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Nazismo en Nicaragua

Daniel Ortega calificó de nazis a todos los participantes en las protestas que comenzaron el 18 de abril contra la impopular reforma del Seguro Social, las que por la brutal represión gubernamental se convirtieron en multitudinarias manifestaciones callejeras, tranques en las carreteras y barricadas en las ciudades, demandando el fin de la dictadura orteguista.

Ortega dijo este miércoles ante una concentración de sus seguidores y empleados públicos obligados a asistir una conmemoración partidista del 40 aniversario del asalto sandinista al Palacio Nacional, que lo ocurrido en los últimos meses “fue un levantamiento criminal armado en contra del pueblo, en contra de las instituciones del Estado y contra quienes fueron señalados como sandinistas. Así como los nazis decían que había que acabar con los judíos, estos nazis decían que hay que acabar con los sandinistas”.

Por supuesto que lo dicho por Ortega hay que entenderlo al revés. En ese mismo discurso dijo que cuando volvió a tomar el poder, en enero de 2007, el Seguro Social estaba quebrado. Pero la verdad es que en esa fecha el INSS tenía un superávit de 1,691 millones de córdobas, y a fines de 2017, como consecuencia de la corrupción y la ineficiencia administrativa la institución había acumulado un déficit de 2,373.8 millones de córdobas. No son cifras inventadas, son estadísticas del Banco Central.

Los científicos sociales y políticos no reconocen el nazismo como una ideología. Sin embargo, el papa Juan Pablo II que ahora es un santo de la Iglesia católica lo caracterizó como “ideología del mal”, igual que el comunismo contra el cual luchó en su natal Polonia y lo denunció en todo el mundo, incluso en Nicaragua cuando vino por primera vez, en 1983.

Pero sea ideología o no, lo cierto es que el nazismo es un sistema de poder extremadamente perverso y cruel que se basa en el odio irracional de los gobernantes hacia quienes los adversan, en el exclusivismo político del partido oficial, en el control totalitario del Estado y la sociedad, en un omnipresente sistema de espionaje y seguridad del Estado, en la militancia de una juventud fanatizada, en el control de la información pública y su sustitución por la propaganda oficialista, etc.

El orteguismo es también un régimen absolutista, como el nazismo, enemigo de la libertad, del Estado de derecho, la democracia, las elecciones libres y los derechos humanos, por lo cual los estudiantes y todos los ciudadanos nicaragüenses autoconvocados se alzaron en la insurrección cívica.

No deja de ser irónico que el mismo día que Ortega calificó de nazis a los autoconvocados, un escolar de 14 años de edad denunció que varios policías, utilizando una jeringa, le grabaron en la piel de un antebrazo las letras FSLN. Para quienes no lo sabían, los nazis alemanes tatuaban de esa manera, en la piel de los brazos de sus prisioneros, los números que les asignaban al ingresar en los campos de concentración y de exterminio.

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