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El actor mexicano Demian Bichir posa durante la presentación mundial de la película “The Nun” (La Monja) en el Teatro Chino TCL de Los Ángeles, California (EEUU). EFE/Archivo

La monja, dirigida por Corin Hardy se desarrolla como en una verdadera casa de sustos

Este es un filme sobrecargado, dirigido a un sector del público que, desde hace unos treinta años, se ha insensibilizado ante las escenas sangrientas y terroríficas en la pantalla

Hay dos condiciones para que una película pertenezca al género del terror: el elemento sobrenatural y la intención de aterrorizar al espectador.

Posesión satánica (The Innocents, 1963) de Jack Clayton (basada en Otra vuelta de tuerca de Henry James) contiene elementos sobrenaturales (los fantasmas que acosan a dos niños), pero no hay intención de infundir miedo en el espectador. Se trata fundamentalmente de un drama psicológico.

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Por su parte, Psicosis (1960) de Hitchcock, juega con las emociones del público, pero los pormenores de la trama tienen una explicación totalmente materialista. Es, en esencia, una película de misterio.

La monja (2018), dirigida por el británico Corin Hardy, es un producto genuino del cine de terror.

Fotograma del trailer La monja.

Con guion de Gary Dauberman y el director malayo-australiano, James Wan, forma parte del llamado “universo” de La conjura, filme dirigido por Wan en 2013 que dio inicio a la franquicia (que incluye Annabella).

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Por su argumento, La monja (precuela de El conjuro) se sitúa más específicamente dentro del subgénero del terror católico: el Vaticano envía a Rumania a un sacerdote (interpretado por el actor mexicano Demian Bichir) y una novicia (personaje a cargo de Taisssa Farmiga) para investigar extraños acontecimientos dentro de una abadía en los bosques cercanos a Transilvania.

El exorcista (1973), de William Friedkin (sobre novela de William Blatty), es la obra maestra de este subgénero. Pero a diferencia del filme de Friedkin, que explora a profundidad la crisis de fe de un sacerdote católico (interpretado por Jason Miller), La monja no desarrolla las posibilidades dramáticas de la trama y sus dos protagonistas.

La monja (2018), dirigida por el británico Corin Hardy. LA PRENSA/Archivo/EFE

Desde el inicio del filme, no hay duda de que, tanto el padre Burke (Bichir) como la novicia Irene (Farmiga), tienen una fe inquebrantable, puesta a prueba en el pasado: Burke ha luchado cara a cara con fuerzas demoníacas e Irene tuvo visiones religiosas en su niñez y adolescencia. Una de sus visiones es la clave de la solución de los problemas en la abadía.

En lugar de optar por la vía psicológica (elemento del cine de terror), La monja se desarrolla como una verdadera casa de sustos. Es un filme sobrecargado, dirigido a un sector del público que, desde hace unos treinta años, se ha insensibilizado ante las escenas sangrientas y terroríficas en la pantalla.

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Podríamos llamarla una película ciento por ciento de terror, con muy pocos interludios dramáticos (como fueron las prolongadas conversaciones del sacerdote y el inspector de policía en El exorcista).

El actor belga Jonas Bloque, guía de los religiosos investigadores, proporciona los únicos momentos (fugaces) de humor en un filme que pone los pelos de punta.

La fotografía en tonos tenebrosos del francés, Maxime Alexandre, y la calidad histriónica de los dos actores principales, merecían una película mejor.

Como un signo de la actual brecha entre las generaciones, al abandonar la sala después de haber visto lo que considero uno de los filmes más espeluznantes de la historia del cine, escuché a una jovencita decirle a una amiga que la película “No da tanto miedo”. Así va el mundo…

*Escritor y crítico de cine

Cultura cine de terror película archivo

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