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BBC News Mundo

En “Ordesa”, el escritor Manuel Vilas recrea la historia de sus padres y la suya propia. Lisbeth Salas

Manuel Vilas: “Hay cosas que no se pueden contar a nadie, ni siquiera a ti mismo”

"Quería regresar el mundo de la protección paterno-materna, pero mis padres estaban ambos muertos, así que el libro acabó siendo una novela sobre los muertos", revela el escritor español

En medio del Pirineo, la cadena montañosa que separa España de Francia, entre altos paredones y fallas salpicados de cascadas y saltos de agua, se abre un valle glacial de una belleza sobrecogedora.

Es un lugar mágico, fascinante, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Ese valle espectacular se denomina Ordesa y es la primera memoria clara y nítida que, cuando echa la mirada hacia atrás, brota en la mente del escritor español Manuel Vilas.

“Es un recuerdo muy potente, salgo de un coche y mis ojos se topan con las montañas de Ordesa. Calculo que fue en 1969. A mi padre le gustaba ese valle”.

Vilas ha titulado así, “Ordesa”, a la monumental novela en la que hace un ejercicio de memoria y recrea la historia personal de sus padres y la suya propia. Un libro intenso, verdadero, a ratos desgarrado y siempre emocionante que al escritor le sirvió de tabla de salvación.

Manuel Vilas participa en el Hay Festival de Arequipa.


Hace cuatro años y medio usted estaba en pleno proceso de divorcio de su mujer, tomaba ansiolíticos para la depresión que sufría y padecía problemas de alcoholismo. Y en medio de todo eso, falleció su madre. ¿Fue esa muerte el punto de inflexión, lo que hizo que todo estallara y lo que le empujó escribir “Ordesa”?

Sí. Mi madre muere en mayo 2014, yo estaba viviendo un divorcio y tenía problemas graves con el alcohol, tal y como lo cuento en mi libro “Ordesa”. Yo estaba asistiendo a la disolución de dos familias: la familia en la que yo había sido hijo y la familia que yo había fundado y en la que era padre.

El ver al mismo tiempo la disolución de mis dos familias me produjo una sensación enorme de desamparo. Y convoqué a los fantasmas de mi padre y de mi madre con ánimo casi terapéutico, para que me sirviera de bálsamo, como auxilio, para no sentir tanto dolor.

Yo tenía 52, 53 años y lo que quería era sentirme tal y como me sentía a finales de los años 60 y principio de los 70, cuando era niño y me sabía protegido por mis padres.

Quería regresar el mundo de la protección paterno-materna, pero mis padres estaban ambos muertos, así que el libro acabó siendo una novela sobre los muertos.

Parque Nacional de Ordesa.

Ordesa es un espectacular valle en los Pirineos. Getty Images

¿Buscaba también saldar de algún modo cuentas con sus padres?

No. “Ordesa” es una novela de amor, de amor inmenso hacia mi padre y hacia mi madre. Hasta el punto de que el padre y la madre aparecen divinizados, parecen ángeles tutelares. Pero no se les juzga.

No es una novela de ajuste de cuentas, o de crítica a la familia, o de reclamación de no se sabe qué al padre y a la madre. Todo lo contrario. Cuento cosas muy afiladas de mis padres, es verdad, pero en el libro no se juzga nada. Yo escribí esa novela como una carta de amor. Mi libro no tiene nada que ver con la “Carta al padre” de Kafka (una misiva en la que el escritor checo critica a su padre por su conducta emocionalmente abusiva e hipócrita hacia él).

¿Es que acaso no tenía cuentas que saldar con sus padres?

Yo creo que ese tipo de ajuste de cuentas ocurre en clases sociales más privilegiadas que la mía. En una clase media-baja, como es aquella de la que yo procedo, no cabe el ajuste de cuentas, solo cabe el agradecimiento.

Es una cuestión de solidaridad social. Qué le voy a decir yo a mi padre, sería yo un absoluto sinvergüenza si le pidiera cuentas a mi padre, teniendo en cuenta de dónde venía y lo que hizo. Pobre hombre, sería el colmo. Y creo que ese es un motivo por el que muchos lectores se emocionan con esta novela, por el punto de vista del amor y no el del agravio.

Dice que escribir esta novela ha sido algo terapéutico para usted, casi catártico. ¿La escribió pensando en publicarla o con fines puramente personales?

La escribí con intención literaria desde el primer momento. Pero tampoco sabía muy bien el terreno que pisaba, era consciente de que estaba narrando mi vida y eso me inquietaba. Pero la escribí como un libro, con ánimo de publicarlo, no como algo personal.

¿Hubo alguna parte que decidiera quitar?

Sí, ya lo creo. Hay capítulos enteros que he quitado, porque eran cosas terribles. Gente a la que di a leer el borrador del libro me aconsejaron, con muy buen criterio, que quitara algunas partes.

Me di cuenta de algo muy interesante: de que hay cosas que no se pueden contar, a nadie, ni siquiera a tu mujer, a tu marido, a tu hermano, a tu amigo del alma… porque si cuentas esas cosas se destruye la relación. Hay cosas que has vivido que si se las cuentas a tu pareja, a un amigo, a alguien con quien tengas una confianza extrema, pueden romper esa relación.

Yo creo que hay cosas que el ser humano no se puede contar ni a sí mismo. Las llevas detrás, en una especie de ruido de fondo, pero ni siquiera tú te atreves a hurgar ahí porque pone en peligro tu vida social y pone en peligro tu estima como ciudadano normal. Son atavismos lejanos de la especie, cosas que proceden de la noche de los tiempos, son cosas muy horrorosas que llevamos dentro, los fundamentos más salvajes de tu propia existencia.

¿Somos lo que recordamos?

En buena medida sí. De hecho, la poética de “Ordesa” es esa: somos lo que recordamos. Pero también somos esas cosas que no acabamos de saber qué fueron, cómo fueron, que bullen en nuestra cabeza pero cuyos detalles se nos escapan.

Cuando escribí “Ordesa” me di cuenta de que recordaba cosas de manera imprecisa, y una de las letanías del libro es esa: “Tengo que preguntar esto o aquello”. Pero entonces te das cuenta de que no tienes a quién preguntar porque ya todos están muertos.

Hay cosas de mi pasado que no sé bien cómo fueron ni por qué fueron. Como por ejemplo cuando mi padre no acudió al entierro de su madre: no sé bien por qué. A veces hago interpretaciones literarias tratando de explicarlo, pero la certeza no la tengo, porque no le pregunté a mi padre qué pasó, que por qué no fue al entierro. Seguro que había cosas que no sabía y que no me fueron dichas.

Portada del libro "Ordesa".

BBC

¿Se refiere a los secretos que ya nunca serán desvelados?

Eso es. Tu padre y tu madre se llevan a la tumba secretos de familia que ya nunca serán dichos. El mundo entero debe de estar lleno de miles de millones de secretos que no han sido verbalizados.

La gente muere con muchísimos secretos. Que son esos secretos que no se dicen, esas cosas que han pasado en tu vida y que llevas dentro como un fardo, que te mueres cargando con ese fardo porque no se lo dices a nadie. Yo estoy seguro de que mi madre y mi padre se murieron con secretos que yo jamás podré conocer.

Usted también se llevará secretos a la tumba, ¿no?

Sí, me los llevaré. Ese es un círculo que se cumple en mis hijos, como he querido explicar en “Ordesa”. Mi recorrido vital es ser hijo y acabar siendo padre. Es un círculo, un círculo misterioso.

La condición de hijo es universal, y la condición de padre y madre es elegida pero bastante frecuente. De hijo a padre o madre se resumen las existencias de casi todos los seres humanos. Es lo más importante que hace un ser humano: primero ser hijo y luego ser padre o madre.

¿Era necesario que murieran sus padres para poder escribir este libro?

Sí, con ellos vivos hubiera sido imposible, de hecho el libro se entiende desde la muerte, hay una salmodia en todo el libro que es la idea de que ya no están. Sin esa idea no hubiera podido yo decir nada.

En ese sentido, es un libro sobre la muerte. Pero no se puede comprender la muerte en abstracto, sino a través de la muerte de alguien, en mi caso, de mi padre y de mi madre.

Sus padres, los grandes protagonistas del libro, no pueden sin embargo ofrecer su propia versión de los hechos…

En una charla con Fernando Aramburu (escrito español y autor de “Patria”) fue él quien me comentó que había dejado a mis padres sin derecho de réplica. Eso me dejó un poco tocado, me conmocionó. Podría entenderse como algo inmoral por mi parte, porque yo he contado unas vidas sin pedir permiso, y mis padres no tienen posibilidad de contestar. Y eso es así.

A los niños con frecuencia se les pregunta que a quién quieren más, si a papá o a mamá. ¿Usted que responde?

Yo no los diferencio, para mí están juntos. Es verdad que en el libro cada uno tiene su espacio y su protagonismo, pero en mi mente mi padre y mi madre están juntos.

Mi padre murió en el año 2005 y sobre su muerte ya había escrito varias cosas. Pero hasta que no murió mi madre no vi las dos muertes fundidas en una sola y con una significación única. Para mí es muy difícil diferenciar a mi padre y a mi madre, y más si aplicamos la ideología de género que hay ahora en boga.

Si este libro se caracteriza por algo es en que el padre y la madre son lo mismo, en modo alguno podría yo distinguir a mi madre y a mi padre, sería algo anti-natural. Ciertamente, el narrador cuenta cosas que hace el padre y cosas que hace la madre. Pero decir quién fue más importante o definitivo sería antinatural, sería impostado. En ese sentido me siento bastante orgulloso del libro, creo que no se puede leer ni desde el matriarcado ni desde el patriarcado.

¿Uno se hace definitivamente adulto cuando mueren sus padres?

Sí, yo creo que sí. Es el último tramo, lo último que te queda por vivir. Y cuando eso ocurre te quedas solo, porque la razón o la explicación de tu existencia ya es solo tuya, porque quienes la tenían ya no están. La razón de que estés en el mundo, mientras viven tu padre y tu madre, es un tercero, tu padre o tu madre. Pero cuando ellos ya no están, esa razón desaparece. Y se entra en un nuevo escenario de la vida de un ser humano.

Manuel Vilas en el Hay Festival Querétaro 2018.

Manuel Vilas en el Hay Festival Querétaro 2018. Getty Images

¿Hay sentimiento de culpa cuando mueren los padres, cuando ya no puedes decirles cosas que habrías querido decirles?

Ahora hace cuatro años que murió mi madre y sentimiento de culpa ya no tengo. Hace un tiempo sí que lo tenía.

El sentimiento de culpa siempre está en la medida en que tú sigues vivo y ellos ya no están. Por mucho que hayas hecho por tu madre y tu padre, siempre te van a saltar cosas que podías haber hecho y no hiciste. Una muy sencilla: haber pasado más tiempo con ellos del que pasaste.

El fallecimiento de los padres le coloca a uno en el primer pelotón frente a la muerte, en la primera fila. ¿Ha cambiado en ese sentido su relación con la muerte?

No. Era algo que ya tenía asumido cuando murió mi padre. De hecho le he perdido bastante el miedo a mi muerte.

Lo que le tengo miedo es que a mis hijos les pase algo. Pero a morirme yo no le tengo miedo. No quiero importunar a la gente que quiero con mi muerte, eso sí.

Alguien dijo que la muerte es una ordinariez…

Eso fue Cela quien lo dijo. Tenía ya bastantes años, ya le habían dado el Premio Nobel y le preguntaron por la muerte. “La muerte es una ordinariez”, dijo. Yo entendí lo que quería decir, y me pareció que tenía razón, que en cierta manera morirse es una ordinariez.

El problema es que la muerte tiene algo brutal, y es que acaba con todo. La muerte acaba con la gran fiesta de la vida de la manera más inexplicable, de repente todo lo que estábamos celebrando se acaba, ya no hay nada.

Eso es algo que yo no termino de entender, me parece un asalto a la lógica y a la razón, no entiendo que puedas estar viviendo intensamente, que todo sea maravilloso y que de golpe no haya nada.

Y quizás en el caso de los artistas y de los escritores sea aún más llamativo, porque vivimos de la expectativa de crear una intensidad. Una novela, una pintura, una obra de teatro, es intensidad. Y esa intensidad se lleva muy mal con la muerte.

¿Cuál es la clave del éxito que ha cosechado su libro? ¿Tal vez se debe a que la familia es una institución universal?

Yo de eso no me percaté cuando escribí el libro, pero luego lo he visto muy claramente. El motivo del éxito es el universal que toca. Todo el mundo tiene la experiencia de una familia, sea cual sea esa experiencia, buena, mala, regular.

Y esa experiencia es lo que nos marca. Nos marca lo que vimos hacer y lo que nos dijeron cuando éramos niños. Y esa es la clave de este libro.

El libro también es un retrato de una España: la de hace 40 años, y que hoy nos parece lejanísima.

Eso no entraba en un principio en mis intereses. Pero cuando evoqué la vida de mis padres por fuerza tuve que viajar a finales de los años 60 y principios de los 70. E inevitablemente, salió la España que ellos vivieron, y con la que he acabado empatizando porque es la que mis padres vivieron.

Usted quería ser estrella del rock roll, no escritor.

Sí. Cuando descubrí el rock con 12, 13 años, y me fascinó. Como a tantos adolescentes de los años 70, para mí el rock era una forma de vida extraordinaria, apasionante y fascinante que no casaba con la España de entonces, con la España que me tocaba vivir.

Toda la música anglosajona, desde los Beatles a Bob Dylan, nos colonizó. Nosotros veníamos de una cultura muy mesetaria, y la aparición del rock nos hechizó completamente, nos hizo darnos cuenta de que había un mundo muy distinto al que nosotros vivíamos.

Ahora no pasa eso, hay una cultura mucho más global y un chaval de 13 o 14 años tiene acceso a ella. Pero entonces no era así, y la música pop exhibía una vida completamente distinta a la de la España de entonces.

Ese momento de los años 60 y 70 me sigue fascinando, hubo una eclosión increíble que hizo que la música pop y rock fuera importante en el mundo. Fue un momento que ya no hay.

El guitarrista de Bruce Springsteen, por ejemplo, decía que lo que ocurrió con el rock en los años 60 y 70 era equiparable a lo que ocurrió en la cultura occidental con el Renacimiento.

Bueno, usted mismo ha dicho en alguna ocasión que Elvis Presley ha cambiado más el mundo que Quevedo…

Sí, completamente. Elvis fue una revolución y lo sigue siendo. Creo que una persona que ha visto cantar y bailar a Elvis es diferente de una que no lo ha visto u oído cantar.

Eso transformaba más conciencias que el psicoanálisis y el marxismo juntos.

Después de la hecatombe que sufrió en 2014 y que le empujó a escribir “Ordesa”. ¿Qué tal está su vida personal ahora?

Bien, estoy bien. No bebo nada de alcohol desde hace cuatro años y sigo sin beber. Me encuentro bien.

Tengo una pareja que vivía en Estados Unidos, así que he estado mucho a caballo entre Estados Unidos y España. Ahora vive aquí, así que estamos más asentados en España.


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y 11 de noviembre de 2018.


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