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El diálogo como imperativo

La semana pasada fue reforzado el aislamiento internacional de la dictadura de Daniel Ortega y la presión para que cese la represión y se abra a buscar una solución democrática de la crisis.

Tanto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como en el Consejo de Derechos Humanos de la misma organización mundial, el régimen orteguista fue condenado por seguir violando los derechos humanos y por no querer reflexionar y rectificar para bien del pueblo nicaragüense y tranquilidad de la comunidad democrática internacional.

Después de que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, llamó a ahogar la dictadura en Nicaragua, el Consejo Permanente aprobó el miércoles pasado su tercera resolución sobre la crisis nicaragüense, insistiendo en la necesidad de resolverla democráticamente y lamentando que Ortega rechace al Grupo de Trabajo integrado precisamente para ayudar al país a encontrar la solución más adecuada.

La OEA no demanda la renuncia de Daniel Ortega, como exigió la salida del dictador Anastasio Somoza Debayle en junio de 1979. Lo que pide la OEA a Ortega es que deje de reprimir a su pueblo, que no siga violando los derechos humanos y que se siente a la mesa del Diálogo Nacional, con los obispos como mediadores y testigos (y con otros testigos adicionales si quiere) para acordar la convocatoria a elecciones limpias con observación calificada. Eso permitiría a ciudadanos nicaragüenses sacar ellos mismos a su país de la crisis, mediante la emisión del sufragio libre.

El Diálogo Nacional con ese fin es una demanda de la mayoría de los nicaragüenses. Como referencia, en la encuesta de Ética y Transparencia efectuada el 1 de septiembre, el 81 por ciento se manifestó de acuerdo con que se deben anticipar las elecciones, cual es el objetivo del Diálogo Nacional planteado por los obispos con el respaldo de la Alianza Cívica.

Pero Ortega ha descalificado el Diálogo y rechaza la anticipación de las elecciones. Persiste tercamente en su pretensión de perpetuarse en el poder, así sea nadando en sangre y encaramado en una montaña de cadáveres.

Algunos estrategas políticos recomiendan que la Conferencia Episcopal debería convocar a la continuación del Diálogo Nacional, aunque Ortega no esté de acuerdo ni atienda la convocatoria. De esa manera, dicen, el dictador pondría en evidencia su falta de interés en una solución pacífica y negociada de la crisis.

Eso tal vez podría ser válido como estrategia política. Pero los obispos no son estrategas políticos, ellos son mediadores y testigos morales y solo pueden convocar a la continuación del Diálogo si las dos partes están de acuerdo y lo dicen de manera expresa. La anuencia de las dos partes es una regla básica de toda mediación, ya sea en conflictos armados, disputas empresariales o luchas políticas internas.

Lo que se debe hacer es presionar a Ortega hasta obligarlo a dialogar y a negociar una solución democrática de la crisis. Pero esto no se logra solo con declaraciones retóricas ni con maniobras políticas y estratagemas mediáticas.

Editorial Daniel Ortega diálogo nacional Nicaragua archivo
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