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¡Ay!, España

Y ahora a España se le ocurre promover el diálogo como salida para la crisis venezolana. ¿Se están burlando? ¿Se burlan del hambre, del sufrimiento, de los padecimientos de millones de venezolanos fuera y dentro de su patria?

Parece chiste. Pero no lo es. El gobierno del presidente socialista no electo Pedro Sánchez, por boca de su canciller Josep Borrell, anunció que España ha cambiado su visión sobre el tema y ahora “vuelve” a creer en el diálogo y en que la vía no pasa por aplicar o endurecer las ya bastantes cuidadosas sanciones que la UE ha aplicado a la dictadura bolivariana. La Comunidad, qué menos, había congelado los activos de una oncena de funcionarios venezolanos a los cuales además se les prohibió viajar a la UE.

¿Y qué es lo van a resolver ahora los ministros europeos? ¿Van a autorizar a los ladrones a que levanten tranquilos el botín? ¿Le abrirán las puertas para que hagan sus compras europeas más tranquilos, in situ, y para que se harten de quesos franceses, pastas italianas, jamón ibérico (Jabugo pata negra de bellota, off course), algún chocolate suizo y uno o dos relojitos de oro?

No se entiende. No es que uno pretenda entender la política de Sánchez, una especie de pavo real que no tiene idea de lo que tiene entre manos ni sabe dónde está parado y ni en donde pararse en una fiesta de embajada (o Real, tanto da). ¿Lo ha hecho por consejo de su correligionario Rodríguez Zapatero, o por presión de sus socios de Podemos (estos mamaron bastante de la teta bolivariana)? ¿O porque han vislumbrado algún negocio en Venezuela para salir de la crisis? Habría que avisarle que hay poco para rascar ahí y que además de ese poco se ocupan rusos y chinos. ¿Lo hace por miedo a Nicolás Maduro que cada tanto festeja con su natural ordinariez —qué otra forma— a disidentes y separatistas ibéricos?

España ha tenido una gran responsabilidad por todo lo sucedido en Venezuela. Socialistas y conservadores (PP) todos festejaron a Chávez y se hicieron pingues negocios —barcos, bancos que se “nacionalizaban” a buen precio y festejaban con champagne y mucho más—. Algunos como Zapatero y su canciller Moratinos se empujaban con Lula para ser los primeros en hacerle la genuflexión a Chávez y clamaban urbi et orbi que la Venezuela chavista era la mayor y más genuina democracia latinoamericana. ¿Lo recuerdan? Y algo había, Chávez cada tanto hacía algún referéndum y si lo perdía volvía por otro hasta que lo acomodaba y lo ganaba.

Cuando se comenzaron a estropear los negocios y ni bastó con la triste disculpa del Rey por aquel “por qué no te callas”, comenzó a cambiar la política de España; coincidió con la vuelta de los conservadores, pero pura coincidencia.

Por supuesto nada iguala a lo del expresidente Rodríguez Zapatero que reclama que sea la fiscalía del chavismo que resuelva y aclare los asesinatos chavistas. Mayor descaro imposible. Ni el gobierno de Sánchez se ha atrevido a tanto y ha reclamado una investigación independiente.

Le ha salido al paso, con total acierto y la firmeza que el tema requiere, el chileno José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch para las Américas. Su mensaje fue categórico: “Zapatero ha sido un excelente encubridor de la dictadura de Maduro. Con cualquier argumento, incluso los más inverosímiles. ¿Qué lo motivará?”

Tiene razón Vivanco. Es inverosímil, de no creer. Y ¡ojo!, lo acusa de encubridor de un gobierno denunciado ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. Denuncia hecha por seis países probadamente democráticos. Y al final, además, Vivanco, deja planteada “la” pregunta, “¿que lo motivará?” Eso: ¿qué los motivará? ¿Tantas cartas en la manga conserva Maduro? Algún día saldrán a luz todas esas cuentas, tejes y manejes, negocios y tickets. Tarde o temprano se sabrá.

Mientras tanto resulta más cómodo condenar a Daniel Ortega. Que bien que se lo merece, por otra parte.

El autor es periodista uruguayo. Fue presidente de la SIP.

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