Si decidimos elegir cosas que nos dan felicidad y abundancia, no solo nos atraerán la felicidad y la abundancia hacia nosotros, sino que también se beneficiarán los que nos rodean. Atraeremos situaciones, personas y cosas que están en la misma onda y dejaremos de preocuparnos, sintiéndonos por fin libres.
En cuanto dejemos de preocuparnos por los demás, y por sus expectativas y opiniones, podremos escuchar nuestro silencio interior, aquietar nuestra mente, respirar hondo y sacar esos pensamientos secretos que forman nuestro sueño. No permitiremos que influya lo que dicen o expresan otros con críticas, mensajes o escritos y de las personas que no quieren seamos más felices.
No pensaremos en resultados, simplemente les daremos carta blanca para que salgan y se manifiesten, con la seguridad de que se cumplirán. Y aunque queramos planear el futuro, nuestra atención está aquí y ahora en nuestro presente.
La intención se hará realidad, porque los pensamientos se codifican y se convierten en cosas, siempre que nuestra atención esté desapegada y confiemos en que sucederán en el momento preciso.
Ahora es importante darnos tiempo para orar, meditar, discernir. Tener lecturas positivas y provechosas. Darnos tiempo para realizar aquellas actividades que nos gustan y nos dan motivación.
Ahora nos relajaremos y haremos una lista con todas nuestras necesidades y deseos. Concentraremos intención en esa lista, y la miraremos tan a menudo como podamos; antes de relajarnos y meditar.
Antes de dormir en la noche y al despertar por la mañana, nos ponemos en manos de Dios y con Su gracia, nuestra libertad y esfuerzo trataremos de hacer el bien.
Hago mías las Palabras del apóstol Pablo: “Antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, fíjense en todo lo que encuentren de verdadero, noble, justo, limpio; en todo lo que es fraternal y hermoso; en todos los valores morales que merecen alabanza. (Fil. 4, 6-8).
Recordaremos que no hay un camino que nos lleve a la felicidad, porque la felicidad está en ese camino. La verdadera conciencia de la prosperidad es la habilidad de tener lo que quieres y cuando quieres. Y tendremos que sentirnos felices con nuestros logros y valorar cualquier cosa buena que nos suceda.
Para terminar recordaremos a William Shakespeare: “Sufrimos demasiado con lo poco que nos falta y gozamos poco por lo mucho que tenemos. Nosotros decidimos con nuestra mente si vamos a ser felices o desgraciados. Nuestra mente y actitudes ante la vida son capaces de convertir un cielo en infierno, y un infierno en un cielo”.
El autor es sacerdote católico.