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Flor Ramirez

Doña Flor Ramírez, la señora del huipil azul y blanco, que participa en las protestas contra el régimen. LA PRENSA/ARCHIVO

Flor Ramírez, la señora del huipil azul y blanco que no falta en las marchas

Es un símbolo de las marchas ciudadanas que piden la salida del dictador Daniel Ortega. Doña Flor es reconocida por el atractivo traje folclórico que viste

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El domingo 30 de septiembre doña Flor Ramírez se levantó temprano para prepararse y asistir a una marcha más contra el gobierno de Daniel Ortega, como lo ha hecho a lo largo de los casi seis meses de crisis que vive Nicaragua. Planchó su huipil azul y blanco, lo enrolló y lo metió en una bolsa plástica para ponérselo cuando estuviera en el lugar donde iniciaría la marcha. Antes de salir de su casa oró a Dios, como lo hace siempre, y se despidió de sus dos hijos.

La convocatoria era a las 10:00 de la mañana en el sector del mercado Iván Montenegro, en la capital. Pero esta vez había un halo de incertidumbre en el ambiente y quizás temor. No había certeza de que la marcha se concretara.

El viernes 28 de septiembre la Policía había declarado ilegales las protestas contra el régimen Ortega-Murillo, a través de un comunicado, a pesar de que la Constitución de Nicaragua reconoce el derecho a protestar sin necesidad de permiso. Un día después de dicha publicación, antimotines dispersaron una marcha que tenía previsto salir de la Rotonda Cristo Rey, Managua. Utilizaron bombas de sonido y lacrimógenas, así como balas de goma. Los autoconvocados tuvieron que refugiarse en las casas de los barrios aledaños al sector y la Policía no dejaba de asediar. Con este precedente no se sabía qué podía ocurrir aquel domingo 30 de septiembre.


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“Cuando yo llegué miré que estaba rodeado de paramilitares y antimotines. En la (villa) Rafaela (Herrera) estaban ya los sandinistas con sus banderas. Ellos tenían cubierta todo el área. Crucé el mercado (Iván Montenegro) y llegué hasta la esquina de la Sandak y dije: ‘Bueno aquí no va a haber marcha. Desistieron de la marcha’. Pero ahí me quedé, esperando a ver qué pasaba”, cuenta la señora del huipil.

flor ramírez
Doña Flor generalmente encabeza las marchas con su huipil azul y blanco desde junio pasado pero participa desde el 19 de abril. Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

La primera vez que doña Flor Ramírez se unió a las manifestaciones fue el 19 de abril. El día anterior había visto por televisión las imágenes de violencia contra los señores de la tercera edad y los jóvenes que protestaban en Camino de Oriente por las reformas a la Ley de Seguridad Social que el Gobierno había anunciado. “Siempre me he identificado con las problemáticas de los ancianos y me gusta apoyar causas sociales. Cuando vi a tantos jóvenes en las calles dije: ‘Por qué yo me voy a quedar en casa si ellos están protestando por nosotros’ (los señores)”, relata doña Flor.

Antes que iniciaran las protestas de abril, esta señora de 63 años se dedicaba a dar prédicas evangelizadoras donde la llamaran y con una máquina de coser hacía “costuras rápidas”. Así lo dice el rótulo que está colgado al frente de su casa. Su rutina cambió a medida que se involucraba en las manifestaciones ciudadanas. “Poco a poco dejé de asistir a la Iglesia para evitar que me vincularan con la comunidad o que me tacharan”, dice, sin especificar el lugar al que asistía.


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También se retiró de sus actividades cotidianas por seguridad, no solo de ella, sino la de sus hijos y nietos que no han participado en nada, asegura. Ellos no están de acuerdo con que doña Flor asista a las marchas, pero la apoyan.

“Mi forma de protestar”

Cuando empezó a ir a las manifestaciones solo cargaba una bandera azul y blanco. En las primeras semanas de protestas ella vio a una estudiante bailar con un traje de huipil en la entrada principal de la Universidad Centroamericana (UCA). Después se enteró que la joven había sido arrestada por ese motivo. La escena fue suficiente para que doña Flor decidiera protestar de la misma manera, en honor a la muchacha. Pensó que los colores de su traje debían ser azul y blanco para vestirlo como si fuera la Bandera de Nicaragua, y para demostrar el amor y orgullo que siente por el país, bailando folclor.

Compró la tela. Ella misma tomó las medidas de su cuerpo, diseñó y confeccionó su traje. Después de dos días de trabajo, el huipil estaba listo. Doña Flor estrenó su nuevo “escudo” para protestar en la Marcha de las Flores, realizada el 30 de junio en solidaridad con las familias de los niños y adolescentes fallecidos en la crisis de Nicaragua.

“Me acuerdo que estaba emocionada ese día. Yo iba con unas muchachas en la tina de una camioneta (hacia el punto de concentración de la marcha) y les dije que me taparan para ponerme el vestido. Cuando me bajé por la rotonda de la Centroamérica ya estaba llegando bastante gente y me sentí muy nerviosa, porque para entonces el Gobierno ya no quería vernos de azul y blanco”, dice sobre su primera experiencia con el huipil. Ese día fue el centro de atención. Todas las cámaras la enfocaron y hasta en un medio de comunicación internacional apareció su imagen con el rostro descubierto. A partir de entonces empezó a usar un pañuelo azul y blanco en la cara. No quería que la identificaran.

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A sus 63 años, doña Flor nunca se había puesto un huipil, término con el que se conoce el traje típico de Nicaragua. Solo los confeccionaba en las épocas de festividades patrias y escolares porque la “gente los busca”. Ahora el vestido azul y blanco es parte de su clóset. Siempre está lavado y planchado para la próxima marcha. Asegura que se ha convertido en su “manera de protestar. Es mi manera de decir basta ya de asesinatos… que ya estamos cansados de tanta muerte y de tanta crueldad en contra del pueblo”, insiste fuerte, pero con la voz entrecortada, como si su mente revelara las imágenes de los muertos de todo el país que ascienden entre 322 y 513.

doña flor
Flor Ramírez ha enfrentado a los uniformados en distintas ocasiones y le ha pedido que no repriman más a la población. Foto: Jader Flores/ LA PRENSA

El tono de su piel, quebradiza por el peso de los años, delata las horas que Flor Ramírez ha estado bajo el sol. Ya perdió la cuenta de las marchas a las que ha ido. “A todas”, afirma. Su fe en Dios le da fuerzas para no faltar a ninguna; sus oraciones antes, durante y después de las machas dice que han sido su protección.

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Un hijo muerto

Desde joven Flor Ramírez se ha sentido atraída por el servicio a los demás. En los años de triunfo de la Revolución contra Somoza, dice que se sintió enamorada con la causa y formó parte de los Comités de Defensa Sandinista, más conocidos como CDS.

Esta idea cambió por completo después de una tragedia familiar. Uno de sus hijos, de 15 años, en cumplimiento del Servicio Militar Patriótico fue asesinado. “Nadie me confirmaba la noticia. Yo recurrí a los líderes sandinistas de ese momento y se me negaron. No me ayudaron”, recuerda. Logró verificar la muerte de su vástago por su propia cuenta. Después de varios días consiguió tener el cuerpo del adolescente con ella.

Después de eso “juré que nunca más iba a ser parte de ningún partido y si iba ayudar a alguien o alguna causa sería a título personal”.

La muerte de cada adolescente le ha recordado la pérdida de su hijo y puede imaginar el dolor de sus madres.


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Detenida

Antes del 30 de septiembre doña Flor creyó que ya había vivido las marchas que más la habían marcado. La Madre de todas las Marchas, la caravana que salió de Managua hacia Masaya y fue atacada. El día que quemaron un vehículo de la Policía Carretera a Masaya. El día que asesinaron a Matt Romero, la víctima más reciente de 16 años, el 23 de septiembre. “Ese día (cuando se escucharon los balazos) empezamos a correr y a correr entre los barrios. Sobró la gente que abriera las puertas de sus casas. Cuando me di cuenta que habían matado al muchachito no lo podía creer. No podía dejar de llorar”, dice, todavía aflorando el sentimiento de aquel momento.

Ni las balas ni las trifulcas la habían alcanzado. Solo la Policía Orteguista que la apresó el 30 de septiembre cuando esta señora de 63 años estaba manifestándose. La detuvieron junto con otras dos mujeres: doña Coco, la señora de 77 años que regaló su venta de agua helada a quienes protestaban en las afueras del Seminario de Fátima, sede del Diálogo Nacional, el 18 de mayo, y Taylor, otra mujer de 32 años.

“El blanco no era doña Coco, era yo porque yo he dado varias entrevistas y siempre estoy hablando en contra del Gobierno”, advierte. Ese domingo Ramírez se quedó en la esquina frente a donde fue la Sandak, en el Iván Montenegro, y cuando los ciudadanos preguntaban por la marcha azul y blanco les decía que se quedaran en esa esquina porque el lugar donde era la cita estaba tomado por policías. Cuando unas veinte personas estaban con doña Flor ella se puso su huipil para que los autoconvocados la reconocieran y se acercaran con confianza.

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Doña Coquito
Doña “Coco” en la tina de la patrulla policial. Momento en que doña Flor intenta bajar a la anciana de la camioneta, pero los oficiales lo impidieron. FOTO: Captura del video de Acción 10 que se viralizó en las redes.

“Estaba terminando de arreglarme el vestido cuando se acercó un antimotín a tomarme fotos. Yo le dije: ‘Por qué no te acercás, aquí conmigo, vení para que salga una selfie bonita’”, bromeó la señora de forma sarcástica con el oficial que quiso intimidarla. En ese momento llegó doña Coco y se quedó con el grupo. “Empezaron a pasar las patrullas y un policía empezó a hablar por radio comunicador y decía ‘la del folclor, la del folclor’”. Doña Flor intentó ocultarse pero ya era tarde. Entonces corrió hasta el centro de la pista del mercado Iván Montenegro, previendo que si la intentaban apresar los presentes se enteraran y la ayudaran. Los oficiales empezaron a replegar al grupo y a decirle que desalojaran el lugar. Pero Ramírez los desafió: “¡No nos vamos a ir, estamos en un lugar público y tenemos derecho a protestar, la Constitución nos respalda!”, eso molestó a los uniformados.

Cuando doña Flor hizo caso omiso al llamado de los oficiales se fueron sobre ella. En ese momento se aferró a doña Coco y a Taylor. Ella pensaba que si estaban abrazadas no se las iban a llevar detenidas, pero las separaron a la fuerza. Doña Coco fue la primera que subieron a la fuerza a la tina de la patrulla; a Ramírez la obligaron a subir, pero se resistió. Desesperada intentaba recuperar a doña Coco. Es el momento que se ve en el video —que se viralizó en las redes sociales— en que jala a la señora y esta cae boca abajo. Su oposición no sirvió de mucho. Se llevaron a la anciana de 77 años y a Taylor en la camioneta. A Ramírez la trasladaron en un microbús policial al Distrito Siete de la capital. Cuando ella llegó ya estaban ahí las otras dos mujeres.

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Ramírez llegó imponente a la estación. Cuando bajó del microbús extendió la falda de su traje y le gritó a los oficiales: “¡Viva Nicaragua libre!” Por su actitud la catalogaron de borracha, dice.

—Quitate el vestido —le dijo una oficial a doña Flor, en el Distrito.

—¡No! No me lo voy a quitar. Es mi vestido.

—Si no te lo quitás, te lo quito yo para quemártelo.

—No vas a quemar el vestido, porque si lo hacés lo vas a quemar conmigo —reprochó molesta doña Flor, mientras se sujetaba más fuerte el faldón a su cintura.

(VIDEO) Así fue la detención de doña Flor y doña Coquito 

En “El Chipote”

Una hora después de su detención, casi al mediodía, a las tres mujeres las trasladaron al Chipote. “En el camino yo empecé a cantar y a orar en voz fuerte”, eso hizo enojar a los oficiales que las custodiaban y la amenazaron: “Si no te callás te voy a pegar un disparo y te voy a desaparecer. Aunque da lástima matarte. Mejor te voy a meter un culatazo que te voy a desbaratar la cara”, le habría gritado uno de los policías. Solo por súplicas de sus compañeras doña Flor guardó silencio, pero en su mente seguía orando.

La señora del huipil dice que no sintió miedo en ningún momento, aunque creía que la iban a dejar presa. “No importa, dije, me pueden destruir mi cuerpo pero no mi alma patriótica y mi amor a Dios”. También pensaba en las decenas de nicaragüenses que han vivido lo mismo injustamente y la necesidad que seguir protestando de seguir luchando. “Me parecía una pesadilla”.

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Una vez en Auxilio Judicial, las tres mujeres fueron separadas. Les tomaron muchas fotos, como cincuenta, cree. Doña Coco pasó a un cuarto donde fue atendida por un médico, porque había sufrido desmayo. Ramírez quedó en una sala de espera. A Taylor se la llevaron esposada a una microcelda, la que doña Flor describe como una “jaula”, por el espacio reducido en el que calcula que solo alcanza una silla.

Doña Flor
Doña Flor inició ocultando su rostro más que por seguridad propia, por la de su familia. FOTO: Óscar Navarrete/ LA PRENSA.

Doña Flor esperó sola por una hora, quizás la más eterna en los últimos años de su vida. No sabía qué iba a pasar. No dejaba de ver las condiciones paupérrimas de las celdas y pensaba en todo el maltrato que ahí se comete. Una voz la sacó de su abstracción: “Venga conmigo”, le dijo un oficial. La llevaron al mismo cuarto donde estaba doña Coco. Le preguntaron qué enfermedades padecía, le tomaron la presión arterial y la tenía alterada, le dieron un vaso con agua que ella pidió, y le quisieron obligar a tomar una pastilla para regular su presión. No obedeció. Tenía miedo de lo que le pudieran dar.

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—Están libres —le dijeron a las dos señoras, sin mayor cuestionamiento. Cuando esperaba lo peor en ese lugar. Lo primero que hizo doña Flor fue agradecer a Dios y preguntar por Taylor, lamentablemente ella iba a quedar detenida.

Advertida por policías

En un vehículo particular, color negro y vidrios oscuros, llevaron a las dos mujeres hasta sus casas.

—Déjenme irme sola. Yo puedo caminar —renegó doña Flor.

—La orden es dejarla en su casa —le contestó una oficial que intentó ser amable con las señoras.

Primero fueron a dejar a doña Coco hasta su casa, después a ella. En el camino la sentenciaron para que no participe de ninguna marcha azul y blanco. Pero es una advertencia que ella no piensa asumir. A la 1:30 de la tarde de ese 30 de septiembre estaba de regreso en su casa, abrazando a sus hijos y nietos que estaban aterrorizados. Los vecinos también salieron a recibirla y hasta que doña Flor entró a su casa, el carro particular y las dos patrullas con antimotines que resguardaban, se fueron.

Su huipil está listo para la próxima protesta. Aunque en la última semana, después de su detención, no se ha sentido tranquila. No concilia el sueño. Motorizados rondan su casa y en las redes sociales hay una campaña en su contra, dice. Pero no se quiere dejar amedrentar. “Dios es justicia y si creo en Él tengo que estar del lado del pueblo”, enfatiza.

Flor Ramírez
Antes de junio, doña Flor Ramírez nunca había vestido un huipil, solo los elaboraba para venderlos. LA PRENSA/ Óscar Navarrete

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