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La paz con justicia es el camino

Cuenta Heródoto (480-425), el padre de la historia, que cuando Ciro, el general de los persas y vencedor de los lidios donde reinaba Creso, interrogó a este prendado de su sabiduría sobre las causas y consecuencias de la guerra, después de algunas disquisiciones en torno al tema, este enfáticamente le contestó que prefería la paz, razonando así su pensamiento: “Porque nadie es tan necio que prefiera la guerra a la paz: en esta los hijos entierran a sus padres, y en aquella los padres a los hijos”.

En Nicaragua, producto de la ambición ilimitada de mantenerse en el poder y del enriquecimiento ilícito de la familia Ortega-Murillo y de los gamonales del FSLN, hemos visto reflejada esta lúgubre verdad que nos refiere Heródoto, cuando desde la década de los ochenta hasta hoy observamos a miles de padres y madres desfilar con los sangrientos despojos de sus hijos por las calles y campos de Nicaragua, para ir a los cementerios a enterrarlos y no como debería ser el resultado de un proceso natural en el que los hijos entierran a sus padres.

Es obvio que si los Ortega Murillo quisieran la paz ya hubieran acatado lo que es clamor universal (OEA, ONU, UE y el papa Francisco) y lo que es más importante: demanda legítima de la gran mayoría de los nicaragüenses que claman por elecciones anticipadas y la reanudación del Diálogo Nacional con la mediación y testimonio de la CEN y la imprescindible garantía de las organizaciones internacionales para su debido cumplimiento.

Razón tenía, entonces, el padre de la resistencia pacífica, Mahatma Gandhi (1869-1948) cuando en su titánica lucha por alcanzar la independencia de la India proclamaba que: “No hay camino hacia la paz, sino que la paz es el camino”. Porque si en la mente y en el corazón no tenemos la voluntad y el firme propósito de alcanzar la paz, entonces tarea imposible será encontrar el camino que hacia ella lleva.

Es evidente que el FSLN y el binomio Ortega-Murillo jamás han sido partidarios de la paz, pues solo se han referido a ella cuando conviene a sus egoístas intereses y como factor de provocación a sus adversarios. San Juan Pablo II (1920-2005) que en su visita a Nicaragua en marzo del 83 del siglo pasado fue víctima de esa provocación, con aquellos estridentes gritos de las turbas diabólicas ¡Queremos la paz! ¡Queremos la paz! nos señala que tres son las condiciones para alcanzarla: “Justicia, Amor, Libertad”. Es cuando uno se pregunta: ¿Puede hablar de justicia, amor y libertad, quien ha ordenado a sus esbirros asesinar a centenares de ciudadanos por el solo hecho de protestar pacíficamente en defensa de sus derechos constitucionales? Los demócratas nicaragüenses queremos la paz pero con justicia, democracia y libertad.

El autor es periodista, secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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