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Joshua es un sobreviviente de la represión del régimen gobernante en Nicaragua, luego de seis meses de haber sido baleado su cuerpo sanó pero su alma sigue herida. LA PRENSA/R.FONSECA

La historia de Joshua, un joven que sobrevivió a las balas de la Policía Orteguista

Joshua recibió varios disparos de la Policía Orteguista el 21 de abril cuando regresaba a su casa del trabajo. Varias veces estuvo al borde de la muerte, pero vivió para contarla

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La tarde del 21 de abril Joshua y un amigo regresaban del trabajo. Abordaron un taxi en el mercado Roberto Huembes, al sur de Managua, y le pidieron al conductor que los llevara a su casa cerca de la Carretera Norte, al llegar a la colonia Miguel Gutiérrez se encontraron con tranques y calles desoladas, el taxista les comunicó que los dejaría en ese lugar y que no le importaba si le pagaban o no.

“Nosotros le pedimos (al taxista) que fuera a dar la vuelta y él no quiso, se puso renuente, pero como por ahí está el cruce donde pasa la (ruta) 111 le pagamos al taxista y nos bajamos. Nos cruzamos dos calles, íbamos sobre la marginal, en la orilla porque eso estaba desolado, no había gente afuera, desolado totalmente”, recuerda Joshua.

Sólo unos metros caminó el par de amigos cuando se toparon con la muerte. “Vemos que vienen como siete u ocho motos con policías enmascarados, nosotros los miramos y mi amigo me dice: ‘corramonos’ –y yo le digo– ¿por qué nos vamos a correr? Nosotros venimos de trabajar… Seguimos caminando y los encontramos, ellos no nos dijeron nada, solo nos quedaron viendo, pasaron, fueron a dar la vuelta y subieron (regresaron)”, evoca Joshua.

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“Recuerdo que mi amigo solo me dijo ‘cuidado’, cuando él me dice, yo volteo a ver y veo que están apuntando con la escopeta. Bum gum, bum gum, esos sonidos nunca se me olvidan. Piuch, piuch, yo solo le hice así (se cubre la cabeza con los brazos) y salimos corriendo”. En la huida, el par de jóvenes entró en un callejón. “Cuando yo entro al callejón hay bastante gente de los que estaban defendiendo los barrios… estaban escondidos”, continúa Joshua.

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Las personas del callejón comenzaron a defenderse del ataque policial y fue entonces cuando “mi amigo me dice –’no fregués, subime la camisa creo que me dieron’– tenía un refilón. Cuando yo iba corriendo escuché pug en la espalda –entonces le digo– ‘yo también sentí algo, debe ser algún refilón’, –él me dice– ‘enseñá’ y me levanta la camisa –y me dice– ‘hermano eso no es refilón, te pegaron”.

En ese momento Joshua no sentía nada pero la gente a su alrededor estaba ofuscada, “le pegaron al brother”, gritaban. “En eso que estamos hablando siento un jincón fuerte aquí (en la espalda) y comienzo a sentir que me cuesta respirar –y les digo– ‘llévenme al hospital’, me puse blanco, blanco y el cuerpo se me desvanecía… intentamos salir pero la Policía seguía en la entrada del callejón disparando. Yo no sé de dónde apareció un muchacho en una moto y dijo: ‘móntenlo aquí, lo llevo’ y me sacó entre los callejones. Mi amigo me iba sosteniendo”.

Joshua aún no logra recuperar su vida y asegura que tiene secuelas físicas y psicológicas. LAPRENSA/Roberto Fonseca

Cuando Joshua ingresó al Hospital Alemán Nicaragüense lo peor estaba por venir. En ese lugar vomitó la sangre, se encomendó a Dios, se despidió de su familia y les encargó a su pequeña hija. “Sentía que me estaba quemando por dentro”, cuenta. La bala le destrozó el bazo por lo que le extirparon ese órgano, además se le hizo una fístula en el estómago, lo que complicó aún más su situación.

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Seis días pasaron desde la cirugía y Joshua fue dado de alta. Cuando estaba en su casa comenzó a sentir fiebre alta y regresó al hospital pero ahí le dijeron que era normal por las inyecciones que le pusieron. El fin de semana pasó y Joshua se sentía peor, regresó nuevamente al hospital y le dijeron que tenía líquidos acumulados en el cuerpo y era necesario un drenaje quirúrgico.

No era el mismo

“Eso es horrible, te meten un tubo como de un centímetro de grosor por las costillas y sólo sentís como va crujiendo por dentro… Yo gritaba del dolor”. Los días fueron pasando en una cama del Hospital Alemán, pero el día 14 lo tiene presente como si fuera en este instante en que platicamos. “Me fui a bañar y cuando me estoy cepillando me fijo que está un espejo, yo me miré, mi hermana estaba atrás y yo me puse a llorar –ella me dice– ¿qué te pasa? Recuerdo que le pregunté (…) ¿quién es ese que está ahí? Estaba irreconocible, había perdido 35 libras y tenía una cicatriz que va desde el tórax hasta la parte baja del abdomen”.

Ante las fiebres altas, en el hospital le recetaban acetaminofen, su familia sospechaba que algo malo había en él pero no tenían dinero para trasladarlo a un hospital privado. En el hospital público no lo curaban pero tampoco lo dejaban ir.

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Ante la insistencia de la familia, Joshua consiguió un permiso especial para ir a su casa. Estando en casa una amiga le presentó a Irela Iglesias, una joven altruista que estaba ayudando a las víctimas de la represión. Un par de días pasaron cuando Joshua volvió a recaer, pero esta vez su familia decidió pedir ayuda a la joven que recién conocían.

Lo llevaron de emergencia al Hospital Vivian Pellas, luego de estabilizarlo, los médicos le detectaron una profunda infección en la herida de la cirugía y una fístula en el estómago, aunque fue bien atendido, su benefactora decidió trasladarlo al Hospital Bautista. Ahí permaneció 24 días, de los cuales 13 pasó en terapia intensiva.

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Cuando creyó que estaba curado y que podría pasar el capítulo de los hospitales, se volvió a topar con la muerte. A pocas horas de abandonar el Hospital Bautista sintió un profundo dolor en el pecho. Le hicieron varios exámenes y así recibió otra mala noticia: un coágulo de sangre le estaba obstruyendo las arterias del corazón y había que operarlo, pero en un hospital privado una operación de ese tipo cuesta entre 20,000 y 30,000 dólares.

Lloraba de impotencia y una vez más se despidió de su familia. “No lloren, quiero que estén bien”, les dijo a sus hermanos. “Esto no sólo lo sufrí yo sino toda mi familia (…) y es un dolor que todavía no lo he podido sacar de mi sistema, de mi corazón o de mi mente, eso ahí está, mi familia sufrió junto conmigo sin tener necesidad, por culpa de gente que solo piensa en el poder”, reclama Joshua.

Desde el pasado 18 de abril, la represión orteguista ha dejado más de 300 personas asesinadas. LA PRENSA/ JADER FLORES
Desde el pasado 18 de abril, la represión orteguista ha dejado más de 400 personas asesinadas. El ataque a la Marchas de las Madres es uno de los más recordados. LA PRENSA/ JADER FLORES

Tras nuevos exámenes, el médico le dijo que el coágulo se podía disolver con un tratamiento y si evolucionaba bien no sería necesario una operación. Pero debía seguir hospitalizado, los costos eran elevados, fue entonces cuando su benefactora decidió trasladarlo a otro hospital público.

“Me llamaron para decirme que me iban trasladar al (hospital) Manolo Morales por 15 días, pero cuando me llevaron al hospital no tenían el medicamento y me querían dar una pastilla, yo me peleé con ellos, no me quise beber la pastilla”, recuerda Joshua. Días después su benefactora le consiguió el tratamiento.

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La bala que hirió a Joshua sigue incrustada en su cuerpo, las heridas cicatrizaron semanas después pero su alma aún no logra sanar. Las lágrimas fluyen cuando recuerda las veces que se topó con la muerte, sueña que lo persiguen y cuando ve a la policía en la calle piensa lo peor.

“Yo miré quénes me dispararon”

“Hay días que voy pasando y veo a los policías y me muero de nervios. No es miedo, es nervio, porque yo miré quiénes me dispararon a mí, no fue un pleito, no estábamos en la protesta y me pegaron. A nosotros nos dispararon a sangre fría porque solo los dos íbamos en la calle”, recuerda Joshua.

Cuando el joven cierra los ojos, las imágenes llegan a su mente “como en una película”. Sueña que lo llegan a buscar a la casa, otras veces siente que lo van a matar, le cuesta respirar, llora, se despierta gritando, busca hacia todos lados y verifica que todo esté en orden.

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