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Los 11 principios de Goebbels

Los once principios de la propaganda de Goebbels, cuyo objetivo es manipular a las masas, someterlas ciegamente a la dominación violenta, parece que la propaganda orteguista los siga literalmente, como si se tratara de una partitura musical. Seguramente, esta coincidencia es obra de la semejanza espiritual con el nazismo, y no de que este régimen dinástico, esencialmente negligente y caprichoso, haya estudiado conscientemente la técnica nazi de manipulación.

Ambos fenómenos políticos, el nazismo y el orteguismo, apuntan a la manipulación de la conciencia más que a la afirmación de ideología alguna. Y la propaganda de ambos refleja esa falta de ideología, que viene suplida en ambos casos por la discrecionalidad de un caudillo mesiánico con poderes absolutos. De modo, que los principios propagandísticos que ambos aplican sirven a la manipulación política desde formas de gobierno de igual naturaleza.

Una propaganda sin ideología debe apelar, necesariamente, a los prejuicios más primitivos en una sociedad enferma.

La ideología tiene su componente vital en las relaciones sociales que resultan de las condiciones objetivas de existencia y de trabajo. La manipulación de la conciencia, en cambio, sugiere que una voluntad superior es en grado de crear las condiciones de existencia apropiadas, y apela a la obediencia ciega a ese caudillo único, especialmente destinado para tomar las decisiones a nombre del pueblo.

Goebbels, en todo momento, intenta estimular esas respuestas colectivas no racionales, que apelan en última instancia a la sobrevivencia instintiva gregaria.

El nazismo, en su fase de ascenso, pretendió encarnar el espíritu alemán destinado a la conquista del mundo. Los nazis gritaban Sieg Heil, o eterna victoria. El orteguismo, en su decadencia, se enfrenta al mundo, para defender su derecho a imponerse a la sociedad. Aquí, durante la crisis, Ortega grita un slogan miserable: ¡El komandante zekeda!

El orteguismo ve a la sociedad integrada por creyentes serviles, y por golpistas que debe reprimir. De ahí, que una protesta cualquiera sea un sacrilegio.

Durante la crisis, Ortega se ve a sí mismo rodeado de golpistas. Los estudiantes descontentos son golpistas, los jóvenes, los ancianos, los niños, todos son golpistas. Los médicos, los periodistas, los profesores, la Iglesia, la comunidad internacional, los organismos de derechos humanos nacionales, de la OEA y de la ONU, son golpistas. Una mente esotérica, al ver derribados los árboles de lata, concluye que hasta los astros se han alineado en una conspiración golpista.

Los principios de Goebbels no tienen validez cuando también para la gente sencilla el cambio en curso apunta a la caída del régimen. Cualquier propaganda, para que surta efecto debe sustentarse en una conquista creíble. Aquí, todas las aspiraciones de mejoría están asociadas a la caída del régimen. Y la solución de la crisis apunta en ese sentido.

Ingeniero eléctrico

Opinión Daniel Ortega Goebbels archivo
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