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Reflexiones sobre la crisis

En las rotondas y principales calles de Managua el Gobierno ha instalado adornos y luces con motivos navideños. Seguramente quiere crear un ambiente festivo y dar la impresión que todo ha regresado a la normalidad. Y Nicaragua puede estar entrando en una normalidad, pero no es la que existía antes de abril. En ese entonces el Gobierno era autocrático, pero también había seguridad ciudadana y tasas altas de crecimiento económico y progreso social.

¿Cuál es la nueva normalidad? Es una Nicaragua que estará de luto durante la Purísima y Navidad por los 535 muertos, más de 4,300 heridos y cientos de prisioneros de conciencia que contabiliza la ANPDH como saldo de casi siete meses de protestas pacíficas y represión. Una Nicaragua en donde el Incae cerró su programa de maestría en Administración de Empresas y Mukul —el resort turístico icónico de nuestro país—, también cerró. Un país en donde la economía experimentará una contracción de cinco por ciento este año y continuará hacia abajo en 2019. Es un país que en que los depósitos públicos en el sistema financiero han caído más de US$1,200 millones y en que los presupuestos de 2018 y 2019 están desfinanciados. Es más, los US$350 millones en bonos que el Gobierno piensa emitir para cubrir parte del déficit fiscal no se han podido colocar porque no hay interés en comprarlos. Esto porque las agencias de calificación los han rebajado de “B” a “B-”. Es decir, son considerados instrumentos altamente especulativos y “chatarra” en el mundo financiero.

Podría dar más ejemplos de nuestra nueva normalidad —como los más de 400,000 que han quedado sin empleos y los 40,000 compatriotas que han emigrado— pero lo más desalentador de este panorama apocalíptico es que nuestra crisis socioeconómica y humanitaria se debe a la falta de un entendimiento político cuya solución no avanza por nuestra inmadurez política.

Por un lado, el Gobierno testarudamente no quiere negociar, al menos no a través del mecanismo —un Diálogo Nacional con la Conferencia Episcopal como testigos y mediadores— que el mismo gobierno sugirió. A la creación de este nudo gordiano contribuyó, por otra parte, la equivocada apreciación inicial de la oposición de que habían ganado y que el gobierno tenía que “rendirse” y aceptar elecciones a comienzos de 2019.

De cara a esta realidad, tengo varias cosas claras. Primero, todos tenemos una cuota de la culpabilidad que nos llevó a por esta crisis y todos estamos perdiendo con su prolongación. Nadie está ganando. Segundo, hay que ser pragmáticos y tolerantes en buscar una salida negociada. Tenemos que aceptar serenamente que todos tendremos que ceder. Tercero, si esto requiere plantear un mecanismo nuevo de negociación, incluyendo cambios en el elenco de negociadores, hay que hacerlo. Cuarto, en este nuevo diálogo no se debe buscar un arreglo perfecto, sino lograr el mayor bien para el mayor número de nuestros compatriotas. Quinto, para ir creando confianza, durante las negociaciones se deberían de acordar concesiones anticipadas. Por ejemplo, la oposición debería de montar al menos una manifestación multitudinaria para demostrar que aún es fuerte, pero debería de solicitar el permiso correspondiente. Y las autoridades deberían de ceder el permiso y no hostigar a los protestantes. También deberían de ir soltando los prisioneros de conciencia. Sexto, no se debe de recargar la agenda. Los múltiples males que aquejan a nuestra sociedad se deberían de dejar para otros momentos. El objetivo inmediato debe de ser limpiar totalmente el Consejo Supremo Electoral, reformar la Ley Electoral para facilitar la creación de partidos nuevos y asegurar elecciones incuestionables. Es decir, libres, justas y observadas y lo antes posible. Pero, ojo, 2019 ya no es realista.

Estas y otras medidas mejorarían el clima para negociaciones y abrirían el camino para un acuerdo de gobernabilidad. Nos bajarían la presión nacional e internacional y nos permitirían rescatar a nuestra patria de la ruina socioeconómica, siempre y cuando exista buena fe.

El autor fue canciller de Nicaragua y diputado a la Asamblea Nacional.

Opinión Daniel Ortega Nicaragua protestas archivo
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