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De los Contreras a los Ortega

Hoy en Nicaragua, cuando tenemos nuevos Contreras y Peñalosa, los obispos han continuado la tradición profética —insertada en la tradición bíblica y evangélica— de denunciar la injusticia

No deben sorprendernos los golpes, injurias y amenazas, que la dictadura orteguista ha propinado a nuestros obispos y sacerdotes. El odio de los poderosos contra representantes de la Iglesia católica ha sido una constante histórica. Recién pasado el 12 de octubre, día del descubrimiento, es buen momento para recordar cómo, desde el inicio de nuestra historia americana, los misioneros y religiosos que arribaron a nuestras costas alzaron su voz en defensa de los indios —los vulnerables de entonces— labor que les costó la animosidad de muchos potentados y, en ocasiones, la vida.

Uno de los primeros campeones de esta causa fue el conocido Fray Bartolomé de las Casas. Como anotaría la historiadora Helen Rand Parish, él “compareció ante incontables comisiones, redactó leyes protectoras, cruzó el Atlántico al menos diez veces. En total, De las Casas consumió ‘cincuenta años mortales’ dirigiendo quizás el mayor esfuerzo para los derechos civiles y la justicia racial en la historia de la humanidad”. Su eficacia fue tal que influyó decisivamente en que el papa Paulo III amenazara en 1537 con la excomunión a todo aquel que intentara reducir los indios a la esclavitud o despojarlos de sus bienes.

Como era de esperarse, su activismo irritó a muchos. En Ciudad Real, estado de Chiapas, estuvo a punto de ser linchado por españoles, y en Nicaragua fue acusado en juicio por el gobernador Contreras, influyente traficante y abusador de indios. Su esposa y primera dama de entonces, María de Peñalosa, odiaba tanto a los curas que no tuvo reparo en organizar una turba que asaltó el templo La Merced, en León Viejo, matando al franciscano Pedro de Chévez —primer mártir eclesiástico— y a tres más. Sus hijos fueron peores: irritados porque la corona española los despojó de sus encomiendas, debido a las denuncias del obispo Antonio de Valdivieso, asesinaron a este el 26 de febrero de 1550.

La historia no paró allí ni se confinó a Nicaragua. A lo largo de toda Latinoamérica el establecimiento eclesial sostuvo una lucha persistente y heroica en defensa de los débiles. La famosa película La Misión retrata el episodio de cuando los “bandeirantes” asaltaron las reducciones de indios guaraníes defendidas por los jesuitas. El asesinato de monseñor Romero en El Salvador es solo el más reciente magnicidio cometido contra jerarcas de la Iglesia por defender los derechos humanos.

Hoy en Nicaragua, cuando tenemos nuevos Contreras y Peñalosa, los obispos han continuado la tradición profética —insertada en la tradición bíblica y evangélica— de denunciar la injusticia. No es “golpismo”, ni incursiones indebidas en la política, que en sentido amplio es búsqueda del bien común, sino el compromiso eterno por defender la dignidad del ser humano. Aunque cueste.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

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