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El tirano de duro corazón

Las noticias de principios de semana hablan de situaciones que tienden a profundizar y hacer más grave la crisis general de Nicaragua.

Desde Estados Unidos (EE.UU.) se informa que los poderes Ejecutivo y Legislativo de ese país están dispuestos a aumentar y endurecer sus presiones a Daniel Ortega, para que desista de su propósito de consolidar una nueva dictadura totalitaria en Nicaragua y vuelva al camino de la democracia, el Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos de todos los nicaragüenses.

Pero Ortega no es un gobernante normal y en vez de contribuir con sus palabras y sus hechos a serenar los ánimos, lo que hace es tensarlos, agudizar la crispación nacional y retar al mundo exterior. Ortega, en vez de entrar en razón y restablecer el diálogo y la negociación política para buscar un acuerdo de interés nacional, inclusive de su propio conveniencia, recrudece la represión, desprecia las sanciones de los EE.UU. que tienen propósitos disuasivos y desafía a la gran potencia hemisférica que ha sido y sigue siendo el socio más provechoso para Nicaragua.

Un gobernante responsable dialoga siempre con sus opositores y con más razón cuando hay una crisis nacional; y trata de mantener o restablecer las bases y normas de la convivencia política y social, no de dividir la nación en amigos y enemigos. Solo un caudillo autoritario predica el odio e instiga a la violencia contra sus adversarios, y utiliza los mecanismos del poder como instrumentos represivos para someter el interés de la sociedad y de los ciudadanos al de su propia causa política, personal y familiar.

Ortega debería ver las señales que le están indicando la necesidad de tomar el buen camino. No debería menospreciar las sanciones materiales y morales de los EE.UU., de la OEA y otros organismos y sectores de la comunidad democrática internacional. No debería causar más daño al pueblo ni aventurarse a provocar un desenlace de la crisis catastrófico para el país pero también para él mismo y los suyos.

En el avivamiento de la fe y la esperanza religiosa del pueblo que se ha producido en la crisis actual de Nicaragua, las personas cristianas evocan un significativo relato y una gran lección bíblica que está contenida en el Libro del Éxodo. Se trata de la historia de Faraón, quien tenía esclavizado y reprimido al pueblo de Dios y no quería dejarlo en libertad. Como escarmiento Faraón recibió fuertes castigos para su reino y sus seguidores. Hasta en el círculo más íntimo de su familia fue castigado el tirano, para que entendiera que debía dejar en libertad al pueblo. Pero Faraón tenía endurecido el corazón y no entendía ni atendía las señales divinas.

Finalmente Faraón cedió, pero debido a su odio al pueblo y el resentimiento por su rebeldía, renegó de su palabra y quiso seguir esclavizándolo. Hasta que, como castigo definitivo a su insensatez y contumacia, fue ahogado en las aguas del mar junto a toda su fuerza represiva.

La pareja Ortega y Murillo, que tanto presume públicamente de gran religiosidad, debería reflexionar sobre esa historia bíblica tan aleccionadora y tratar de aprender de ella.

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