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Persecución a los periodistas

Hasta hace dos años, cuando gracias a los exógenos vientos de cola el gobierno gozaba de múltiples préstamos concesionales aprobados, así como del boom de las commodities que incrementaba momentáneamente el valor de nuestras exportaciones agropecuarias, y de la precaria disponibilidad de abundantes recursos venezolanos, que manejaba a discreción en un presupuesto paralelo, hubo una estrategia monopólica orteguista que podríamos llamar sutil, aunque sumamente corrupta, para controlar los medios de información, principalmente las cadenas televisivas y radiales, mediante la compra de tales medios a sus dueños, de parte del consorcio económico de la familia gobernante surgido a expensas del Estado.

Al respecto de las formas dictatoriales, escribía Umberto Eco, el semiólogo y novelista italiano, en el artículo Los ojos del Duce, que en la época moderna una dictadura no requería formar los tanques en la ciudad, porque le bastaba con controlar los medios radiotelevisivos. En esta época —decía Eco— el consenso se consigue apoderándose de los medios televisivos de comunicación. A un régimen mediático no le hace falta meter en la cárcel a sus opositores, por el contrario, hasta le conviene tolerar que se exprese cierto disentimiento opositor para salvar las apariencias.

El orteguismo, a pesar de poseer estratégicamente el 90 por ciento de los medios informativos, por vocación absolutista centralizó en una sola persona toda la información oficial. Ningún funcionario podía emitir informe u opinión respecto a sus responsabilidades, sin perder el puesto. La información debía pasar por una manga estrecha, como las reses que van al matadero. Luego de la masacre de abril, la dictadura se ha vuelto más brutal, a partir que el pueblo manifestó sin pausa, multitudinariamente, su rechazo a la criminalidad del régimen. Ortega todavía no saca los tanques a las calles, pero, su limitada sutileza anterior se ha ido al diablo. Y persigue, amenaza, hostiga y secuestra periodistas independientes, con fuerzas policiales y paramilitares encapuchados.

Esta brutalidad continúa, la cuarta ola represiva, genera un rechazo creciente, dado que para el ciudadano lo importante es la vida cada vez más segura, más humana y más digna. En estas circunstancias represivas, los pocos medios independientes, que difunden los hechos, resultan intolerables al régimen.

La crueldad, como forma de gobierno hace mucho daño a la sociedad, y conduce directamente al desastre. La dictadura orteguista, como Estado fallido, asume su rostro más despreciable y primitivo. Su aislamiento político, en la época moderna, lleva a nuestro país, muy atrasado y dependiente, directa e indirectamente al colapso económico. Esta es la preocupación esencial. La roca de Sísifo, que luego de la caída del sandinismo a duras penas fue subida por la pendiente, rueda otra vez cuesta abajo como en la década de los años ochenta, cuando el país retrocedió cuarenta años.

El autor es ingeniero eléctrico.

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