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El país feliz de Daniel Ortega

Algunas de las personas que en estos días de cruda represión han pasado por la cárcel del Chipote y tuvieron la dicha de salir de allí, cuentan los horrores que sufren los presos en esas mazmorras y el tipo de interrogatorios que les hacen los carceleros.

Como regla, los que interrogan acusan a sus cautivos de que con sus acciones “golpistas y terroristas” pusieron fin a la vida feliz que se disfrutaba en Nicaragua hasta el 18 de abril.

Pero eso no es un invento de los interrogadores, es el relato oficial de la dictadura. Eso es lo que Ortega y Murillo han dicho desde abril. Es lo que dijeron sus representantes en el Diálogo Nacional frustrado que tuvo lugar en mayo y junio en el Seminario de Fátima. Y es el mensaje que han llevado los emisarios gubernamentales a los distintos foros internacionales, y a gobiernos de otros países, desde la OEA hasta el Vaticano.

El argumento de que Nicaragua era un país feliz hasta que a los ciudadanos autoconvocados —que el régimen llama “vandálicos, golpistas y terroristas”—, se les ocurrió rebelarse contra la dictadura familiar, es probablemente un pretexto para justificar la desmesurada y horrorosa represión.

Sin embargo, también es posible que los orteguistas padezcan una alienación colectiva y crean que esa es la verdad. Se sabe que algunas perturbaciones mentales pueden ser contagiosas y convertirse en un fenómeno colectivo, como la grisi siknis en el Caribe nicaragüense.

Una de las manifestaciones de la locura en la política es la mitomanía, que la ciencia psiquiátrica y psicológica describe como “una invención de acontecimientos improbables y fácilmente refutables”. Y en los sistemas y los grupos totalitarios sucede que las mitomanías de los caudillos son acogidas y compartidas por sus esbirros y seguidores.

Fue precisamente la situación de ese tipo que había en la Unión Soviética de Stalin y que se veía llegar a Alemania, con Hitler, lo que motivó al escritor inglés Aldous Huxley a escribir en 1931 el libro Un mundo feliz. Allí describe un mundo utópico en el que la gente es dichosa pero deshumanizada. Ese mundo feliz es gobernado por una entidad absoluta y totalitaria que elimina la familia, la diversidad social y humana, las diferencias culturales, las creencias religiosas, los sentimientos morales, etc.

Un mundo feliz de Huxley es complementado por el libro 1984, del también inglés George Orwell, publicado en 1949, en el que describe una sociedad dominada por el “gran hermano” donde a la esclavitud se le llama libertad, paz a la guerra, cariño a la represión y a las penurias se les dice abundancia.

De manera que es probable que para Ortega, Murillo, sus partidarios y sus feroces policías, la felicidad de Nicaragua significa que ellos manden de manera absolutista, que la gente viva sin libertad, sin democracia y sin dignidad humana; y que no haya una verdadera oposición.

Editorial Daniel Ortega régimen en Nicaragua archivo
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