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La historia de los universitarios que se sienten orgullosos de haber sido expulsados de la UNAN

Más de 80 estudiantes han sido expulsados de la UNAN-Managua por protestar en contra del régimen orteguista. Estas son sus historias

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Augusto Centeno, de 21 años, nunca se había sentido tan orgulloso en su vida como el día que lo expulsaron de la universidad.

El pasado 28 de septiembre entró al registro en línea de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) y supo que las autoridades lo habían echado. Le quedaba un año para graduarse en Ciencia Política y Relaciones Internacionales.

No lloró, no se quejó, no se arrepintió. “Es un orgullo decirles que he sido expulsado de la UNAN-Managua”, fue lo primero que escribió en sus redes sociales.

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Y siguió: “No me ofende en lo absoluto las decisiones de las autoridades corruptas de la UNAN. Me enorgullezco porque los he vencido, son ellos los que tienen miedo a los muchachos preparados y que no se dejan manipular fácilmente por la ignorancia”.

El esteliano Augusto Centeno escribía desde el exilio. A mediados de julio tuvo que salir de Nicaragua tras convertirse en un perseguido del régimen orteguista. Él es uno de los más de ochenta estudiantes que fueron expulsados de la UNAN-Managua por haber participado en las protestas en contra del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

“Sí, tengo miedo,creo que es lo natural después de ver las atrocidades que en nuestro país se han vivido”. Elthon Rivera, estudiante de Medicina.

Los expulsados

El pasado 20 de agosto circuló una carta firmada por el secretario general de la UNAN-Managua, Luis Alfredo Lobato, donde se hablaba de la expulsión de 82 estudiantes. ¿La razón? “Por haber sido partícipes activos en tranques, uso de artefactos de agresión física, permitir el ingreso a personas ajenas a la institución, comportamiento vandálico y destrucción de las diferentes facultades, laboratorios y quema del Centro de Desarrollo Infantil (CDI) Arlen Siu, robo de equipos de oficina, destrucción y robo de vehículos de la UNAN-Managua, así como el llamado a la desobediencia académica e incitar el odio y la violencia”, rezaba el documento.

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Cuando Elthon Rivera, de 24 años, estudiante de quinto año de Medicina, supo de la carta estaba convencido de que él era uno de esos alumnos. Rivera había salido a las calles desde el 19 de abril, un día después que comenzaron las protestas en contra de la reforma a la seguridad social.

Rivera salía con su camisa de pijama médica, un estetoscopio colgado al cuello y un maletín de primeros auxilios para ayudar a los manifestantes heridos por la represión gubernamental. “Lo hice siguiendo mi instinto humanístico, propio de la profesión, ayudar a los heridos”, cuenta.

En las manifestaciones los estudiantes también han demandado autonomía universitaria para la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y la Universidad Politécnica (Upoli). LA PRENSA/Roberto Fonseca

En esa lista también estaba Maynor Aguilar, de 25 años, a quien le quedaban ocho clases para terminar la carrera de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. “Yo ya sabía que me iban a expulsar, pero tampoco lo deseaba. Son tantos años de estudio, esfuerzo de nuestros padres, dinero que se invirtió…”, dice.

Tras su expulsión, Aguilar no puede dejar de pensar en su historia, en cómo había logrado llegar hasta su último año de la universidad.

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Fue en agosto de 2013, salió de su pueblo Santo Domingo, Chontales, rumbo a Managua. Llevaba una maleta pequeña, una mochila y más dudas que certezas. Buscaba lograr el sueño que muchos le decían que era imposible: clasificar en la UNAN-Managua.

Ese agosto, tomó el bus, llegó a la capital, estaba listo para dar la batalla y demostrar que podía ser el primero en toda su familia en graduarse de la universidad. “Había llegado tan lejos, a ocho clases de graduarme”, insiste.

Aguilar creció en una familia sandinista, fue miembro de la Juventud Sandinista y pertenecía a la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN), pero desde abril, confiesa, no podía quedarse callado.

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“Fue una cuestión moral. No podía ver cómo estaban matando a mis compañeros y no hacer nada, era mi responsabilidad”, confía Aguilar, quien participó en las marchas y estuvo durante varios días atrincherado en la UNAN. No está arrepentido, asegura. Está convencido de que, tarde o temprano, podrá seguir con sus estudios. “Cuando Nicaragua vuelva a ser libre”, dice.

Maynor Aguilar, durante una manifestación azul y blanco. LAPRENSA/Cortesía

El exilio y el miedo

Muchos de los estudiantes expulsados han salido de Nicaragua por temor a ser detenidos, otros procuran no salir de sus casas o duermen en diferentes hogares para evitar que la Policía Orteguista los encuentre.

Otro estudiante de Medicina, que solicitó el anonimato, también sabe que está del lado correcto de la historia pero confiesa: “Mi mayor temor es que me apresen y que inventen no sé cuántos cargos en mi contra y Dios sabe que hemos hecho lo correcto. Como estudiante de Medicina tenía que ayudar a los heridos”.

La Policía Orteguista ya lo ha hecho. El último caso fue el del estudiante expulsado Álvaro Briceño, a quien un grupo de paramilitares secuestró en una calle de Managua y luego apareció en las celdas de Auxilio Judicial, mejor conocidas como el Chipote.

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Heyling Marenco, estudiante de Trabajo Social y expulsada de la universidad, también salió de Nicaragua por miedo. Fue el 4 de agosto. Con unas botas de hule y una mochila a cuestas, en la que llevaba un short y un par de camisetas, cruzó la frontera para llegar a Costa Rica, donde ahora es solicitante de refugio. “Tenía demasiado miedo”, reconoce.

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Los universitarios mantuvieron tranques en el sector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua), como parte del símbolo de la protesta contra el régimen. LA PRENSA/ ROBERTO. FONSECA

Allá, le ha tocado andar de casa en casa e incluso, ha tenido que pedir a organizaciones para poder comer. “El régimen me ha quitado mi vida literalmente. Aunque sigo con vida y no estoy en el Chipote, estar lejos de mi país y mi familia es terrible. Que tiren a la basura cuatro años de mi carrera después de tanto esfuerzo no es nada justo”, se queja.

Pupitres manchados de sangre

Aunque fueron expulsados tampoco pensaban regresar a clases porque eso, dicen, es contribuir a esa falsa normalidad que el régimen busca imponer.

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“No regreso a mi salón, porque los asientos están llenos de sangre, las muertes de Orlando Pérez y Cruz Alberto Obregón siguen en la total impunidad. No regreso, porque yo no pienso vender la lucha de mis compañeros asesinados, sacrificaron sus vidas por una Nicaragua libre y su lucha no será en vano”, asevera el estudiante Augusto Centeno. Y continúa: “Ojalá que los estudiantes que asistieron a clases reaccionen y se den cuenta que ese título que buscan estará lleno de sangre”.

Las autoridades de la UNAN-Managua intentan desde el primer fin de semana de octubre retomar las clases en el recinto universitario. Los estudiantes, sin embargo, han llamado a desobediencia estudiantil.

Durante las protestas, en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) los estudiantes brindaron atención a los heridos. LA PRENSA/Archivo

“No me arrepiento”

A pesar del exilio, del miedo, de las expulsiones, los estudiantes no se arrepienten de haber mostrado su descontento ante la dictadura.

“No me arrepiento de nada de lo que he hecho porque mi conciencia está limpia. No he hecho ningún daño. Hice y seguiré haciendo lo correcto. Si el expulsarme de la universidad fue una medida para generar arrepentimiento no funcionó, arrepentido estaría si me hubiera negado a atender a un herido”, asegura Rivera, estudiante de Medicina.

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Lo mismo cree el Augusto Centeno: “Nunca me arrepentiré de luchar por una Nicaragua libre, no hay mayor honor que defender a mi país, quienes se van a arrepentir son mis docentes, ellos me incluyeron en una lista para que los paramilitares me capturaran. La justicia caerá sobre ellos, de eso no se salvarán”. Y agrega: “Nuestro sacrificio de no seguir estudiando es nada comparado con aquellos que ofrendaron sus vidas”.

Lo que sí le duele, dice el esteliano que se siente orgulloso de su expulsión, es el haberse separado de su familia, no tener a nadie cerca con quien hablar, reír o llorar.

En pasado marzo, el padre de Centeno regresó a Nicaragua después de 21 años viviendo en Costa Rica, donde había migrado para poder trabajar y mantener a su familia.

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Solo tuvieron cuatro meses para convivir. “La dictadura no solo mata, también divide familias. Cuando al fin tenía a mi papá al lado, nos volvieron a separar”, lamenta.

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