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Abril a septiembre

Hace un año y medio volví a Nicaragua. A la alegría de volver después de 2 décadas al paisito chiquito en que naciste, la reemplazó bien pronto el dolor y la rabia.

Con más de 400 personas asesinadas por reclamar sus derechos —la mayoría jóvenes—, un millar de desaparecidos, torturados, secuestrados, capturados, condenados y medio millón de exiliados, compruebas con horror la crueldad despiadada de una izquierda consumida por el apego enfermizo, obcecado y corrupto al poder; dirigentes vencidos por una visión mesiánica, esquizofrénica, autoritaria y tiránica del ejercicio de gobierno, imponiéndose por medio de la represión, con métodos que creíamos sepultados en el pasado.

A ratos me siento en una butaca del viejo Cinema 2 viendo una película de terror, con la esperanza de que acabará pronto, apagarán las luces y saldremos todos sanos, ilesos y libres de semejante barbarie.

Luego vuelvo a la realidad de un país en el que reina el espanto, en el que la condena es general y común en todo el espectro político: centro, derecha e izquierda; en el que los votantes sandinistas, estamos más perplejos e indignados que el resto del país al contemplar el monstruo que ayudamos a crear.

Un patrón perverso se repite irremediablemente en nuestra historia.

¿Están nuestras aguas envenenadas de alguna bacteria que causa dinastía y afán de muerte? Cómo explicar, si no, la ineficacia de tanto esfuerzo invertido para vencer la lógica de la opresión y que la veamos alzarse de nuevo intacta y renovada cada medio siglo.

No sé cuántas vidas más costará resolver esta crisis. Sí sé que saldremos de ella y que el abuso saldrá derrotado. ¿Por qué lo sé? Porque nací en un pueblo testarudo y acalorado. En un pueblo de piel curtida que aguanta, aguanta y aguanta sol duro y picante pero que también se harta del abuso. Y cuando dice basta no hay quien lo contenga.

Explota y arrasa lo que se cruce en su paso. Así lo mates, lo amenaces, lo persigas, lo tortures. Este pueblo espera agazapado y cuando menos esperas se lanza a la calle en olas enormes y potentes hasta arrasar con sus males.

Por eso tengo certeza de que la crisis se resolverá. Por eso sé que quienes se imponen a través de la represión, el crimen y la tortura serán vencidos. Y sobre esta tierra arrasada volverán la mesura, la sabiduría, el civismo, la cordura, la sensibilidad, los derechos arrebatados.

Y se hará justicia.

Las dictaduras se repiten en nuestra historia, pero se repiten también sus derrocamientos.

Y todas las veces, todas, la vida venció a la muerte. La alegría venció al llanto. La risa al dolor. El valor al miedo, a la sangre. Y la justicia prevaleció siempre. A veces tarde pero infalible.

La autora es periodista

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