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Diálogos funestos

Alguien muy audaz quiere meternos a los colombianos en la idea de que el arte de la política consiste en dialogar. La Historia puede mostrarnos que esa es una vieja ilusión, mil veces fallida.

En la era moderna podemos empezar con los diálogos que el Rey Luis XVI intentó con los jacobinos, a través de los girondinos. Los girondinos votaron por la muerte del Rey, y en agradecimiento esa primera izquierda del mundo moderno, la de Robespierre, mandó a la guillotina a toda la Gironda dialogadora.

Años más tarde, los del Directorio encontraron un contertulio muy agradable. Un joven general corso, un tal Bonaparte, que se les alzó con el santo y la limosna. Los que querían el diálogo terminaron arrojados de su recinto por las ventanas. ¡A dialogar en el empedrado!

Kerenski no enfrentó a los bolcheviques. En el fondo, podrían mostrarse demócratas. Lenin llevó los diálogos a su manera: horcas, fusilamientos y Gulags. La estimación supera los cuarenta millones de muertos, fruto de aquellos diálogos entreguistas.

Hindenburg no quiso molestar a Hitler. Era preciso dialogar y convencerlo. El Nazismo no estuvo para diálogos. O si prefieren, los manejó a su modo.

El Rey Víctor Manuel le entregó el poder a Mussolini, seguro de amaestrar la fiera. Mussolini se dedicó a dialogar por el balcón con sus fascios amados.

Chamberlain estaba seguro de que Hitler no era un mal muchacho. Dialogando se arreglan las cargas: cinco años de guerra y cincuenta millones de muertos, fue el precio de aquellos diálogos.
Stalin fue vencedor en la II Guerra Mundial y dialogó de lo lindo en Potsdam y Yalta. La Guerra Fría es el testimonio de aquellos diálogos funestos.

Fidel Castro también era un revolucionario con el que se podía hablar. Los gringos entendieron con quién dialogaban cuando fue demasiado tarde. Esos diálogos con el “pueblo” de Cuba llegan a los sesenta años.

La política es la ciencia y el arte de alcanzar el poder y conservarlo. Para eso, en las democracias se necesitan mayorías, respaldadas en la fuerza legítima y, en las autocracias, fuerza disfrazada de voluntad popular. Pero en todo caso, de lo que se trata es del poder.

La autoridad se hace valer por medio del Derecho. No se vuelve trizas en diálogos funestos. Pero claro, eso es donde hay democracia, no donde imperan dictaduras de cualquier clase y denominación.

En Colombia el presidente Iván Duque no sabe que si no enfrenta y derrota el narcotráfico está perdido y está perdido el país entero. Pero no tiene plan ni con quién combatirlo. Todavía discuten sus ministros con cuál fumigante se podría erradicar la coca. Cuando lo sepa, los dueños de la coca estarán en palacio. [©FIRMAS PRESS].

El autor es abogado colombiano, exministro en el gabinete del expresidente Álvaro Uribe.

Opinión Colombia diálogos archivo
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