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La única razón es que puede herir

La pensadora judía Hannah Arendt dejó, antes de morir, un ensayo sobre la libertad y las revoluciones que estuvo inédito hasta hoy. Destaco un fragmento del mismo:
“Ninguna revolución, independiente de con cuánta amplitud abra sus puertas a las masas y a los oprimidos, se ha iniciado nunca por ellos. Y ninguna revolución ha sido jamás obra de conspiraciones, de sociedades secretas o de partidos abiertamente revolucionarios.

“Hablando en términos generales, ninguna revolución es posible allí donde la autoridad del Estado se halla intacta, lo que significa allí donde las Fuerzas Armadas obedezcan fielmente a las actuales autoridades civiles. Las revoluciones no son la causa sino la consecuencia del desmoronamiento de la autoridad política. En todos los lugares, pueden producirse revoluciones, a condición de que haya un número suficiente de gente preparada para el colapso del régimen existente y para la toma del poder”.

Quizá sea útil mirar la situación actual de Nicaragua a la luz de ese texto. Nos encontramos bajo el mandato de una familia cuya cabeza ha causado ya la peor crisis social, política y criminal en Nicaragua desde los años ochenta. ¿Pero podemos pensar en los levantamientos que iniciaron en abril como en una revolución? Según la definición de Arendt, faltan dos factores:
Uno: el país no parecía estar preparado para el colapso momentáneo que generaría la caída de este régimen Ortega-Murillo. En unas pocas semanas de represión contra manifestaciones y tranques, el nivel de violencia y caos se volvió cruel e inesperado. Saqueos, tomas de tierras, la distribución de armamento: el mensaje de Ortega buscaba crear la imagen de que si él se iba, vendría el diluvio caló muy hondo. Y no le importó utilizar para ello a gentes y familias tan pobres que ya no les importaban obedecer un llamado a tomarse tierras o salir a matar a quien fuese.
Por otro lado, el sector privado que ha coqueteado con el régimen años atrás, mientras se destruía cualquier atisbo de democracia, se ha visto finalmente impelido a involucrarse en las luchas populares.

Que sea una embajadora norteamericana en su discurso de despedida quien recuerde el deber moral de algunos empresarios no deja de ser una paradoja bastante siniestra y vergonzante. El colapso de un régimen como el actual tendría que ser asumido temporalmente por un esfuerzo solidario del sector privado, junto con la ayuda de la cooperación internacional.

Y hay que asumir ese reto con la valentía que exigen los tiempos.

En segundo lugar, Harendt nombra un factor clave. Solo es posible la revolución allí donde las Fuerzas Armadas ya no obedezcan fielmente al poder político. De momento, en Nicaragua, parece que la politización de la academia militar a favor del culto a la autoridad del orteguismo, así como las prebendas y gestos para la entrada de altos mandos en los negocios han logrado sus frutos.
De ese modo, se concluye que si solo es la fuerza armada (de policía y ejército) la que sostiene a Ortega en el poder. Él no supo ni quiso otra solución que no fuera la violenta, primero mediante la represión de la juventud sandinista y luego con la de la policía y los paramilitares a los que cínicamente llama policías voluntarios. Y constató que cualquier ápice de liderazgo político y conciliador que le quedase (si es que alguna vez lo tuvo), acabó en el suelo con el primer disparo al primero de sus víctimas adolescentes, con el primer niño que sucumbió bajo el fuego.

Ya no puede verse en el espejo de alguna verdad. Y contra ello, su esposa ha fabricado un relato absurdo que no dejará de repetir machaconamente. Ruido contra el pesado silencio que imponen ciertas verdades.

Son demasiados muertos. Sus manos están manchadas de sangre.

El autor es periodista.
@sancho_mas

Opinión Crisis en Nicaragua Daniel Ortega Nicaragua archivo
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