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El límite del escándalo

El deseo de ser y vivir en libertad lo llevamos metido entre los mismos huesos y todo lo exigimos y justificamos en nombre de la libertad. Esa es la razón por la que hablar de libertad está a la orden del día.

Lo cierto es que la libertad es el don más preciado que Dios ha puesto en la persona humana. El problema está en el cómo entendemos esa libertad. ¿Ser libres es hacer todo cuanto nos viene en gana? ¿Tiene la libertad algún freno o limitación?

La libertad tiene sus límites y uno de ellos es “el escándalo”. Nadie puede esgrimir su derecho a la libertad escandalizando a otro. Lo dice Jesús bien claro: “Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar” (Mc. 9, 42).

La palabra escándalo viene de la lengua griega y significa “piedra que hace tropezar y que otro caiga”. Nuestra libertad llega hasta allí donde estoy provocando que otro caiga: “Todo lo puedo; pero no todo me está permitido”. (1 Cor. 6, 12). Hoy, por desgracia, en nombre de la libertad, se cometen demasiados escándalos. Muchos políticos con sus actitudes farisaicas y poco transparentes son muchas veces ocasión de tropiezo para el pueblo que, al verlos se dice: “Si ellos son así, ¿por qué nosotros no?” “¿Si ellos no cumplen las leyes, por qué nosotros tenemos que cumplirlas?”

Los empleados públicos con formas corruptas de actuar son también piedra de tropiezo para la población que termina adaptándose a corromperlos y “bajándose de la mula”, para que se les puedan arreglar sus problemas. Los padres de familia, con sus omisiones, o con sus formas de vivir al tratar con indiferencia la problemática de sus hijos, son también piedra de tropiezo para ellos que dicen: “Si mis padres lo hacen, ¿por qué yo no? Si ellos no van a misa ni viven los valores del evangelio, ¿por qué yo sí?”

Los medios de comunicación social tienen en este sentido una gran responsabilidad porque no solo hacen tropezar a muchos, sino que terminan siendo “auténticos lavamentes” que habitúan a la mayoría de la población a pensar y a actuar como cosa normal lo que no debiera serlo. La misma sociedad con su violencia, inmoralidad e injusticia es una constante piedra de tropiezo para muchos que se dejan atrapar por sus redes.

De que haya escándalos y los que hay por desgracia, es común, pero “¡Ay de aquellos que escandalizan!”, como nos dice Jesús (Mt. 18, 7), porque, no solo se hacen daño a sí mismos, hacen daño a los demás y prostituyen la sociedad. Los escándalos socializan el mal y son causa de la pérdida de fe y moral que estamos viviendo.

El autor es sacerdote católico.

Opinión Dios libertad archivo
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