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Entre el matrimonio y el divorcio

Una realidad que no es fácil ni lo ha sido es el matrimonio y mucho menos el divorcio. Por una parte Jesús defiende el ideal de la unión entre los esposos: “Serán los dos una sola carne” (Mc. 10, 8). “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mc. 10, 9). Por otra parte define el divorcio como un mal poniendo su causa en la “dureza del corazón de los hombres” (Mc. 10, 5).

Jesús dice que el matrimonio es un don de Dios y necesita una respuesta positiva de los esposos: “Lo que Dios ha unido, el hombre debe esforzarse para no destruirlo” (Mc. 10, 9) y que esa comunión sea un verdadero fruto de amor que siempre se hace fidelidad, entrega y perdón.

El matrimonio cristiano es un ideal. Es el ideal del amor compartido y para siempre, porque el amor, de por sí, nunca quiere dejar de ser fiel. El amor conlleva lealtad al corazón y conlleva fidelidad a la palabra dada. El amor es como una “plantita” que nunca hay que dejar de regar.

Por lógica, porque no puede ser de otra manera, el matrimonio cristiano exige y posibilita la fidelidad total y para siempre, y ¿por qué? porque así es la fidelidad de Dios para con nosotros, total y para siempre. Sin embargo, esto no impide que busquemos soluciones para los casos en que el amor, esencia del matrimonio, no existió de verdad, o bien, ha muerto por el motivo que sea.

Lógicamente se tiene que trabajar para que los esposos se mantengan fieles en el amor que se dieron ante Dios. Pero también, la Iglesia no puede condenarlos así porque sí y muchos menos a los divorciados. San Juan Pablo nos dice ante este problema: “Exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con su solicitud y caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aún debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorta a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a educar a los hijos en la fe cristiana”.

El papa Francisco nos habla muy claro sobre este tema de los divorciados y vueltos a casar: “A veces la separación puede incluso ser moralmente necesaria, cuando se intenta proteger al cónyuge más débil o a los hijos más pequeños de las heridas causadas por la prepotencia, la violencia, la humillación, la extrañeza o la indiferencia. En algunos casos, la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria. La Iglesia tiene que tener un corazón abierto y lleno de misericordia con la gente divorciada y vuelta a casar”.

En fin, hay muchos matrimonios que se separan, muchos matrimonios que se rompen. Pero son muchísimos más los que dijeron un día el sí con sinceridad, y pasado el tiempo, siguen diciendo que sí, y consiguen vivir sus vidas apoyándose el uno al otro, sacando adelante un proyecto, cargado de dificultades, pero que les sigue animando y marcando el camino.

El autor es sacerdote católico.

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