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Atentos a escuchar

Hoy vivimos en el mundo de la comunicación, del ruido y de los sonidos y, paradójicamente, es cuando menos nos oímos y escuchamos entre los seres humanos.

Hablamos a voces y nadie nos escucha. Gritamos, pero nadie nos oye. Buscamos el diálogo y la comunicación con los otros y los otros nos dicen que nada tienen que decir ni hablar con nosotros.

Los miembros de la familia quisieran comunicarse, pero ninguno tiene tiempo para escuchar al otro. En nuestros trabajos y actividades vivimos con gente pero no nos comunicamos con ellas.

En las familias se vive esta dificultad: Los esposos parece que nada tienen que decirse el uno al otro. Los padres no tienen tiempo para escuchar a los hijos. Los hijos cierran voluntariamente sus oídos para no escuchar a los padres. No les interesa lo que les dicen.

Dios nos sigue hablando; pero nosotros nos hacemos los sordos para no escucharlo. Vivimos en un mundo con escasez de gente con capacidad de escucha.

Esta sociedad en la que vivimos es una sociedad de sordos voluntarios. Da la impresión de que le tememos escuchar a los demás, porque podemos encontrarnos con la verdad que no queremos ver. Porque al escuchar al otro, podemos darnos cuenta de que debemos corregir muchas cosas que no marchan bien en la vida y no queremos hacerlo. Porque el otro me puede comprometer y yo no quiero hacerlo.

Ante la curación de un sordomudo por parte de Jesús quien cura la sordera, y la gente se quedaba admirada de Jesús porque “Todo lo hacía bien; habría los oídos a los sordos y la boca a los mudos” (Mc. 7, 37).

Dios no nos quiere sordos voluntarios; por eso quiere abrirnos los oídos (Is. 50, 4) y se queja porque somos un pueblo “de rebeldes que, teniendo oídos, no queremos oír”, como nos dice el profeta Ezequiel (Ez. 12, 2).

Dios siempre tiene sus oídos atentos “a los gemidos de su pueblo”, como nos dice el libro del Éxodo (Ex. 2, 24; 3, 7). Oír, escuchar al otro es un valor absolutamente necesario para la vida y la convivencia. Quien no sabe o no quiere escuchar, no sabe vivir ni convivir. Estar dispuestos a escuchar al otro significa: amar a quien nos quiere hablar. Amar la vida, como dice el profeta Isaías: “Atiéndeme… escúchame y vivirás” (Is. 55, 3).

Prevenir posibles errores y caídas, como nos dice el profeta Jeremías: “Ustedes han cometido todas estas maldades porque no me han escuchado… Por más que les hablaba, menos me hacían caso” (Jer. 7, 13).

Escuchar es cosa de sabios y de gente que ama la vida y la convivencia, como nos dice el libro de los Proverbios: “El sabio escucha y aumenta su sabiduría” (Prov. 1, 5). “Escucha mis enseñanzas y serás sabio” (Prov. 8, 33).

En fin como dice el refrán: “No hay peor sordo que el que no puede oír; pero hay otro peor: el que por una oreja le entra y por otra le sale”.

El autor es sacerdote católico.

Opinión Dios archivo
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