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Democracia y paz definitiva

Cuando se firmaron los Acuerdos de Paz al final de la década de los ochenta, las prioridades estaban encaminadas a terminar con los conflictos armados internos que desangraban las naciones de Centroamérica, corriéndose el riesgo de la regionalización del conflicto, en medio de la Guerra Fría que alentaba las confrontaciones. El desarme era prioritario para pasar a la recuperación de los espacios de libertad cerrados en virtud de la guerra y a fin de crear las condiciones que garanticen “el irrestricto respeto de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos” que pasa por una amnistía, cese del fuego, democratización y elecciones libres.

Después de más de treinta años de la firma de Esquipulas II por los presidentes Oscar Arias, Daniel Ortega, José Azcona Hoyos, Napoleón Duarte y Vinicio Cerezo, en Nicaragua regresamos al punto de partida ahora en un contexto mundial diferente, con nuevos y viejos actores, pero con las mismas mañas. No estamos en guerra fría pero el intervencionismo ruso y de las izquierdas aglutinadas en el Foro de Sao Pablo, es más que evidente. La presencia ideológica del modelo chino y cubano y la influencia venezolana pretenden convertir nuestro país en una isla en tierra firme. Anclada en el centro del istmo centroamericano, pero con cordones umbilicales con La Habana, Caracas y La Paz, alineados a un pensamiento cuyo autor, el alemán Hans Dietrich Stefan, padre del “Socialismo del Siglo XXI” ha admitido que no funciona por “la falla del hombre”.

En Nicaragua ese “socialismo alegre” lo encarnan las luces, los colores, las fiestas y actividades religiosas manipuladas desde el Gobierno, los arbolatas ahora en declive gracias al despertar de la conciencia crítica de un pueblo que creíamos se había quedado en la etapa de la conciencia mágica e ingenua. Pero no fue así. Ahora estamos en una fase de la lucha del pueblo nicaragüense por recuperar su derecho a la vida los que aún estamos vivos, el derecho a la libertad los que aún estamos libres, el derecho a opinar, los que aún opinamos, pero ahora con más fuerza después de las masacres, el deber de que haya justicia para los responsables de crímenes sin justificación ni fundamento, es ya un imperativo moral y político. No más amnistías para los asesinos ni para los que siguen abusando y pisoteando la dignidad de todos y cada uno de los nicaragüenses. Los agredidos y los que aún no lo son, porque cada acción contra un compatriota es contra todos y cada uno de nosotros y nuestros descendientes.

Es contra la restauración de la República y una patria libre para todos, que requiere necesariamente justicia y democracia, precondiciones para una paz firme y duradera, la que no logramos con Esquipulas II.

El autor fue miembro de la Comisión Nacional de Reconciliación creada en virtud de los Acuerdos de Paz Esquipulas II.

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