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Un abrazo para Ernesto

Celebremos pues a Ernesto, nuestro poeta nacional, y poeta de la lengua, cuyas palabras iluminan las tinieblas en tiempos que son duros para Nicaragua, pero también de esperanza.

Ernesto Cardenal tiene un nuevo premio, el Premio Internacional Mario Benedetti, esta vez no para su inmensa poesía, sino como defensor de los derechos humanos, que de todas maneras es un tema constante de esa misma poesía, baste citar su recreación de las crónicas de la conquista en El estrecho dudoso, y su Homenaje a los indios americanos, dos de sus libros donde vuelve por el respeto a la integridad sagrada de los seres humanos, indios perreados por el primer dictador de nuestra historia, Pedrarias Dávila, indios despojados de sus tierras, marginados y humillados en todo el continente.

No puede separarse entonces al poeta y al humanista, en permanente diálogo con su Creador en busca de desentrañar el misterio del universo y sus alcances insondables, un tema que para Ernesto es místico, y que entrevera, como en el Cántico cósmico, con nuestra propia condición humana, tan pequeña desde este lado del telescopio que nos abre sus visiones hacia las profundidades de la noche oscura. El universo de galaxias muertas hace tiempo, de agujeros negros inescrutables, de la presencia divina en cada átomo de la creación, criaturas todos del Creador. Eso también es humanismo.

Pero quien mira hacia las estrellas como él, mira también hacia el hombre terrenal que sufre de opresiones, y no se rinde nunca en su lucha continua por la libertad. Los ojos en el cielo y los pies en la tierra, un solo cuerpo místico que se expande hacia las alturas y a la vez hunde sus raíces, humanas, en la tierra plagada de miserias e injusticias. Lo mismo, humanismo en estado bullente, como la lava que brota de las entrañas de esa misma tierra.

Desde el patio de su casa en Managua, o desde la isla de Mancarrón en el archipiélago de Solentiname, contempla en éxtasis el firmamento estrellado, un acto de meditación en el que se impone el silencio. El silencio místico que es la soledad sonora de la que habla San Juan de la Cruz. En ese silencio entran todos los sonidos del universo y no se precisan palabras para percibir sus señales y procurar entenderlo, elevándose hacia él, y hacia Él.

Pero sabe que las palabras desbordan su poesía para no callarse cuando se trata de reclamar ante los desmanes del poder. Sus denuncias escritas, sus declaraciones oportunas, son cortas y son certeras. Así, su humanismo se vuelve activo, y efectivo, en cada circunstancia que lo demanda, porque no se arredra ante el poder que humilla y avasalla a los seres humanos, que les quita su dignidad al conculcarles la libertad y burlar sus derechos. Por eso es un defensor de los derechos humanos.

El premio lleva el nombre de nuestro inolvidable Mario Benedetti, otro poeta humanista, a quien tampoco nunca lo humano le fue ajeno, como mandaba la regla de Terencio. Un poeta amoroso, cuyos poemas los jóvenes saben de memoria, y que desde el amor se abre hacia la humanidad, y clama también por la justicia y por la libertad, un ancho campo de búsqueda y conquista donde ambos poetas se hermanan. En el amor, en la bondad, en la solidaridad. Tal para cual.

Celebremos pues a Ernesto, nuestro poeta nacional, y poeta de la lengua, cuyas palabras iluminan las tinieblas en tiempos que son duros para Nicaragua, pero también de esperanza. Él ha marcado nuestra literatura contemporánea, y la literatura universal, de la misma manera que ha marcado con su voz siempre despierta nuestra historia y las luchas libradas por la dignidad, en su poesía, en sus palabras, y en su vida.

El autor es escritor. Masatepe, septiembre 2018

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