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La secta

La orden parece clara. No podrá haber nunca, entre los dirigentes del FSLN, un debate o discusión interna sobre la reacción del gobierno ante la crisis que estalló el pasado 18 de abril. (Aunque aquí se abre la pregunta: ¿queda algún dirigente que no sea Daniel y Rosario?).

Las única autocrítica que oímos, luego olvidada y silenciada, fue la reacción de Bayardo Arce. En esa primera y única entrevista a un medio internacional, el entonces asesor económico del presidente (si es que no se ha apartado aún al modo de Aminta Granera) reconoció la brutalidad policial y la de esos grupos que “creían hacerle un favor al gobierno”, refiriéndose a los golpeadores de la Juventud Sandinista.

Desde entonces, el relato ha sido monolítico, al estilo Macondo: “Aquí no ha pasado nada, aquí no ha habido muertos”. “Bueno, sí ha habido, pero muchos menos y todos nuestros. Y los que no son nuestros es porque se dispararon entre ellos para acusar al gobierno”. Como si no hubiéramos tenido ojos para ver, como si no conociéramos a muchos de esos muertos y heridos.

Rosario Murillo asegura ver al demonio detrás de todo ello. Lo dice con voz impostada y alegando que lo corroboran altas autoridades en la materia que no nos presenta.

Pero lo más espantoso no es que ella crea que fue por culpa de demonios el levantamiento de los jóvenes. Ni que, tras haber arrasado al pueblo que se manifestaba, piensen en una victoria como si hubiera sido una guerra entre dos grupos armados de igual a igual. Lo más espantoso es que ella crea que su marido es un instrumento de Dios.
Nos hemos acostumbrado a las mentiras del Comandante. Los paramilitares y asesinos convertidos en policías voluntarios es una muestra más de este Macondo cruel. Otro ejemplo es la versión que el comandante pregona del incendio y asesinato de una familia entera en su casa, con un bebé entre ellos. Para él, se produjo por tratarse de una familia sandinista. Sin ninguna prueba a favor y todos los testimonios en contra. Lo dijo así. Sin pudor. Con la mirada fija, aunque pestañeando muchas veces, frente a un periodista. Esa mirada, estoy seguro, quedará grabada en la memoria del horror que este hombre ha vertido sobre Nicaragua.

La vicepresidenta va más allá. Quiere, necesita que todos crean que Daniel es instrumento de Dios. Así, apeló recientemente a un artículo de Edwin Sánchez, en el que recordaba al pastor David Spencer cuando le obsequió a Daniel una escultura que representaba a un pastor cargando sobre los hombros una oveja lastimada. Dijo Spencer: “Usted, presidente, es el pastor y esta oveja lastimada es Nicaragua, y usted la está llevando sobre sus hombros, y Dios la ha puesto en sus manos”. Después le dijo: “En Isaías 45 habla de Ciro, y dice: ´Ciro es mi Rey escogido´, y la mano de Dios estaba sobre él y Dios lo bendijo poderosamente. Dios quiere que usted sea ese Ciro y que agarre a Nicaragua acá”.

Después de que uno lea o escuche esta nueva estupidez, está claro que todo el cuerpo de fuerzas de seguridad y de funcionarios que siguen a Daniel y Rosario están inmersos en una codependencia de un aparato bajo el influjo de ideas pseudorreligiosas de dos personas capaces de quemar al país antes de abandonar el poder. En El Carmen ya no está la sede de un partido, que se llamaba sandinista, ni de una extraña familia que se apoderó del gobierno. Es la sede de una secta que tiene a un pueblo secuestrado.

El autor es periodista.
@sancho_mas

Opinión Crisis en Nicaragua Daniel Ortega Nicaragua archivo
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