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Un estudiante de medicina que sirvió como paramédico tuvo que huír hacia Costa Rica por temor a ser capturado o asesinado por el régimen nicaragüense. LA PRENSA/M.ESQUIVEL

Testimonios del representante de ANPDH y de un paramédico revelan la crudeza de Ramón Avellán

“Yo tengo órdenes de limpiar Masaya, a cualquier costo, no se preocupen que después viene la reconciliación y eso le corresponde al comandante y a los políticos’”, dijo Ramón Avellán

En las manifestaciones y los tranques de Masaya le conocían como el Flaco, tiene 20 años y es un muchacho espigado que en unos meses de represión sufrida por la población, como paramédico, acumuló tanta experiencia como una gran cantidad de culpas, que apenas lo dejan vivir.

El Flaco debió viajar a Masaya para comunicarle a una tía suya que su primo había sido apresado. En Managua vio morir a tres personas que ayudó a atender en los primeros días de protestas; en la llamada Ciudad de las Flores, junto a otros jóvenes trató de multiplicarse para auxiliar a los heridos, pues desde un comienzo policías y paramilitares atacaban a la población con ráfagas de fusiles AK-47.

Con una memoria precisa, recuerda que el 23 de abril a eso de las 2:00 a.m. murió el primer manifestante en Masaya: “Yo lo atendí, cayó en la esquina de San Miguel, me conmocionó (…) no pudimos hacer nada porque fue una bala en el tórax. El muchacho se ahogó con su sangre, no había nada que hacer”.

En Masaya vio morir como a nueve personas, de las más de treinta que fueron asesinadas.

Los ataques eran cada vez más fuertes; en una ocasión él perdió la conciencia a causa del impacto de una bomba de luz y sonido, pero ocurrió en la esquina de la Cruz Roja, donde lo jalaron del chaleco y lo salvaron. En otra, un chaleco antibalas le salvó de la muerte al recibir dos impactos de bala que también lo derrumbaron.

Lamenta que el 17 de julio, en la llamada Operación Limpieza de Monimbó, cuando ingresaron las camionetas cargadas de paramilitares asesinaron a dos de sus primos cuando llegaron en busca suya a la casa donde él había estado y es una de las culpas que carga el Flaco.

Y uno de los artífices de esa operación criminal es el tristemente célebre comisionado Ramón Avellán, quien con la asistencia del jefe de esa plaza, Olivio Salguera, ayudó a que el dictador le ascendiera a comisionado general.

Y ante esas circunstancias, al secretario ejecutivo de la ANPDH, Álvaro Leiva Sánchez, le tocó armarse de valor, sacar su bandera blanca y juntarse con sacerdotes de la localidad para mediar ante Avellán.

En una de esas trágicas noches a causa de la represión que recurrieron ante la Policía Orteguista para gestionar la liberación de más presos, el representante de ANPDH en Masaya, Danilo Martínez, le expresó a Avellán que si continuaban asesinando jóvenes, apresándolos y golpeándolos, no podrían restaurar la paz en Masaya, mucho menos en Monimbó, apunta Leiva.

Avellán respondió con un tono sarcástico y frío: “Yo tengo órdenes de limpiar Masaya, a cualquier costo, no se preocupen que después viene la reconciliación y eso le corresponde al comandante y a los políticos’”, recuerda el defensor de derechos humanos.

También recuerda que “la primera noche de abril 2018, que gestionamos para frenar la masacre que Avellán realizaba junto a la Policía en Masaya, llegamos como a las once de la noche, bajo lluvia, balas, morteros”. Esa vez llegó acompañado de los sacerdotes Bismarck Conde y Edwin Román, con quienes después se volvió inseparables, así como otros miembros de su equipo de ANPDH en Masaya.

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En esa ocasión “entramos a la Policía y al justificar el comisionado Avellán los asesinatos, presos y heridos contra la población civil, el padre Edwin le reclamó fuertemente y le dijo que a él le constaba que era la Policía la que disparaba a matar, que la población estaba desarmada y protestando cívicamente”.

Esto no le gustó a Avellán, quien de forma airada le respondió: “Con este padre no quiero hablar, con este padre no se puede hablar, este padre es político, con él no quiero nada”, expresa Leiva.

El defensor de derechos humanos señala que ellos le preguntaron a Avellán “que si no era cristiano y respondió que sí, que en su casa hasta la Purísima se celebraba”.

Esta vez, no sería el único encontronazo verbal que sostendrían con los jefes de la Policía Orteguista en Masaya.

Recuerda a Alvarito Conrado

Al Flaco, un paramédico y estudiante de Medicina, le tocó vivir los primeros días de la represión, apoyando en la atención a afectados por las bombas lacrimógenas, atendiendo a los intoxicados leves con agua con bicarbonato o aliviar a quienes sufrieron raspones.

Uno de los casos que más lo impactó fue el no haber podido hacer nada por Alvarito Conrado, él fue uno de los universitarios que lo auxiliaron.

“Era un niño en realidad pero era de ese tipo de personas que no puede esperar, que yo quiero ir, yo quiero ir (…) no sabía nada de medicina pero él quería apoyar con lo poco que sabía”, dice el Flaco.

A Alvarito Conrado lo recuerda “con una bolsa de agua en el hombro y con otra bolsa de agua con bicarbonato en la mano, así ayudaba pasando agua”.

Esa fue uno de las muertes que el joven asegura lleva en sus hombros como una pesada carga, porque no lo pudieron salvar.

Pretendió utilizarlos

Después de los ataques del 17 de julio la ANPDH denunció la masacre que se perpetraba en la Laguna de Masaya, en la retirada de los jóvenes tras el ataque de los paramilitares, cuyos cuerpos dice Leiva, aún no se han recuperado.

Ante la insistencia de ANPDH fueron invitados a reunirse con una funcionaria de la Cancillería y Ramón Avellán, allí estuvieron monseñor Miguel Mántica y Jorge Solís. Avellán pretendía utilizarlos para que los jóvenes que rescataran se los entregaran a la Policía Orteguista, pero ellos lo rechazaron.

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