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El féretro de Matt Andrés Romero. LAPRENSA/O.Navarrete

La historia de Matt Romero, el último adolescente asesinado

Matt Romero era el “indomable” de su casa. Le gustaba el futbol, las matemáticas y desde hace cinco meses las marchas contra el gobierno se convirtieron en su pasión y también en su muerte

En la mochila de Matt Romero solo iba una botella con agua y cinco córdobas para regresarse a su casa. Era lo único que cargaba para ir a las marchas contra el gobierno, a las que no faltaba desde el 23 de abril, cuando se fue en una manifestación de miles de ciudadanos que pasó por su barrio y terminó en la Universidad Politécnica (Upoli).

Aquel día se fue acompañado de sus tíos y primos. Todos iban gritando consignas en medio del mar de gente que caminaba. Su madre, Tania Romero, estaba trabajando. Pero a lado de él iban Dilsia, su tía, y Albert, el primo con quien estuvo cinco meses después, el pasado domingo 23 de septiembre, el día que lo mataron de un balazo al pecho.

Un día después de enterrar a su hijo, con las manos en dos fotos de Matt, Tania Romero llora. “Me mataron a mi muchachito”, dice. “Así como lo mira en esta foto, así era él, sonriente siempre”. En la foto tiene unos seis años de edad —una sonrisa de anuncio publicitario— y sale abrazado de su primo Manuel. “A ellos les dicen los gemelitos, porque siempre andaban juntos”.

El féretro de Matt Andrés Romero. LAPRENSA/O.Navarrete

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Manuel apenas ha probado bocado desde ayer. Ha pasado encerrado en el cuarto y no ha querido hablar ni siquiera con sus propios padres. Matt era su primo, pero lo siente como un hermano. Tenían la misma edad y desde pequeño vivió junto con él. Carga en sus manos el celular de Matt —el domingo lo dejó porque nunca se los llevaba a las marchas—. “No he podido descifrar la clave. No sabemos qué hacer. Si lo reiniciamos (el celular) perdemos todo lo que tenía, sus fotos, todo lo que nos queda de él”, dice Manuel, que solo llega a mostrarlo y se regresa al cuarto.

Esta fue la primera imagen de Matt Romero en las redes sociales. LAPRENSA/Tomado de redes

Desde que las imágenes de Matt Romero se vieron en la televisión y redes sociales, con los ojos abiertos, inconsciente en el suelo y un manto de sangre en el pecho, se confirmó lo inevitable: el adolescente de 16 años de edad se convirtió en la última víctima de la represión orteguista que inició hace más de cinco meses.

Matt es una de las más de 300 víctimas que han registrado los organismos de derechos humanos internacionales y nacionales. Su muerte, que podría ser vista como una entre una larga lista de sangre, revivió las imágenes de horror que habían dejado de mirarse en las protestas. De alguna manera Matt representa una realidad que pareciera simple pero que el gobierno no ha aceptado en más de cien días: era un adolescente desarmado en una marcha pacífica, asesinado por paramilitares protegidos por la Policía.

—¡Matt Romero! —gritaron los amigos y familiares que acompañaron el féretro el 24 de septiembre.
—¡Presente!
—¿Cuántos años tenía?
—16.


Los niños asesinados

En estos más de cinco meses de represión, la Coordinadora de la Niñez y Adolescencia (Codeni) ha contabilizado 29 menores de edad que han perdido la vida. Sin embargo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), según información documentada hasta el 20 de junio, 16 niños y adolescentes “habrían muerto de forma violenta en el contexto de la represión a las manifestaciones”.

Matt Romero, último adolescente asesinado en la represión orteguista. LAPRENSA/Tomada de Facebook.

Codeni sostiene que más de sesenta menores han sido detenidos de forma ilegal y 15 adolescentes enfrentan procesos judiciales sin cumplir las garantías de ley, violando así el Código de la Niñez y la Adolescencia.

“Exigimos al Gobierno de Nicaragua garantizar las medidas de protección a la niñez y la adolescencia en medio de la actual crisis sociopolítica que vive el país”, se lee en un comunicado que emitió Codeni el 25 de septiembre.


Caravana

—No lo cierren todavía —dijo una niña, antes de que dos hombres sudorosos le pusieran la última plancheta a la tumba de Matt. —Le queremos cantar —dijo otra niña. Ambas vestidas con faldas azules y camisas blancas del colegio en el que estudiaban el cuarto año de secundaria con el compañero que despidieron por última vez.

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En el cementerio Milagro de Dios las niñas cantaron. Alrededor había decenas de personas. Varias llegaron caminando cuadras o kilómetros después de integrarse a la caravana fúnebre que pasaba por los barrios. Siguieron el coro de “Yo te extrañaré” mientras dos niños lloraban desconsolados, abrazados. Estudiaban con Matt, pero en ese momento ni siquiera podían hablar. Las lágrimas ahogaban sus palabras. Por el tumulto, pocos pudieron ver cuando destaparon el ataúd y se asomó su mamá, su tía y sus primos, para despedirse.

El cortejo fúnebre de Matt se convirtió en una especie de marcha de protesta. LAPRENSA/O.Navarrete.

A las dos de la tarde del 24 de septiembre, el cuerpo de Matt Romero salió por última vez del barrio Larreynaga. Ahí vivió y creció durante 16 años. Por estas calles fue conocido por los vecinos. “Era el más hablantín de la cuadra y todo mundo lo conocía”, dice su mamá. Y fue en este lugar, justo enfrente de su casa, que miró pasar la primera marcha de aquel lunes 23 de abril.

Unos pocos vehículos acompañaron el féretro del joven mientras avanzaba por los barrios cercanos. En el recorrido varias personas salieron de sus casas para saludar, y el cortejo fúnebre poco a poco se fue llenando, dando forma a una especie de marcha en la que se gritaron consignas de protesta.

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“A la vela vinieron personas que nunca en mi vida había visto”, dice Tania Romero, madre de Matt, un día después de haber enterrado a su hijo. “Después me di cuenta que él (Matt) las conoció en las marchas a las que iba. Vinieron señoras y señores todos llorando por él”, dice Romero.

Antes de ser enterrado, los amigos y familiares de Matt le cantaron. LAPRENSA/O.Navarrete

Portero

Un trofeo de futbol acompañó el féretro de Matt Romero en su sepelio. “Su único vicio era el futbol”, dice su tía Dilsia Romero, quien lo miró jugar varias veces en la posición de portero. Antes de la crisis de abril, su sobrino pasaba en las canchas de los barrios cercanos y siempre regresaba por la noche, con la ropa polvosa.

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Matt tenía la sonrisa ancha, los ojos grandes, el pelo liso. Por el tono barnizado de su piel, sus amigos y familiares, le decían el Negrito. Era flaco y espigado, medía 1.93 metros de estatura, por encima del promedio de un basquetbolista nicaragüense. Pero a Matt lo que le gustaba era el futbol y atajar balones delante de un arco.

El equipo en que jugaba se llamaba Cataluña, por ser la región española de su club favorito, el Barcelona. “Yo soy mejor que Messi”, recuerda su madre que le decía Matt. Tania estaba tramitando en el Instituto Nacional Forestal (Inafor) —institución del gobierno donde trabaja—, para conseguirle el uniforme al equipo.

Su primo, Albert, con la bandera de Nicaragua sobre el rostro, Él era el único que andaba con Matt el domingo pasado.LAPRENSA/O.Navarrete

Con su primo Albert, de 14 años de edad, iba a las canchas a jugar futbol. “Matt siempre me protegía, me daba consejos, me acompañaba”, dice Albert, quien no ha dejado de llorar. El chico que le gustaba jugar como último hombre de la cancha es la primera gran ausencia de este hogar.

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Su nombre completo era Matt Alexander Romero. Así, sin segundo apellido. El único que tenía era por su mamá, que lo crió sola toda su vida. “De su papá no sé nada. Tampoco sé si supo que Matt se murió”, dice Tania, quien carga a un niño de tres años de edad, el único hijo que le queda vivo.

“Usted, mamá, es todo para mí”, recuerda Tania que le decía Matt, quien soñaba con ser arquitecto. “Te voy a construir una casa, mamá”, fue otra de las promesas que le hizo. “Él tenía la esperanza de ser alguien en la vida. Y yo, le dije que lo iba a lograr”, dice la madre.

En el colegio llevaba buenas calificaciones pero la conducta fue su problema eterno. “Los profesores me ponían las quejas a mí, pero yo nunca le decía a su mamá”, dice Dilsia, su tía, mientras se ríe.

Al entierro asistieron varias compañeras de clases. “Unas chavaleras le cantaron”, dice su abuela, Rosa Largaespada. “Nunca me presentó a ninguna como su novia, pero había una muchacha que lo venía a buscar a la casa”, cuenta la señora de 76 años de edad. “Ella también vino a despedirlo”.

Tania Romero, madre de Matt, un día después de haber enterrado a su hijo. LAPRENSA/O.Navarrete.

Disparo

Los días que no iba a la escuela, Matt Romero se levantaba hasta el mediodía. Sin embargo, los días que había marchas era el primero en despertarse. El último domingo de su vida, por ejemplo, se levantó temprano y andaba emocionado. En la casa hasta saltó de alegría antes de partir.

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Albert, su primo, fue el único que lo acompañó a la marcha. Cuando se bajaron del bus y miraron regados a los oficiales de la policía y paramilitares, ambos se abrazaron por miedo y corrieron a donde estaban reunidos algunos manifestantes.

—Corré Albert, corré que te van a pegar (disparar) —le alcanzó a decir Matt. Segundos después lo miró correr, lanzando piedras a los paramilitares que estaban detrás de los antimotines. Albert se regresó al mismo lugar donde minutos antes habían estado juntos pero ya no lo miró. Se montó en bus para regresar. En el camino pensó que lo más probable era que Matt también había huido y que ya se encontraba en la casa. Cuando entró y miró a todos sus familiares destrozados, supo que su primo había muerto.

La versión oficial de la Policía fue que Matt murió en fuego cruzado, en un enfrentamiento entre manifestantes, paramilitares y policías. Sin embargo, los testigos afirman que la agresión se originó por parte de los paramilitares, quienes disparaban a mansalva. Matt y otros muchachos dispararon morteros y tiraron piedras.

Hay testigos que miraron a Matt por última vez de la mano de una señora a quien aventó para salvarla de las balas, las mismas que le quitaron la vida.

Ni la madre ni la tía fueron a la marcha porque se quedaron cocinando. Desde la casa monitoreaban las manifestaciones por televisión. Fue ahí que a Tania Romero se le salió el corazón, al ver que estaban atacando a los protestantes, que había heridos, que había un muerto, que era su hijo.

Matt (a la izquierda de la foto) con su primo, Manuel. LAPRENSA/O.Navarrete

Acta de defunción

Dilsia Romero, tía de Matt, fue a retirar el cuerpo de su sobrino al Hospital Alemán Nicaragüense. Ella cuenta que en el centro las enfermeras, doctoras y la directora del hospital la trataron con amabilidad. Sin embargo, el problema surgió cuando llegó la Policía y quiso trasladar el cuerpo al Instituto de Medicina Legal, para realizarle una autopsia e “investigar” el fallecimiento.

“Yo les dije que para qué lo querían si ellos sabían que ellos mismos lo habían matado”, dijo Dilsia, quien se enfrentó con los policías que por un momento la quisieron arrestar por “alterar el orden público”.

“Yo no tengo temor de nadie, porque ya no podemos perder más. Yo no quise que se lo llevaran porque de nada iba a servir”, dijo Dilsia Romero. A ella le entregaron un acta de defunción y la hicieron firmar un documento en que aseguraba que renunciaba a que ellos trasladaran el cuerpo.


Justicia

Si tuviera la oportunidad de estar delante de la persona que mató a su hijo, Tania Romero buscaría cómo hacerle daño, para que sienta lo que ella siente. Eso sería justicia terrenal, dice. Aunque si lo piensa bien, ella está segura de que Matt lo dejaría todo en las manos de Dios. Lo que ella llama justicia divina. “Solamente estoy esperado el tiempo de Dios”, sostiene la madre.

Rosa Largaespada, abuela de Matt, llora al ver un homenaje a su nieto en la televisión. LAPRENSA/O.Navarrete

Tania Romero tiene 36 años de edad. Trabaja como conserje en Inafor. Como pasaba todo el día trabajando, la encargada de cuidar a Matt en la casa y en la escuela eran su hermana Dilsia y su mamá Rosa Largaespada.

“Yo era la que me encargaba de la reuniones en el colegio. Era como mi hijo”, dice Dilsia Romero. Sin embargo, con Tania, su madre, no hablaba mucho. Casi siempre era sobre el colegio, la música que él escuchaba, los partidos de futbol y en los últimos meses sobre las marchas políticas.

—Con cuidado Matt Andrés —siempre le decía Tania a su hijo, cuando lo miraba irse a los partidos de futbol y a las marchas. Eso fue también lo último que le dijo el domingo.
—Sí mamá, claro que me cuido… Pero todos nacimos para morir —recuerda que le contestó Matt.

Tania muestra una foto que ella tiene con su hijo. Aparece a la altura de su hombro, ambos con las manos juntas, partiendo un pastel que tiene la forma de un campo de futbol. Con Matt apenas platicaba algunas noches, pero un día antes de morir, él llegó a acostarse con ella. Tania le dijo que le preocupaba que le pasara algo en las marchas y que iba a buscar cómo enviarlo a Panamá.

—Claro que me voy. Yo voy a trabajar y te voy a mandar reales, mamá —recuerda Tania que le dijo su hijo.

Tania explica que en la foto ambos partían el pastel porque cumplían año el mismo día, el 14 de noviembre. “Ese día la alegría era doble. Había buena comida. Pero a partir de este año no sé cómo voy a hacer”, dice, mientras enseña el celular que se prende con una nueva notificación de mensajes. “Hay amigos de Matt que todavía no creen que se murió y le están enviando mensajes porque creen que les va a contestar”.

El maratonista Alex Vanega lanza una paloma blanca en la tumba de Matt Romero. LAPRENSA/O.Romero
Junto a su madre celebrando un cumpleaños. Ambos cumplían años el mismo día. LAPRENSA/Cortesía.

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