cigarro, toma licor desde hace dos años todos los fines de semana y consume marihuana. “Apuñalado en 2010, tórax anterior y posterior”, se lee en “antecedentes quirúrgicos”.

Esta es la imagen donde Carlos Hernández sale dando declaraciones a la televisión, que según los familiares, fue la que provocó que los sandinistas del barrio lo reconocieran. LAPRENSA/Cortesía

A poco más de una cuadra de la casa de Carlos Hernández, en un terreno ubicado a la orilla de la calle principal del barrio, hay un grupo de personas que ha hecho champas para demarcar las tierras. “Son los tomatierras del barrio Maldito y otros barrios que caminan con la Policía”, refiere uno de los vecinos que está en contra de estas invasiones.

“Para reprimir a la gente, los policías se aliaron con los pandilleros del barrio Maldito. Y ahora ellos son los que se están tomando las tierras”, agrega. Antes de la crisis política que inició en abril, la Policía Nacional no entraba en el barrio Maldito, “a pesar de que a diario se daban enfrentamientos de pandilleros, había muertos y mujeres violadas”, resalta otro de los habitantes de La Sabaneta.

A como varios hombres del barrio, Cagachirre participó en las marchas y los tranques que se realizaron en Granada. El “pecado”, según él, fue que salió dando declaraciones en varios medios de comunicación televisivos y los sandinistas del barrio Maldito y La Sabaneta, su propio barrio, lo reconocieron y lo “sapearon”.

Tres policías custodian a Hernández, acusado de robarse una bicicleta. LAPRENSA/Cortesía

Calvario

Durante los primeros seis días en el hospital, Carlos Hernández mantuvo esposada la mano izquierda al espaldar de la cama. Al séptimo día, por insistencia de su madre, Rosa Estebana Bustos, los oficiales decidieron soltarlo, al ver que se le entumía y se le iba poniendo morada.

“Algunos médicos del hospital tomaron represalias contra él por andar en las marchas. No lo estaban curando ni poniendo nada de medicamentos”, confía la madre de Hernández. “La pierna la tenía azul, azul, le dolía, y lo único que decían en el hospital era que no había materiales para la operación, que iba a tener que esperar de seis a ocho meses”.

Una semana antes de que llegáramos a verlo al hospital, Carlos Hernández fue sometido a una operación en el fémur. “Un doctor de Managua vino y me dijo que él había puesto todos los materiales que hacían falta para operarlo”, dice Mariela García.

La operación duró siete horas y de la sala de operaciones pasó a la Unidad de Cuidados Intensivos. “El doctor del hospital me dijo que la operación había sido un éxito y que se está recuperando satisfactoriamente”, confiesa García.

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Éxito es una palabra que quizá no se debería utilizar para definir el estado de una persona que ya no le dan esperanzas de volver a caminar por sí misma. Quizá, eso sí dijeron los médicos, no tendrán que amputarle la pierna, pero lo cierto es que le ha quedado inservible.

“Me duele demasiado”, me dijo Hernández, apretándome la mano en la sala del hospital. “Él llora porque le duele demasiado, pero las enfermeras dicen que no le pueden estar poniendo morfina (medicamentos para el dolor) a cada rato, porque se puede ir en una hemorragia”, manifiesta su esposa.

Rosa Bustos, madre de Carlos Hernández. LAPRENSA/O.Navarrete

Rosa Estebana Bustos, la madre, es quien lo baña en la misma camilla de la sala porque su hijo no se puede levantar. Le aplica un champú en todo el cuerpo y lo enjuaga con trapitos. Le unta bastante desodorante y le ayuda a orinar y defecar. “Lo que hago es apartar una parte del colchón y ponerle una bacinilla para que defeque, porque él no se puede mover. No puede nada ahorita. Ahí mismo defeca”, dice Bustos.

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Ahí, a la par de la camilla de su hijo, Rosa Bustos ha llorado junto a él. “Me mata ver a mi hijo inmóvil en esa cama”, asevera. “Todo lo que le han hecho es injusto”, añade la señora, quien no olvida el día que montaron a su hijo “como un animal” a la camioneta, y ella corría como loca detrás de la patrulla.

Secuestrado a la cama

El peor temor de Carlos Hernández no es perder la pierna, sino que lo envíen a la cárcel en la condición que se encuentra. Los policías a cada momento le recuerdan que en cuanto se recupere lo enviarán a la prisión, y prueba de ello, es que ya tiene audiencia programada para este 20 de agosto.

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Anoche, un viento helado que él le llama “sereno” dice haberle agravado los dolores en la pierna. “Como tengo bastantes clavos dentro de la pierna, eso me está afectando demasiado”, dice, mientras señala la herida de cuarenta puntos e injertos que usaron para rellenarle parte de la cadera.

“Lo que temo es ir a la cárcel. Más en esta condición que me encuentro, porque ¿quién me va a ver allá adentro? ¿Quién me va a llevar al baño? ¿Quién me va a ayudar a hacer mis necesidades? porque ahí (en la cárcel) es más crítico todo”, expresa.

En los últimos días, Carlos Hernández ha sido esposado nuevamente. LAPRENSA/Cortesía

Desde hace más de un mes que Carlos Hernández no puede ver a sus hijos. No los puede abrazar. Su familia, dice, está en peligro: a algunos miembros los han golpeado o asaltado tras salir del hospital. A inicios de esta semana, a su esposa la sacaron del cuarto a la hora de la visita y la amenazaron con meterla presa.

“La verdad de las cosas es que no hallo qué hacer, yo necesito ayuda, necesito irme a mi casa. Estoy así solo por reclamar que nos sentimos presionados en este país”, dice, con lágrimas en sus ojos. “Estoy prácticamente secuestrado a esta cama”.

Por un momento Carlos Hernández se ha olvidado de los dolores, de los mareos que le dan los analgésicos que toma, de las canalizaciones y las diarreas que dice haber sufrido, pero que no le gusta decir cómo resuelve. No puede dar un paso, darse un baño o lavarse la mano, mientras sigue latente la amenaza de ir a prisión.

Con su esposa, Mariela García, con la que convive desde que ambos estaban adolescentes. LAPRENSA
Desde la sala de varones del hospital de Granada. LAPRENSA/O.Navarrete
El estado de la pierna de Carlos Hernández, antes de la operación. LAPRENSA/Cortesía

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