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Luz en la oscuridad

La situación que actualmente vive y padece Nicaragua, nos muestra a la vez los oscuros túneles del poder absoluto, y la luz de la dignidad del pueblo que en forma cívica y pacífica reclama con vigor sus derechos fundamentales.

Esta es una actitud pocas veces vista en la historia de nuestro país, pues no es solo una justificada reacción contra el abuso del poder, sino, sobre todo, una toma de conciencia, una racionalidad crítica de la necesidad de la institucionalidad y el Estado de Derecho, para garantizar la democracia y el respeto a los Derechos Humanos.

El abuso del poder y el cierre de los espacios políticos y sociales a la ciudadanía, es consecuencia de la cultura política del autoritarismo. La idea de que el poder es para ejercerlo sin ninguna limitación en beneficio de quien lo detenta, es parte de la deformación de la cultura política nicaragüense. Esta, a su vez, es el resultado de la ausencia de la cultura de la institucionalidad, el Estado de Derecho y la democracia.

La estructura legal e institucional es concebida no como un sistema de límites al poder, sino como un instrumento al servicio de este para fortalecerlo y otorgarle más posibilidades para su ejercicio totalitario.

Frente a esto, la sociedad nicaragüense en la presente situación, está consciente, hoy más que nunca, de la necesidad de los valores y principios que sustentan la democracia y el Estado de Derecho, en los que se construye un sistema de límites al poder, como condición para la estabilidad y respeto a la persona y la comunidad.

Nicaragua está viviendo un momento excepcional en su historia, no solo por la represión ejercida, por un lado, y la defensa cívica y pacífica, pero a la vez firme e inclaudicable de esos valores y principios esenciales a la condición humana, por el otro, sino por la toma de conciencia de lo que eso significa, por la convicción profunda de ese significado y por la formación de un pensamiento racional y crítico en torno a esos acontecimientos.

Esencial en este proceso es la unidad que integra las diferencias sin uniformar. Los nicaragüenses debemos identificar los valores y principios y las acciones que pueden unirnos para construir un proyecto de nación, un país, en el que todos podemos y debemos convivir.

Es necesario el pensamiento crítico, la educación racional y la nueva cultura política, para romper el círculo vicioso que ha hecho de nuestra historia un escenario en el que el futuro es el pasado que regresa. Ni la bicicleta estacionaria que gira pero no avanza, ni el péndulo fatídico que oscila entre el pacto y el facto, entre la confabulación y la confrontación, sino la nueva realidad en la que se reafirme el debate de las ideas, la libertad, la justicia y el reconocimiento a la dignidad de la persona y el respeto a los Derechos Humanos.

Reafirmar la libertad es una tarea imprescindible que la sociedad nicaragüense está realizando con estas protestas. Es libre no quien obligado hace lo que no quiere, ni quien por voluntad propia hace lo que quiere porque quiere, sino que es libre quien hace lo que debe, pues tiene conciencia de los límites dentro de los que puede actuar, quien es consciente no sólo de sus derechos sino también de sus deberes. La razón es la fuente de la libertad, por ello quien violenta la libertad de los demás pierde su propia libertad.

Creo que este es un momento en el que pueblo nicaragüense ha tomado conciencia plena de sus derechos y deberes y de que la acción cívica y pacífica debe ser la forma de defender y reivindicar esos valores fundamentales que son los de la persona individualmente considerada y los de toda la sociedad.

El autor es filósofo, académico y jurista.

Opinión luz oscuridad archivo
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