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Señor, ¡que vea!

En el mundo hay muchos ciegos que no ven, como el ciego de Bartimeo. Pero quizá hay muchísimos más ciegos voluntarios que el número de ciegos físicos, pues mucha gente no quiere ver. Creen que cuanto menos vean, mejor: ¡vivimos más tranquilos! Hay otras que no les interesa ver; no quieren complicarse la vida. Por eso, cuando le decimos a alguien: “¿Pero es que no ves?,” nos responde: “Dejame en paz”.

Hay muchos que no quieren ver la verdad, la realidad de lo que ocurre o de lo que está haciendo con su propia vida, es por eso que no aceptan que otro les eche una mano, que les ayude a abrir los ojos a la realidad que están viviendo. Como decía Jesús: “Teniendo ojos no queremos ver”, (Mc. 8, 18).

Algunos ven pero padecen de una grave miopía y solo pueden dirigir su mirada al círculo pequeño de su propio yo. No ven más allá de sus narices. Y, porque somos ciegos voluntarios, por eso, constantemente caemos en los mismos errores y tropezamos en los mismos obstáculos, como decía Jesús: “Se cumple en ellos aquella profecía de Isaías: por más que escuchen, no comprenderán; por más que miren, no verán. Se ha embotado la mente de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. Que sus ojos no vean, ni sus oídos oigan, ni su mente entienda, ni se conviertan para que yo les sane” (Mt. 13, 14-15).

Esta ceguera voluntaria es porque no queremos ver los problemas reales por los que están pasando nuestros barrios, pueblos y comunidades. Esta ceguera la vemos en nuestras propias familias. Ni los esposos, ni los padres, ni los hijos quieren muchas veces ver la problemática que está viviendo la familia porque ninguno quiere cambiar. Nosotros los cristianos tenemos que abrir bien los ojos, si queremos dar un mensaje que llegue a nuestra gente de hoy: “Ningún ciego guía a otro ciego” (Mt. 15, 14).

No podemos seguir permitiéndonos el lujo de caminar ciegos por este mundo; necesitamos caminar bien despiertos porque las trampas que nos ponen para caer son bastante abundantes.

Necesitamos gritar, como el ciego Bartimeo: “Señor, que vea” (Mc. 10, 51). El ciego Bartimeo sabía, por experiencia propia, los resultados negativos de su ceguera y, por eso, grita para recuperar su visión. La ceguera le había hecho caer en el mundo de la marginación, de la miseria, del abandono, del desprecio de los otros y de la incapacidad de vivir una vida normal. Sabía muy bien que tener los ojos cerrados le había acarreado muchos males. Por eso gritaba: “Señor, que vea”. Y, cuando se dejó ayudar por Jesús y recobró la vista, su vida cambió por completo.

Quien cree en Jesús no puede caminar en la ceguera porque Jesús, como Él mismo nos lo dice: “Ha venido para que los que no ven, vean” (Jn-9, 39). La experiencia de tantos golpes que hemos recibido por ir ciegos en la vida, nos debe hacer reaccionar de una vez para siempre. Es el país, la familia, nuestra vida los que están en juego. Y es que, como dice el refrán, ¡no hay peor ciego que el que no quiere ver!

El autor es sacerdote católico.

Opinión Bartimeo Jesús archivo
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